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El suicidio tenía una editorial

1/06/2022 - 

MURCIA. Hay un poema de Charles Bukowski titulado ¿Así que quieres ser escritor? en el que el poeta maldito exorta a no ser escritor “A no ser que salga de tu alma / como un cohete, / a no ser que quedarte quieto / pudiera llevarte a la locura, / al suicidio o al asesinato, no lo hagas. / A no ser que el sol dentro de ti / esté quemando tus tripas, no lo hagas”.

Bukowski no se suicidó, pero aparcó cerca con su autodestructivo consumo de alcohol y drogas.

Existe una cercana relación entre suicidio y escritura. Según los investigadores del Karolinska Institute de Suecia, los escritores tienen el doble de probabilidades de cometer suicidio que el resto de la población. En el artículo científico titulado Enfermedad mental, suicidio y creatividad: estudio de población total prospectivo de 40 años se refuta también el alto porcentaje de casos de esquizofrenia y trastorno bipolar entre las personas con ocupaciones creativas.

La lista de escritores y pensadores que acudieron al último recurso —Cioran decía que “vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin esa idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado”— es amplia en ambos géneros, pero en el caso de las escritoras es especialmente boyante. En una misma vida conviven las exigencias de la creatividad y su correspondiente ansiedad con una facilidad para los amores tórridos y torrenciales. Enamoramientos desbocados como la semana de mayo en la que Valencia fue un agua. Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Virginia Woolf, Anne Sexton, Unica Zürn, Miyó Vestrini, Alfonsina Storni y un largo etcétera.

Una galería de traumas y una obra que no murió con ellas. Encontramos en los escritos de todas ellas claras referencias al suicidio. La argentina Storni escribió: “Ver cómo se rompen las olas azules / Contra los granitos y no parpadear / Ver cómo las aves rapaces se comen / Los peces pequeños y no despertar”. A los cuarenta y seis años se quitó la vida, dicen ciertas versiones románticas que lo hizo precisamente, dejándose llevar por el mar. Con los versos dedicados al también suicida y escritor Horacio Quiroga, con quien mantuvo una relación literaria y amorosa, advirtió de su deseo: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como siempre en tus cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria… / Allá dirán”.

Ernest Hemingway, Don Carpenter, Andrés Caicedo, Primo Levi, David Foster Wallace, Stefan Zweig, George Sterling, Yukoi Mishima, John Kennedy Toole, Cesare Pavese, Mark Fisher, Emilio Salgari… de nuevo, un drop naming de tal extensión que sobresalta. Salgari se quitó la vida en 1911 empleando un rito oriental, el seppuku, el método utilizado por los samuráis para suicidarse. Seis décadas después Mishima emplearía la misma herramienta.

Las notas de suicidio

El escritor y director de teatro Marc Caellas es autor de Notas de suicio (Ediciones La Uña Rota)  un libro que examina estos escritos como piezas de literatura. Caellas llegó a la idea de este ansayo por “la intuición de que no existia un libro como éste, que abordara el suicidio a partir de los últimos textos escritos por los que deciden quitarse la vida. Durante el proceso de lecturas y de investigación me di cuenta que analizar las notas era una manera de hablar del suicidio dejando de lado enfoques moralistas o sociológicos, y hacerlo desde la poesía, desde el lenguaje”.

“Todo empezó con una creación para la escena, Suicide Notes, que inventamos con David G. Torres y que desarrollamos con un grupo de cómplices. Varias personas que vieron la obra me dijeron: aquí hay un libro. Y tenían razón”. 

Al enfrentarse a un trabajo de está índole es lógico que la pulsión de la obra se traslade al creador. “La tensión la sentí en la gente querida de mi entorno. Les preocupaba que mi mesa de trabajo estuviera llena de libros sobre el suicidio. En cambio yo siempre lo viví como un proceso catártico. Cuanto más profundizaba en el suicidio, más ganas de vivir tenía. Al tener menos miedo a la muerte, tienes menos miedo a la vida. En este sentido, siempre recuerdo estos versos de Altazor, de Huidobro: ‘Y puesto que debemos vivir y no nos suicidamos. Mientras vivamos juguemos’”.

“Pero los suicidas tienen un lenguaje especial. Así como los carpinteros quieren saber cuáles herramientas. / Ellos nunca preguntan para qué construir” (Anne Sexton). “Pero hace tanta soledad / que las palabras se suicidan” (Alexandra Pizarnik). Lenguaje y el poder de pulsar el botón de apagado. La desvinculación con la vida como motor de creación. Hay una suerte de temblorosa y bella telaraña de plata en escribir de la depresión desde otra depresión. “Cioran escribió que un libro debe hurgar en las heridas, provocarlas incluso. Estoy muy de acuerdo en que un libro debe ser un peligro. Y la buena literatura también lo es porque te lleva a lugares de los que se regresa con dificultades y transformado. La nota de suicidio convierte las lágrimas en lenguaje, hace hablar a las heridas como si fueran bocas poéticas”.

