MURCIA. Hacía tiempo que no abordaba una columna de opinión, cuando un nuevo tren paró en mi estación. No tuve más que preguntarme si quería cogerlo, una vez hube verificado que no se solapaba con otro. Así que, aquí estoy, sin casi pisar el andén, subida en el vagón de Murcia Plaza siguiendo una ruta denominada "El gato en la talega", porque ya esté viajando o viviendo, siempre me pregunto si lo que veo, es.
El plus de ser una temática libre es motivador, dado el abanico de áreas que me interesan y se entretejen. Mi intención era comenzar con algo introspectivo, más hacia dentro, porque agosto es un mes de camino, bosques, reconexión y fortalecimiento, pero estos días la tragedia de mi Mar Menor lo baña todo.
"soportamos una burda politización del ecocidio del Mar Menor por parte de los políticos, a la que se une el ridículo de atribuir este ecocidio de causas antrópicas a la propia Naturaleza"
A cada paso, una mala noticia, en cada árbol, un ser vivo muerto, en cada piedra, una réplica absurda y vergonzosa. En mi camino personal de seis años desde Pacto por el Mar Menor denunciando la llegada permanente de vertidos de diferentes procedencias como el principio del fin, he aprendido a no claudicar. Seis años en los que solo se han valorado soluciones con infraestructuras al final de la cadena, empecinados en darse coscorrones con una piedra que debe estar ya horadada, impulsados en cada golpe por la certeza de saber que solo cambiando el origen de lo que no funciona serán útiles, y sabiéndose maniatados por una incomprensible cobardía.
En la incesante cadena informativa desde pie de orilla, perpleja me quedé cuando se dijo que la sociedad debía demandar soluciones que eviten la llegada de vertidos, no su producción, mediante infraestructuras pagadas con dinero público para un impacto ejercido por sectores privados. Vergüenza sentí viendo en televisiones nacionales las respuestas dadas, o la ausencia de ellas, por los diferentes ejecutivos con competencias en el Mar Menor en esta situación de causas tan evidentes. Triste cuando al concierto disonante de las tres administraciones públicas se unieron voces vinculadas a la pesca en la laguna litoral, a alguna asociación vecinal de una población afectada, incluso la de cierto sector de hostelería, siendo este el más impactado por el deterioro del Mar Menor y cuyo auge depende directamente de su estado de salud, restando importancia a la muerte masiva como si fuese una serpiente de verano. En shock entré al comparar las noticias emitidas por la principal cadena de televisión autonómica con las de informativos de diferentes cadenas nacionales y prensa escrita nacional e internacional, ante la divergencia de información en absoluto coincidente con la realidad, tan difícil de asimilar.
Tras un alto para bañarme en un río de un ecosistema sano y amigo, recibí el culmen informativo: el del oxígeno. Pasamos de la anoxia a la hipoxia, quizá porque la primera quedó ligada a una DANA que ahora no se había producido. Escojamos, pues, hipoxia en la superficie sin pensar en el fondo. Pero como ni por esas deja de morir fauna y arribar a playas en plena temporada estival, aparece la inspiración en forma de ola de calor. Entonces se pide oxigenación artificial, dragados nocturnos de golas, transferencia de competencias cuando ninguno ejerce las propias, añadidos del SOS Mar Menor (borrado en carreteras, obviado en carteles y camisetas en lo posible dentro de la Vuelta) a perfiles políticos, y se cierran playas. Rocambolesco.
La ciudadanía soportamos una burda politización del ecocidio del Mar Menor por parte de los partidos políticos, a la que se une el ridículo de atribuir este ecocidio de causas antrópicas a la propia Naturaleza. Y aún hay más, según se ha publicado, en un informe del Grupo de Ecología Lagunar del Comité Científico, parecen apoyar desde la ciencia soluciones que no atacan el origen del problema, siendo un contrasentido en sí mismo obviar el origen de lo que se pretende solucionar desde el punto de vista científico. Creer en la tecnología como un ente independiente, comercial y sustitutivo de la ciencia en sí, es un error de bulto y bastante caro para el erario público.
Solo puede entenderse el medio natural desde su conocimiento, respeto y aceptación. Su conservación comienza con la prevención una vez conocido su funcionamiento natural. En el caso del Mar Menor hablamos de un bien de todos, que no es de nadie, lo que implica buena dosis del sentido del bien y del mal, que moran todo. Nos ha salido, además, contestón, porque cuando intentan vender su curación la Naturaleza sabia e indómita, más poderosa que cualquier superego, grita.
Mientras continúo mi camino entre verde y ocre me pregunto muchas cosas sin juzgar, intentando equilibrar conocimiento y sentimiento. En los altos leo ciencia y espiritualidad. No hay ruido, solo perspectiva. En el camino de la estrella, entre campos y bosques veo conchas, que van hacia el horizonte azul. Mi silencio es sonoro porque el coro de voces armónicas que une a la ciudadanía en la defensa del Mar Menor posee el secreto más preciado: el camino es, sin lugar a dudas, el de las personas comunes.
Celia Martínez Mora
Investigadora