MURCIA. Sí, el Cristo de Araceli, como el Cristo de Velázquez o como el Cristo de Murillo. Así, nominado por el autor, la autora en este caso. Un Cristo apenas posterior al Descendimiento, y en Espíritu. Un Espíritu que solicita la Venia del Padre, para venir a abrazarnos. Y yo lo imagino, en esa superior dimensión, abrazando a los primeros redimidos, Adán y Eva, espiritualizados en las imágenes de Durero. Y, luego a toda la Humanidad. Ha sido sacrificado para eso. No para infundir piedad en unas imágenes que honestamente bien cumplen la misión de allegar la fe al pueblo. El Sacrificio tuvo tiempo y lugar, ocasión, para redimir a la especie humana.
Dura un instante sólo. Menos aún, un cuanto de segundo, un nanocuanto de segundo; pero ahí nos deja el abrazo. Es el abrazo del Cordero a los verdugos redimidos y a su descendencia.
Todo en un leve tono de la franja que va del sepia al canela. Una vibración cromática que redunda en lo franciscano. Un color místico, opuesto a la opulencia, a la espectacularidad arcoirisada del lujo y la ostentación. Es un Cristo, no desnudo, sino despojado. Se sortearon sus ropajes, aún en el Pretorio, y su desnudez hacía brillar más su sacrificio. El Cristo de Araceli es el Cristo de los Abrazos, un abrazo para cada humano, como primera providencia luego de expirar. Ya ha sido sacrificado, y, tras el abrazo universal, en el soplo siguiente del tiempo infinito, ya estará en brazos de José de Arimatea y sus servidores, que lo cubrirán de ricos paños de pudor y una mesurada, discreta elegancia.
Araceli Reverte, la pintora, ha escogido un ángulo asimétrico, para captar el momento, el esqueleto de momento del cuadro. Su pincel ha sido como esa cámara nerviosa y convencional que no supo coger el centro perfecto del encuadre. Como en Las Meninas, no coinciden el centro del cuadro con el centro de la estancia; una estancia que es el cielo, ya abierto del Descendimiento entre sus deudos. Es un aparente desarreglo convenido, que no hace otra cosa sino potenciar el abrazo otorgándole verismo y naturalidad. Un movimiento, alternativa y espacialmente praxiteliano, desde sus pies a la cabeza, al Cielo volteada, que convoca a todos los clásicos de la pintura y la escultura desde la Antigüedad a nuestros días. Es una escultura pintada. O una pintura esculpida. Es un mensaje de Fe y de Arte, hondamente humano: es el Cristo de Araceli.