CARTAGENA. En un momento en el que el turismo parece vislumbrar un periodo dorado, eliminadas las restricciones y renovadas las ganas de la ciudadanía en disfrutar de la oferta de ocio de la zona, el Mar Menor mantiene su delicado estado como una mancha en las grandes expectativas del sector turístico. Esconde, sin embargo, un patrimonio arqueológico por descubrir por el gran público.
Una veta para explorar todavía desconocida más allá de los grandes núcleos de población, como Cartagena. "Hay centenares de yacimientos. Se conocen en distintos grados. Están los que se han excavado y los que se conocen por prospección superficial. Todos se integran en la carta arqueológica, que es el instrumento que tiene la administración para ordenar todo ese patrimonio conocido o intuido a la hora de proteger estos restos de obras en la zona. Así, cuando alguien quiere hacer una obra en un terreno, salta el aviso si hay restos en ese terreno para llevar a cabo las directrices", señala el arqueólogo Daniel Alonso, primer ponente de un ciclo de conferencias organizada por COEC para dar a conocer todo el potencial que alberga la laguna salada a su alrededor.
Un potencial que no termina de salir a la luz por más que las instituciones siguen buscando fórmulas para diversificar la oferta turística y desestacionalizar el turismo del Mar Menor, que tiene su gran potencial en la oferta de sol y playa. ¿Se hace lo suficiente para sacar a la luz todos los restos arqueológicos? Una pregunta para la que no existe una respuesta contundente.
"Al arqueólogo todo le parece poco. Inversiones pequeñas dan lugar a grandes hallazgos, que bien gestionado, su retorno social y económico es prácticamente inmediato. Cartagena es un ejemplo palpable. En su momento apostó por la arqueología y por una inversión irrisoria nos ha colocado en la situación actual. Creo, además, que el Mar Menor necesita diversificar su oferta turística y desestacionalizarla. Por ejemplo, cuando en verano hay levante fuerte en La Manga, esto se llena. No es pretender dar un giro completo y despreciar al turismo de sol y playa. Pero puede ser un complemento que, insisto, diversifica la oferta de la zona y evita su estacionalidad", señala Daniel. Cuando vienen los cruceros no vienen a bañarse, vienen atraídos por una ciudad monumental que tiene unos atractivos. Les hacen encuestas para que vean que destinos les gustan más, y Cartagena saca muy buenas valoraciones. Su presencia le da vida al pequeño comercio y a toda la ciudad. Entendemos que una ciudad es lo que más gente concentra, los yacimientos que pones en valor están apartados de los núcleos de población, es cierto, pero los recorridos, rutas…Todo eso se puede fomentar con unas inversiones pequeñas para el retorno que vas a tener", añade.
Y es que en el Mar Menor se conocen asentamientos desde hace más de 900.000 años. "En pocos sitios hay una secuencia tan larga. La nuestra empieza hace 900.000 años. En Cueva Victoria ya hay restos de un homínido de 900.000 años. En Cabezo Gordo, de Torre Pacheco, tenemos neandertales de 40 y 60.000 años de antigüedad. Ahí arranca la secuencia. Es algo poco común", cuenta Alonso. "Tenemos restos del paleolítico y neolítico, con poca traza, del calcolítico (inicio de la edad de los metales, entre el 2.000 y 3.000 antes de Cristo) tenemos: en la Isla del Ciervo, en el Monte Blanco en La Manga, en distintos puntos de Calblanque y, sobre todo, en las Amoladeras, entre Cabo de Palos y La Manga, declarado BIC. Se ha excavado solo un poco, pero son gente que seguramente realizaban asientos de temporada. Iban a mariscar a la costa, y luego se recogían en el interior. El del bronce tardío está prácticamente perdido, pero es muy interesante. Es una cultura que es la que sucede al Argar, que era la más brillante de toda Europa. En esta comarca apenas está representada. Pero la decadencia de eso da lugar al bronce tardío. En cambio, tenemos un yacimiento de nueva planta en la Cala del Pino".