MURCIA. Pablo Iglesias nunca debió abandonar el Gobierno. Primero por respeto a quienes le siguieron y confiaron en él; por consideración hacia una inmensa cantidad de personas que creyeron en sus ideas y sus anhelos de transformar la sociedad; por los cinco millones de españoles que le votaron en 2016. Tantos años de promesas de una tierra prometida, luchando contra viento y marea, desafiando al bipartidismo, al sistema y a la historia, para acabar desapareciendo motu proprio un año y medio después de alcanzar el Gobierno, el instrumento más eficaz para cambiar la vida de las personas (al menos que conozca un servidor). Como ministro de pleno derecho que era, tenía en su mano dejar un legado útil: impulsar leyes, establecer medidas, buscar acuerdos…. Ayudar a la gente. Demostrar que Podemos había venido a la política para eso. Lo que han intentado sus compañeros, con más o menos acierto: Garzón, Díaz, Montero... Pero no lo hizo. Prefirió recluirse en lo que más le gusta: en las tertulias, en la influencia de los medios de comunicación, en las luchas internas, en la política espectáculo que dedica horas y horas al show pero no cambia nada ni aporta una mísera medida real. Unas tareas que Iglesias, profesor y animal político, ciertamente domina como nadie; no en vano hablamos desde el punto de vista intelectual de uno de los políticos más brillantes que hemos visto en los últimos años.
Y, segundo, nunca debió dejar el Gobierno por pura estrategia política. Nunca debió renunciar al poder, el mismo que tanto ansió y que, increíblemente, cedió aquella noche de mayo de 2021, tras el fiasco de las elecciones de Madrid. Desde entonces Podemos, que tanto le debe a Iglesias, entró -¿o aceleró?- en una deriva decadente que encara un triste fin el próximo 23 de julio. Engullido por su propia criatura, Yolanda Díaz, la misma que señaló y auspició. La misma que hizo precisamente lo contrario que Iglesias: gobernar y aprobar reformas; escuchar a los sindicatos e intentar el diálogo con los empresarios siguiendo la mejor tradición sindicalista; demostrar que la izquierda no sólo son horas de debates estériles de ideologías, sino que también puede ofrecer pragmatismo y soluciones. Y la misma que, como animal política que también es, supo aprovechar el vacío de Iglesias para sibilina y sutilmente absorber a Podemos. No, Yolanda Díaz no hace la campaña que le gusta a la derecha; Yolanda hace lo que la izquierda quiere. ¿O acaso son sospechosas las otras 14 formaciones que se han integrado en Sumar?
Ignoro cuál será el futuro de Podemos a partir del 23J. Cómo subsistirá a la pérdida de su marca. Si la llama morada de Podemos logra mantenerse viva en lugares como Murcia será precisamente por algunos de sus mejores activos que todavía quedan, como María Marín en la Asamblea Regional (y que a buen seguro volverá a ejercer una oposición implacable, como hizo la anterior legislatura). Es cierto que la decadencia electoral empezó antes de 2021, con motivos más profundos. Pero Podemos era Iglesias; así lo convirtió él con su personalísima forma de liderar. Y aquella decisión que tomó el propio Iglesias, tan legítima en lo personal -sí, el acoso personal que sufrió es indignante-, ha resultado un sonoro fracaso. Perdió el poder -que nunca tiene piedad- y dos años después perdió el partido.