CARTAGENA. El 27 de octubre de 2017 Carles Puigdemont, presidente de la Generalidad de Cataluña, declaró que se constituía la República Catalana como estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social. Esa proclamación había sido aprobada en el parlamento catalán por 70 votos a favor, 2 en blanco, 10 en contra y 53 abandonos. Es decir, 70 a favor y 63 en contra, una mayoría insuficiente incluso para modificar determinados artículos del Estatuto de Autonomía. La proclamación iba dirigida a todos los estados del mundo, ninguno de los cuales la aceptó como válida. Pocos días después el Tribunal Constitucional la declaró inconstitucional, el rey de España se dirigió a la nación condenando la intentona y el Senado aplicó en Cataluña el artículo 155 de la Constitución. Para entonces los dirigentes de la sedición habían sido imputados, aunque algunos huyeron a Bélgica, país que tradicionalmente había venido apoyando a asesinos etarras y otros delincuentes españoles. Finalmente, unos fueron condenados y otros están a la espera de ser enjuiciados.
La principal lección de ese episodio es que la separación de Cataluña del resto de España era inviable por al menos tres motivos: falta del apoyo internacional, falta de fuerza para doblegar a la nación española y división de los propios catalanes al respecto. El separatismo catalán había demostrado ser un magnífico ejemplar de tigre de papel.
"ningún español debe temer que el territorio vaya a ser disgregado en un plazo previsible"
Eso ya lo sabían los separatistas vascos. A pesar de haber asesinado a más de 900 personas (la mayoría de ellas en democracia) y de haber provocado la emigración de unos 180.000 vascos a otros territorios, nunca se atrevieron siquiera a proclamar la separación de las provincias vascas del resto de España. Lo dicho: el separatismo es un tigre de papel y ningún español debe temer que el territorio de su nación vaya a ser disgregado en un plazo previsible.
Conscientes de ello, los separatistas ya no se plantean realmente conseguir su objetivo máximo, pero son muy activos en alcanzar otros fines parciales. Los dos más fácilmente identificables son erradicar el idioma castellano (conocido como idioma español fuera de España) de sus territorios y no compartir la riqueza en ellos generada con el resto de España. El separatismo es un tigre de papel, pero un tigre acosador, egoísta y profundamente reaccionario.
Desgraciadamente, los separatistas están teniendo bastante éxito en conseguir esos objetivos parciales. El idioma español está siendo objeto de una persecución sistemática en todas las zonas bilingües; el cupo fiscal vasco es evaluado de forma que se produce una transferencia de renta de Madrid y Cataluña hacia esas provincias, dinero que pierden el resto de las regiones, y eso es lo que persiguen también los separatistas catalanes. Por no hablar de las cuantiosas cantidades que malversan en una red de embajadas cuya principal función es denigrar a España y obstaculizar su política exterior, a pesar de que se trata de una competencia no transferida a las regiones.
Esos éxitos de los separatistas se deben en no escasa medida a la colaboración que han recibido de los partidos vascos y catalanes de izquierda y, en estos últimos años, incluso del gobierno español. En ese sentido, la responsabilidad del PSC es inmensa, pues ha legitimado desde posiciones supuestamente progresistas los peores atentados a la libertad y la igualdad de los españoles en Cataluña. Ahora los dirigentes izquierdistas suelen argumentar que la unidad del territorio español no corre peligro. Y llevan razón, pero el problema real no es ese. Aunque parloteen de separarse, lo que persiguen los separatistas no es sacar a sus regiones de España, sino sacar a España de sus regiones.
"urge que surja un partido de izquierda moderada profundamente patriótico"
El reto no es que vuelvan a declarar la separación, sino que, sin proclamarla, están logrando romper la igualdad de derechos de todos los españoles, tanto en el aspecto lingüístico como en el económico, y que siguen corroyendo el prestigio de España en el concierto internacional. Así que ahora lo progresista es garantizar la enseñanza en español en toda España, favorecer la justa distribución de la riqueza nacional entre las diferentes regiones, lo que implica subir fuertemente la contribución de las provincias vascas a la bolsa común, recuperar la exclusividad federal de la política exterior, proteger la enseña nacional, etc. Aun siendo verdad que el separatismo es un tigre de papel, su alianza con buena parte de la izquierda (e incluso de la derecha) conduce que, sin segregarse de España, los gobernantes de ciertas regiones se comportan como si no formasen parte de nuestra nación.
Para arrumbar al tigre de papel separatista urge que surja un partido de izquierda moderada profundamente patriótico. Hoy lo progresista es apostar por España y por la Unión Europea, no por incrementar los privilegios de los separatistas, que, y no por causalidad, provienen de las regiones más ricas. Como tengo dicho, el separatismo representa la rebelión de los ricos. Y un tigre de papel. Hay que combatirlo sin miedo, pero con energía. Y sabiendo que la legitimidad histórica, política y moral está del lado de España y del Unión Europea.