Comúnmente se ha creído que el rock llegó tarde a España y que no fue hasta 1977 cuando una moda anglosajona entró por primera vez en punto. Un ensayo sobre la época explica que el rock sí que llegó a la vez que en Estados Unidos y que no faltó en España, porque entre otras cosas el jazz y las músicas anglosajonas las financiaba la Casa Americana de la Embajada para crear influencia en el extranjero. Lo que no hubo en España fue un público adolescente con dinero para gastar y, por otro lado, seguía tirando la música local
MURCIA. El lugar común que yo conocía era que el punk y la Nueva ola fueron las únicas modas que llegaron a tiempo en España. Vaya por delante que he adorado siempre el punk y la Nueva ola, el nuevo rock entre 1975 y 1985, por poner dos años al tuntún que comprendan el periodo, pero es posible también que la generación que lo vivió sea muy pesada y autorreferencial. De hecho, nunca he visto insultos y acusaciones que demuestren mayor pobreza humana que los que derivan de las polémicas sobre La Movida.
Ni que decir tiene que en Nueva York, si hablas de música con alguien de aquella escena, yo he tenido alguna ocasión de hacerlo, se cree que formó parte del movimiento artístico más importante desde el Renacimiento. La prueba es que en el otro espacio geográfico que conozco cómo respira, ex Yugoslavia, también la Nueva Ola se considera que "apareció al mismo tiempo que en Londres y Nueva York" y su legado todavía sobrevuela todo, aunque hay que comprender que allí los impulsos nostálgicos están más justificados.
Antes del 77, en España no había nada. Eso nos decían. El rock fue superfluo, el Dúo Dinámico un hazmerreír y, después, cuando el rock se dejó el pelo largo, no hubo casi nada porque España estaba atrasada en su dictadura represiva. Lo cierto es que la dictadura era así, pero hubo matices en la cultura popular. Curiosamente ahora, cuando por fin ha habido políticas públicas de Memoria histórica y desde los medios existe sensibilidad, a veces obsesión, con la Historia, parece que hemos perdido más la capacidad de entender los matices del pasado que antes, cuando la Guerra Civil y la dictadura no le interesaban absolutamente a nadie. Y lo digo porque lo he vivido, en los noventa yo tenía que explicar de qué país era la bandera tricolor de mi llavero. No una, ni dos, ni tres. Muchas o casi siempre.
Sin embargo, saber que el golpe de estado de 1936 no tuvo justificación ninguna, que su único objetivo era suprimir la emancipación y dignidad de los españoles y que la dictadura posterior fue un régimen criminal del primer al último día, no debería abstraernos de los matices. Muchos de ellos aparecen en el libro de dos volúmenes ¡¡Hola, Mr. Pop!! de Ignacio Faulín Hidalgo (Silex, 2023), que explican el estallido de la cultura pop de la sociedad de consumo del siglo XX en España.
No se trata de mitificar o desmitificar, sino de explicar. Es una pena que las generaciones actuales lo que promueven sea con tanta frecuencia el alegato y la reivindicación, cuando en mi opinión por lo que hay que luchar es por el pensamiento deductivo. Hay que rechazar de plano la inducción, la búsqueda de argumentos para conclusiones cerradas previamente. Lo que realmente enriquece la cultura es constatar hechos para deducir, ya sea de la mano del autor o por uno mismo, pero que el trabajo se base en contrastar hechos, porque solo eso arroja luz.
En este caso me ha fascinado la facilidad que tuvo el rock para penetrar en aquella España de los 50 que se supone que era una dictadura aislada a cal y canto. Personalmente, siempre me extrañaba escuchar el discurso de "aquí no hubo nada", cuando mi padre me contaba que en el colegio interno en el que estuvo en esa década, para limpiar, los curas les ponían Rock around the clock.
No es que hubiera religiosos marchosos ni mucho menos, pero aquí fueron hits de primer orden las canciones que en Estados Unidos cambiaron la industria musical y definieron aún más a un consumidor adolescente que demandaba productos pseudo-rompedores, un perfil que ha durado hasta el declive de la producción de discos en el siglo XXI, aunque ahora se manifiesta por otros modelos de negocio.
Hay algo elemental que hace Faulín para trazar este recorrido, el de los discos editados. Esa es la prueba del algodón y lo que se descubre más adelante pasando páginas no es una dictadura que pudiera modular el gusto de la población de forma efectiva, algo que sin duda se intentó, sino un público que aparte de ser sensible a otras manifestaciones, como la canción francesa, también seguía profundamente arraigado en la música local, que entre otras cosas es lo lógico.
En conclusión, aparte de una visión exagerada desde una óptica antifranquista, otro error a la hora de interpretar esta época viene también de la mentalidad propia de la alienación o colonización anglosajona. La que cree que lo natural es que se escuche rock o pop anglosajón, como un único evangelio, y si otros oyentes seguían con su tradición popular era un error.
Aunque se ha estudiado académicamente, hay otra faceta de este libro que creo que merece más difusión. Es cómo Estados Unidos a través de sus embajadas y organismos financiaba giras de sus mejores exponentes musicales para ampliar su esfera de influencia. Este fenómeno no es de la Guerra Fría, se sigue haciendo en países del Este donde aún se disputa la afinidad de la ciudadanía. Exactamente igual que se hizo en la España franquista, que como cuenta este estudio los conciertos de jazz venían patrocinados por la Casa Americana de la Embajada de Estados Unidos. Dice textualmente: "lo que algunos llamarán el arma secreta de Estados Unidos".
Lo curioso es que ya entonces hubo fusiones de jazz y flamenco promovidas por las discográficas. Entretanto, llegó el rock. Muchos discos de Elvis se llegaron a publicar con su portada original y tal y como ocurrió con los juegos de rol, los chats de internet, las redes sociales y ahora la inteligencia artificial, se advirtió de que los jóvenes iban a morir todos. Entonces se asociaba esta música a delincuencia y comportamientos indeseables. No obstante, eso no impide que el fin de año de 1956 en Madrid en el Palacio de los Deportes la fiesta incluya baile de rock and roll.
Lo que sí que hubo fue un retraso en la llegada de películas relacionadas con el rock o de temática rockera. Aquí todas las fuentes consultadas por el autor lo atribuyen no a la censura, sino a la crisis entre el gobierno y los exportadores estadounidenses. Se produjo un boicot a España por las condiciones que se imponían para la importación, eso hizo reducir el número de estrenos estadounidenses.
Al mismo tiempo, como explica en la obra Alfonso Eduardo Pérez Orozco, programador pionero de música juvenil en Radio Vida de Sevilla, al haber menos películas disponibles, los exhibidores programaban las más vendibles, las que no fueran "demasiado sectoriales". En ese lote iban las películas de género, concretamente el rockero. Y si había un motivo para no hacerlo era bien sencillo, no había público para ese producto. En lo que sí que estuvo retrasada España en la posguerra con respecto al resto de países occidentales fue a la hora de generar un público adolescente masivo, ocioso y con remanente económico para gastar. Ese fenómeno se gestó en la siguiente década, los años 60, y formó parte de la serie de fenómenos que redujeron los apoyos sociales de la dictadura hasta el punto de que su desaparición fue inevitable.