En este ensayo encontramos notas de suicidio como la que Virginia Woolf dejó a su marido Leonard: “Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo”.

“Yo ahora mismo me quedo con la de Maiakovski, por su complejidad y belleza. Tiene frases estremecedoras: ‘el barco del amor se estrelló contra la roca de la vida cotidiana’. Y es que es así, el amor nos salva, es nuestra manera de derrotar a la muerte. En un pasaje de El rey se muere, de Ionesco, leemos: ‘Si estás loco de amor, si amas intensamente, amas absolutamente, la muerte se aleja’”.

Literatura sobre el suicidio

Rosa Montero escribe en El peligro de estar cuerda (Seix Barral), al referirse a una serie de artistas que sucumbieron al último recurso cuando nada tiene sentido, estas palabras: “he aquí, por lo tanto, una trinidad alucinatoria que suele ir de la mano: creatividad, tendencia al desequilibrio mental, amores torrefactos”. Y mucha autoexigencia, añado. Sigue Montero: “Algo nos falla en la cabeza a ese porcentaje de gente más creativa; algo nos impide creer a pies juntillas en el espejismo de la ‘normalidad’”. Y para muestra, un par de citas: “A veces retumba como un trueno dentro de mí el sentimiento de la total inutilidad de la vida” (Virginia Woolf); “Llevamos la oscuridad en nosotros. La muerte ya está en el cuerpo, mientras vivimos. Somos seres transitorios” (Eva Meijer); “El pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche” (Friedrich Nietzsche).

El fantástico trabajo de Montero que disecciona la correlación entre suicidio y almas sacudidas por el frenesí creador bebe de otras muestras de escritura como Los límites de mi lenguaje. Meditaciones sobre la depresión, un pequeño ensayo publicado por Katz en el que Eva Meijer se adentra en la depresión y en la estética del suicidio: “El deseo de morir se basa en un anhelo de complitud”.

De nuevo, aparece el binomio lenguaje y pensamientos oscuros: “En las memorias de depresión a menudo hay un uso limitado del lenguaje: ponen en primer plano la historia, buscan provocar la emoción, mostrar lo terrible que es algo. El sexo vende, y el dolor vende igual de bien”.

“El suicido tiene el poder de transfigurar una vida con todos sus desórdenes cotidianos, sus conflictos, sus ambivalencias, sus decepciones, sus asuntos sin terminar, su derroche y su fiebre y su calor”, anotó Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre la depresión, hauntología y futuros perdidos al hablar de otro suicida, Ian Curtis de Joy Division. “La depresión es, después de todo y sobre todo, una teoría sobre el mundo y la vida”.

Pese a la aparición de más volúmenes que hacen del suicidio un tema narrable desde distintos géneros, sigue existiendo cierto reparo a digamos, monetizar con un fin cultural el acabar con la vida. Para Caellas, “vivimos en una sociedad infantil, miedosa y borreguil, en la que se nos atiborra de información para marcarnos la agenda de nuestros pensamientos. Sobre el suicidio ahora se ha decidido que es una enfermedad mental y que el enfoque ‘adecuado’ es verlo así. ¡Incluso hay manuales para periodistas en los que se les dice cómo se debe escribir sobre el suicidio! La mayoría de la gente que se suicida no está enferma. Está harta, aburrida o considera que su vida no merece ser vivida. En lo que deberíamos trabajar es en mejorar la calidad de vida, para que todos escojamos vivir, no porque sea natural, sino porque vale la pena. Cuesta superar el tabú porque cuesta pensar entre tanto ruido. Al poder político, económico y religioso le interesa el miedo a la muerte, es una manera retorcida de atornillarte a una vida de mierda. Debería haber una asignatura sobre la muerte, ya desde la infancia. Aprender a vivir es aprender a morir”.

Montero cierra su último libro con la transcripción de una entrevista a la escritora Doris Lessing:

—Ya le he dicho antes que para mí usted es una especie de exploradora. Por favor, dígame que también a esa edad hay momentos en los que la vida resulta hermosa.

—Yo nunca pensé que la vida fuera hermosa.

—Pues entonces dígame por lo menos que todavía conserva la curiosidad, y la excitación de conocer cosas nuevas, y el placer de escribir…

—Sí, eso sí. Todo eso se mantiene aún intacto.

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