MURCIA. Confieso que siempre he sentido envidia de aquellas personas que viven y disfrutan apasionadamente. Me siento fascinado por los perfiles de amigos y conocidos que cruzaron la frontera de las aficiones y los gustos y quedaron atrapados en el mundo de las pasiones. No me refiero ahora a los enamoramientos, a esa sobreproducción de testosteronas, dopaminas y oxitocinas que provocan cambios radicales en el cuerpo, en los que se alterna hasta el agotamiento la euforia con la depresión. Este tipo de alteraciones psicosomáticas compulsivas merecen un tratamiento monográfico.
"SU LEMA DE VIAJE ES QUE Ya descansarás cuando te mueras"
Estoy hablando de Carlos, capaz de gastar todos sus ahorros para organizar una nueva expedición y volver a intentar coronar la cumbre del Himalaya que se les resistió en el último intento; o de Paco, jubilado de tareas profesionales, desde hace años, pero no de las escaladas que sigue practicando ininterrumpidamente, al menos una vez por semana. Me refiero a Esperanza, fascinada por la enología, que ha hecho de su afición, su dedicación ininterrumpida, las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días al año. Hablo, también, de Amparo, joven y brillante estudiante de postgrado, que acaba de abandonar una prometedora carrera en Derecho comunitario para dedicarse en cuerpo y alma al aventurado mundo del periodismo.
Incluyo en esta relación de "trastornados", felices de su condición, a Héctor, quien decidió cambiar su vida y trasladarse al campo, para poder levantarse cada madrugada, haga frío, llueva, o nieve, para pasear a sus perros, e intentar, cuando le es permitido, la difícil tarea de abatir una pieza de caza. También de Manolo, abogado de éxito y, en apariencia, una persona cabal, quien hace años que dejó de ser un discreto y pacífico seguidor del Barça, para desempeñar el sorprendente papel de militante acérrimo e incondicional, con algún rasgo patológico durante los partidos que vive con gran intensidad. A mi cuñada Amparo debería incluirla aquí por su pasión por los viajes. Es una extenuante y fascinante compañera de aventuras. Fascinante por su capacidad para disfrutar y hacernos disfrutar cada detalle de los viajes que planifica a la perfección, con varios meses de antelación; extenuante, por su ansia inagotable de visitar, sin pausa ni descanso, todos y cada uno de los lugares de interés cultural, (con especial fijación por las iglesias de cualquier tamaño y condición) desde el amanecer hasta el ocaso. "Ya descansarás cuando te mueras", es su lema de viaje.
Acabo esta larga relación, que mis queridos lectores podrían ampliar con muchos más nombres, con María, enamorada del piano, que aprovecha cada ausencia de los vecinos (y su amenaza de denuncia) para practicar con entusiasmo y constancia una nueva y exigente pieza de su repertorio, aun a sabiendas de que jamás la estrenará en auditorio alguno; con Tomás, practicante incansable de los deportes de aventura por todo el mundo, actividad que alterna con la fotografía de naturaleza salvaje. Finalmente, me referiré a mis admirados Miguel Ángel, José Luis y Juanmi, campeones de España de tiro con arco, quienes siguen recorriendo el país y, cuando pueden, el mundo en su búsqueda, no de un nuevo trofeo, como la gente no iniciada podría suponer, sino de una satisfacción mucho más íntima y exigente: la diana perfecta.
¿Qué tienen en común todas estas personas citadas? Pues haber superado la condición de mero "practicante por placer" de un arte, oficio, ciencia o deporte y haber pasado a "sentir un apetito vehemente", en el disfrute de su afición; esto es, que se dejan llevar por sus sentimientos e impulsos en el disfrute de la misma, aunque a su alrededor no todos les entiendan. Parece una ligera diferencia, pero, aunque a nivel hormonal, sólo se trate, de un aumento en la cantidad de dopamina en sangre, desde el punto de vista conductual, la diferencia es muy clara y radical: mientras que tú tienes una afición, la pasión te tiene a ti. Y no debe ser fácil mantenerse constantes en la práctica de una pasión en un país donde la educación se ha centrado durante siglos, precisamente, en la lucha contra las pasiones, vistas como cercanas al descontrol e incluso a la adicción. Yo, que tan sólo he logrado breves, pero gozosas etapas pasionales en mi vida, discrepo de ese punto de vista.
¿Qué hay de malo en que algunas personas se habitúen a niveles más altos de dopamina en su cerebro si ello les proporciona mayor felicidad? ¿Acaso no es posible disfrutar de estilos de vida más intensos con mayores emociones, e incluso riesgos? ¿Por qué vemos como desafiantes y transgresores tales comportamientos? ¿Qué tal si, mientras meditamos sobre la conveniencia de avivar alguna pasión personal adormecida, intentamos pasar de la crítica a la aceptación de la diversidad?
Confieso públicamente que en diciembre del pasado año me sorprendí a mí mismo, disfrutando con una emoción inusitada del partido final del mundial entre Argentina y Francia. Sucedió en Chicago, entre un grupo de buenos amigos argentinos, brillantes investigadores de la Universidad de Illinois. Huérfano de selección, y a pesar de no ser un gran seguidor del futbol decidí unirme, como un aficionado más, a la del querido país hermano. Inenarrables los momentos vividos con Chelo, Adriana y Kuai, en una de las más espectaculares y vibrantes finales de la historia. ¿Hubiera disfrutado lo mismo, si hubiese decidido ver el partido como espectador ecuánime e imparcial?
Siguiendo en un contexto argentino, finalizo compartiendo con todos ustedes la frase que Pablo (Guillermo Francella) le dirigió a Benjamín (Ricardo Darín) en esa extraordinaria película, El secreto de sus ojos. En una magistral escena, Campanella, personifica en un incondicional del Racing de Avellaneda (35 años sin ganar un título de liga) el perfil psicológico de quien está atrapado por algo más que una afición. "¿Te das cuenta Benjamín? Un tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios…Pero hay una cosa que no puede cambiar: No puede cambiar de pasión".