La tarde del sábado devoré una destacada serie sueca de la plataforma Filmin, creada por Ulf Kvensler. Se trata de El Manipulador y cuenta los abusos sexuales y psicológicos a las alumnas de una escuela hípica próxima a Gotemburgo, así como los constantes malos tratos físicos y emocionales a una esposa y a sus dos hijas desde la más tierna y dura infancia. La serie es brutal y muestra, paso a paso, el manual de todo maltratador, ese veneno de dolor e impotencia que se inocula, paulatinamente, sin que nadie se percate hasta que ya no hay remedio, anulando a las víctimas. Es el manual de todo agresor machista. La serie de Filmin es dura, mucho. De hecho las primeras denuncias por violaciones y abusos sexuales no llegan a una gran sentencia condenatoria.
Eran los años noventa del pasado siglo y aquella sociedad sueca, como la española, dudó de los testimonios de unas menores destrozadas y abusadas. Una joven valiente, Molly, de 16 años, se atrevió a denunciar al macho agresor. Otras jóvenes, también violadas, se sumaron al proceso. La sentencia condenó al agresor a dos años de prisión, pero él mantuvo en todo momento que eran denuncias falsas, mentiras coordinadas para hundirle y acabar con su prestigio como instructor de una de las más famosas escuelas hípicas de Suecia.
La actuación y basura de un medio de comunicación televisivo, que exploró sus posibles ganancias económicas, realizó un reportaje defendiendo al acusado, al recluso. Denunciaron la condena de 'un inocente'. Aquella emisión mediática destrozó la vida de aquellas jóvenes que, por cierto, eran campeonas nacionales de competiciones hípicas de salto de obstáculos. Todo un país pensó que habían mentido, tras visionar cómo un medio abusivo se dedicó a perseguirlas y mostrar sus vidas privadas a través de la más burda manipulación de la información y de las imágenes.
Con el paso de los años -y ya no cuento más desenlaces de la serie-, se producen hechos que llevan a la justicia divina, acciones que sanan heridas y levantan la voz frente a los abusos sexuales, físicos y psicológicos que generaron años de angustia para las víctimas.
Esta serie me ha revuelto las tripas. Sucedió en los años noventa, en un entorno deportivo podrido, en el candelero de un deporte aclamado por un país. La equitación y su federación sueca escondieron estos abusos; a nadie le interesaba que salpicaran al buen medallero de campeonas y a esos señores que presiden todas las federaciones deportivas. Porque siempre han sido señores. Hoy siguen siendo señores.
Recomiendo que puedan seguir esta serie, porque recuerda, con absoluta claridad, todo lo que sucede en este país tras la victoria mundial de las mujeres futbolistas de la Selección española. El poder de los hombres. El patriarcado que no cesa y que se siente impune. El machismo ambiental que respiramos. Ese famoso Rubiales, personaje machista y patético. Esa Federación de Fútbol machista y patética.
La gran respuesta social, nacional e internacional, debería provocar la caída en picado de las estructuras deportivas de este país. No pasará. De hecho, han seguido la ruta, de manual misógino, de culpabilizar a la víctima, de asentarle puñaladas anímicas insoportables para cualquier mujer joven. De lanzar contra las mujeres futbolistas una daga que busca sembrar la duda.
Por fin ha surgido con toda la fuerza este debate, esta realidad. Porque las mujeres llevamos muchos años sufriendo este tipo de discriminaciones y abusos. Somos miles de miles las mujeres quienes hemos sido víctimas de este tipo de agresiones sexuales, físicas y psicológicas a lo largo de nuestras vidas. Y doy fe. A mí también me han acosado laboral y personalmente, me han usado y me han agredido psicológicamente. Y no quiero que se repita, no quiero que estas situaciones, que esta mentalidad y acciones machistas sigan campando a sus anchas. Son demasiados años, décadas de gritos, luchas, reivindicaciones. El feminismo nunca se ha detenido. Jamás.
Ya está bien. Hoy se ha destapado el machismo ambiental que copa los estamentos de poder, de todos los poderes. Hoy, además, las mujeres están siendo sometidas a juicios sumarísimos con los nuevos ayuntamientos y gobiernos autonómicos donde la derecha del PP y su ultraderecha de Vox siguen negando la violencia machista. En este país contamos también con un gran Manipulador. Con unos cuantos manipuladores. Es insoportable.
El regreso a la ciudad ha sido tremendo. La psicosis predestinada a sufrir una gran gota fría ha quedado en nada en Castellón, unas fuertes tormentas y poco más. Pero sí que ha sido intensa y devastadora en el Norte, en el Maestrat castellonense y tarraconense. La gran presencia de barrancos y desembocadura de ríos, junto a un pésimo desarrollo urbanístico, ha anegado esta zona. La gota fría ha sido la señal del regreso a casa. Esa marca que nos encoge y que, con una falsa premonición, nos ubica en el deseado otoño, ese estado que, por cierto, nada tendrá que ver con la realidad calurosa que nos espera.
Mi mejor regreso ha sido el aroma a sofrito de paella de pollo y verdura que ha recorrido los tres patios interiores de mi casa. Brutal. He añorado estos olores que me ponen la piel chinita. La mañana del domingo en Castellón ha sido totalmente culinaria. Decirles que mi vecina me ha esperado todo el verano con esa ansiedad que genera la edad, la suya y la mía, con ese deseo de apretar fuerte entre los brazos a las personas estimadas. Es la felicidad de seguir celebrando las pequeñas cosas.
Mi vecina no se ha movido de la ciudad, ha sufrido los picos de calor como una guerrera, eso me dice. Ha usado los trucos de dormir tras ducharse, con pulverizadores de agua, con el único aparato de aire refrigerado, desde el salón, a toda potencia durante casi todo el día. No lo ha pasado muy bien, me dice. Pero ayer, domingo, la temperatura era celestial con esta breve tregua que debemos agradecer a la primera Dana de la temporada.
Esos olores oníricos que me han recibido en Castellón procedían, entre otras casas, del piso de mi adorada vecina. Me cocinó una magistral paella, con todas sus señales, con todos sus manjares. El arroz, en su punto, escondía rincones donde dormitaban el picadillo de higaditos de pollo y conejo que enorgullecen cualquier sofrito. Mi aportación fueron esos tomates gigantes de Morella, que definieron mis nietos, y que procedían de Alcalà de Xivert y del Bajo Aragón. Los últimos tomates de este verano, degustamos con anchoas de Vinaròs, manzana roja crujiente y el mejor aceite de oliva del Maestrat.
Acabamos la tarde del domingo contando nuestras cosas, bebiendo, como siempre, esos chupitos de absenta de Segarra, de Xert. Y la vida nos ha devuelto a una rutina que hemos calificado maldita, impostora, surrealista, con un gobierno autonómico ridículo, ignominioso con la lengua del país de los valencianos, machista, capaz de arrodillar a las jóvenes deportistas, capaz de mofarse de la cultura y de la vida de las personas. Sobre todo de las mujeres, añade mi querida vecina.
Buen martes, buena suerte.