MURCIA. Seguro que a todos nosotros nos han contado de pequeños que si nos portamos mal va a venir a casa un señor y nos va a secuestrar y llevar con él en un gran saco. O que si nos alejamos demasiado de nuestra casa nos vamos a encontrar con él. Tal vez seas tú mismo quien se lo habrás contado a alguno de tus hijos o nietos, en un intento de calmar los ánimos en casa o simplemente para atraerles la atención hacia lo que quieres enseñarles. Cierto es que toda esta historia se esconde en un folclore popular inmenso en donde aparecen cientos de versiones de una misma historia con una moraleja clara: sigue los consejos de tus mayores a pesar de que en un principio no los entiendas, pues de esa manera evitarás muchas situaciones peligrosas o como mínimo complicadas en tu vida. Bien, lo curioso del artículo de esta semana se centra en que esta leyenda se basa en una terrible realidad.
Es cierto que desde el siglo XVIII documentamos este tipo de historias en el entorno de las zonas del Altiplano, en la Huerta de Murcia, en el Valle del Guadalentín y por el entorno del Campo de Cartagena y Mar Menor. Siempre centradas en un hombre anciano, alejado del mundo, ermitaño y desconectado de la vida social. Era conocido como el Tío Saín y tenía un hambre atroz y voraz. Se decía que vivía en las zonas montañosas y que rara vez se dejaba ver por las calles de las ciudades; de la misma manera se comentaba que cuando salía le era igual cazar a un jabalí, un conejo o cualquier otro animal, incluidos niños y niñas. Incluso se decía que le encantaba la carne de los pequeños y les incitaba a seguirle, colocando caramelos o dulces por los caminos a modo de anzuelo para generar sus trampas y así conseguir esa carne que tanto le gustaba cocinar. Se hablaba también de que hacía brebajes con las vísceras de los niños, los cuales consumía para alargar su propia vida.
Por este motivo en los pueblos, aldeas y ciudades se comienza a relatar diferentes historias en donde estos individuos andaban a sus anchas cazando y devorando a los pequeños de la familia, y se les decía que nunca debían de andar solos, que nunca aceptaran regalos de desconocidos y que nunca se fueran con extraños. En antropología este tipo de fábulas se las conoce como leyendas protectoras, encaminadas a la eliminación de peligros y a preservar la vida de los más indefensos, aunque al hacerlo se les condicionara su propia libertad y se les generara un miedo -en ocasiones infundado- hacia lo que les resultase novedoso o desconocido.
Pero la historia que da origen a la leyenda del hombre del saco en nuestra Región de Murcia no se encuentra enmarcada en este tipo de fábulas o cuentos asombrosos, sino en un caso real analizado por uno de los cronistas de Cartagena, José Sánchez Conesa, quien rescata un episodio ocurrido en la ciudad portuaria a principios del siglo XX.
Corría el 24 de enero del año 1924. La ciudad estaba anclada en una aparente monotonía y cada uno de sus habitantes pasaba las horas en sus quehaceres diarios. De repente esa aparente tranquilidad se vio rota en la que hoy es Calle Caridad. Antonio Martínez, vecino de zona, corría con un niño desangrándose en sus brazos. Entró rápidamente en el antiguo Hospital de Caridad y fue atendido el pequeño rápidamente. Las heridas no revestían peligro vital pero sí eran muy aparatosas. Sangre en abundancia le salía por la boca y por su pierna derecha.
Al principio todo el mundo pensaba que don Antonio era el padre de esta criatura, pero resultó que no era así, y sus padres fueron localizados en su propia casa, afincada en la Cuesta de El Batel. Antonio declaró a la policía que al entrar a su domicilio, al finalizar la Villa y Condado de Santa Lucía, el niño estaba en la puerta de su casa desmayado. Álvaro, que era como se llamaba este pequeño de 13 años tardó unos cuatro días en recobrar la consciencia y al abrir los ojos se percató que estaba rodeado de monjas, médicos, sus padres y la propia policía. En las primeras horas no llegaba a entender nada de lo que le había ocurrido pero poco a poco fue recordando momentos de los días anteriores, todo en una gran nebulosa.
La experiencia que contó para nada dejó a nadie indiferente. Decía que esas heridas se las había realizado un "amigo" suyo, que había conocido en la Navidad del año 1923 y que se llamaba Enrique (a la postre Enrique Ors, de Alicante). Comentaba que era un señor muy simpático, de avanzada edad, bien vestido, que olía bien y que hablaba extraño (lo de hablar extraño hemos de entender que era por sus acento diferente).
Lo curioso es que este señor le propuso que se ganara unas monedas todos los días si lo ayudaba a vender objetos de plata por los negocios y las casas del centro de la ciudad. Álvaro acepta y cometió el error de que no se lo comentó a sus padres, por lo que el impacto ante la noticia sobre éstos fue aún mayor. Nuestro pequeño protagonista continuó relatando que un día este señor le dice que tienen que ir a un lugar cerca del Castillo de San Julián, a las afueras de la ciudad. Extrañado por el lugar pero confiando en Enrique decide acompañarlo sin problemas. Justo en el momento en el que nadie los veía es acorralado por este sujeto y, situándolo contra una pared, le arranca el labio inferior, comenzando a beber la sangre que emanaba de la herida. Cuando estaba saciado se sacó del bolsillo una navaja de barbero -de estilo berdugillo- y le corta parte del gemelo derecho, comiéndoselo delante del pequeño. Muy posiblemente y a consecuencia de la adrenalina Álvaro se libra de él dándole un empujón y consigue llegar a casa de Antonio, en donde cae totalmente desmayado. El resto de la historia ya la conocemos.
A consecuencia de este hecho se organizan grupos por la ciudad para localizar a este hombre y Cartagena se vuelve una ciudad triste, desconfiada y llena de venganza. De hecho sabemos que algunos forasteros recibieron suculentas palizas pensando que eran este hombre que bebía la sangre de los niños.
El clima de agitación social fue creciendo con los días y se llegó a la conclusión, por parte de las autoridades, que había que poner una rápida solución. Así pues, la policía en colaboración con el propio Ayuntamiento busca a alguien que se pareciera a la descripción que había hecho Álvaro de su agresor y, al parecer, encuentran a un vagabundo que se parecía bastante. Pactan con él la imputación y condena de unos hechos terribles a cambio de protección, cama y comida en la prisión de San Antón. Desde ese momento – septiembre de 1924 – se comienzan a distribuir octavillas con un dibujo que reflejaba a un hombre anciano y un saco. En ellas se podía leer: "Cuidado con este individuo, dad la voz de alarma si lo veis, pues secuestra a vuestros hijos y se los come".
La explicación ante estos hechos la encontramos en que este señor estaba enfermo de tuberculosis y había escuchado en sus padres y abuelos una leyenda que afirmaba que la sangre -sobre todo la de niño- podía alargar la vida y curar cualquier tipo de enfermedad. Esta creencia la podemos datar a lo largo de toda la historia de la humanidad y en todas las culturas. En ocasiones, la desesperación por salvar una vida, hace que el ser humano se convierta en el monstruo más terrorífico de nuestras pesadillas.
* Santi García es responsable de 'Rutas Misteriosas' y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural'