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DESDE MI ATALAYA / OPINIÓN

El rito de montar un belén

24/12/2023 - 

MURCIA. La ciudad se engalana con el alumbrado navideño de sus calles y cientos de flores de pascua rojas, moradas o blancas por doquier. Los comercios adornan sus escaparates con papás noeles de copiosas barbas blancas, casacas rojas, trineos con sus renos, estrellas de nieve y brillantinas en los cristales, bolas de oro y plata colgando de algún abeto, y lucecitas, muchas lucecitas brillantes que se encienden y apagan con ritmos alegres. Las confiterías y las panaderías, repletas de mazapanes, tortas de naranja y de almendra, polvorones y otras muchas delicias atraen nuestra mirada y acaparan nuestro olfato. Un año más, llegó la Navidad, con sus tradiciones.

Y con ellas, el rito de montar el Belén en las casas. Una ceremonia que lleva repitiéndose desde que, según dicen, Francisco de Asís montara a su vuelta de Tierra Santa allá por el año 1223 un primer nacimiento en la cueva italiana de Greccio, ceca de donde él vivía con sus 'hermanos': la luna, el sol, el lobo, las florecillas del campo y sus discípulos.

"Basta con una persona, aunque mejor si se hace entre varios, con la familia, o con vecinos y amigos"

Para montar un Belén basta con una persona, aunque, si se puede, mejor si se hace entre varios, con la familia, o con vecinos y amigos. El hacerlo solo puede resultar nostálgico porque tal vez nos traiga recuerdos de caras y voces que hace años dejamos de ver y oír. Por ello, mejor acompañado, y así evitaremos que la añoranza nos pueda llevar a la tristeza. Y si es con niños ideal, porque una mirada ingenua y asombrada contribuye a dar sentido al rito que nos disponemos a realizar.

Los mayores recordaran la historia más grande jamás contada, la de un Dios que se hizo hombre, habitó entre nosotros y se dejó crucificar por amor. Los más pequeños, porque en su interior empezara a despertarse el significado metafísico de las cosas, aquello que está detrás de lo que vemos y tocamos, por el misterio de la vida.

Porque todo en el Belén está cargado de simbología. Nada es vacuo, fugaz, inane como las naderías continuas con las que nos bombardean desde las pantallas: miles de clics, miríadas de píldoras de informaciones de usar y tirar que atiborran nuestras mentes y vacían nuestras almas.

Símbolos como el pesebre en el que nace un niño que es Hijo de Dios, unos animales que le dan su aliento y su calor en la fría noche, una estrella con su larga cola de cometa que alumbra en la oscuridad a unos Reyes Magos venidos del Oriente, unos pobres pastores que acuden a la llamada y no ricos ni poderosos.

Montar un Belén es hacer algo con las manos, una manualidad como se decía antes, cuando el mundo digital no las había arrinconado. Hoy sabemos por la ciencia lo importante que es trabajar con las manos, porque fijan nuestra atención, focalizan nuestros sentidos en lo que hacemos y vacían temporalmente nuestras mentes de los pensamientos parásitos insidiosos que nos preocupan.

Montar un Belén estimula nuestra creatividad porque cada nueva Navidad se le da un aspecto distinto: el papel que arrugamos para hacer las  montañas, el riachuelo, el desierto, los arbolitos con ramitas naturales, la disposición de las distintas figuritas, las piedras, … todo un mosaico de piezas que hay que encajar a nuestro gusto de manera artística, creativa, singular, única, ya que cada Belén es distinto.

Porque montar un Belén es, sobre todo para los pequeños, una lección de orden natural, de naturaleza, de construir la realidad que los rodea. Es crear un paisaje con su paisanaje, en el que todo cobra sentido, los espacios, las personas, las plantas y los animales. Es contribuir a crear un espacio de seguridad, de seguridades, desde las que proyectarse a los retos y aventuras por venir, a modo de campamento base en la alta montaña.

Las cabras riscan en el monte, los pescadores junto al rio que desciende desde las montañas, los agricultores en sus huertos, las hilanderas en las puertas de sus casa, los pastores en el campo con sus rebaños, las palmeras bordeando el desierto de arena, los Reyes Magos con sus camellos en el extremo opuesto del pesebre porque vienen del lejano Oriente… todo según una cosmovisión. También el caganer que, con su perentoria necesidad fisiológica, incorpora de manera explícita nuestra humanidad a tan bucólica escena.

No puedo estar más de acuerdo con mi admirado filósofo contemporáneo Byung- Chul Han (Seúl, 1959) cuando dice: "Los ritos transforman el estar en el mundo en un estar en casa. Hacen del mundo un lugar fiable".

Montar un Belén es volver a casa, al lugar donde naciste, en el que te sientes cómodo, donde sobra tu maquillado perfil de Facebook, tus seguidores de twitter (perdón X), o los adictivos “likes” y te olvidas, si quiera por un momento, de todo ese espejismo virtual. Estás en tu hogar, donde se te reconoce por lo que eres, no por lo que aparentas, puedes relajarte.

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