Cerebro y Conducta / OPINIÓN

Diagnósticos por la cara 

29/09/2020 - 

MURCIA. Una prioridad en la lucha contra la pandemia es la detección rápida de las personas infectadas para proceder a su aislamiento. En los intentos para lograrlo llegan noticias, asombrosas en principio, acerca del adiestramiento y uso de perros para identificar personas contagiadas por la covid-19. No debe extrañar ya que algunas enfermedades llevan con el tiempo a que el cuerpo produzca sustancias volátiles que pueden ser captadas por el sistema olfatorio. Muchos animales evitan el contacto y la cercanía de sus congéneres enfermos, mecanismo que limita la propagación de enfermedades infecciosas. Hay también perros que pueden detectar en las personas distintas enfermedades, incluyendo algunos tipos de cáncer, sin que se hayan identificado en todos los casos qué moléculas son las que intervienen.

"El ser humano parece protegerse de las enfermedades infecciosas con una respuesta que le permite detectar con rapidez la enfermedad en otros"

El ser humano puede distinguir también en algunos casos entre personas sanas y enfermas a partir de señales olfatorias. Para estudiarlo, investigadores suecos y norteamericanos provocaron artificialmente en voluntarios sanos una respuesta inflamatoria típica del sistema inmunitario, semejante a la reacción a una infección bacteriana. En poco tiempo, unas dos horas, el olor del sudor de estas personas cambió bruscamente y se volvió más intenso y desagradable que el de las personas a quienes no se les había provocado la respuesta de inflamación. Este olor desagradable puede inducir en otros la evitación y el alejamiento del enfermo, protegiéndoles del posible agente patógeno y de la propagación de la infección.

Más interesante aún es que esta reacción de rechazo pueda producirse al contemplar el rostro de una persona desconocida en la que se haya provocado la respuesta de inflamación. Y ello sin que existan señales evidentes que se puedan percibir a simple vista, como cambios en el color de la piel, la mirada o la forma de andar, o por estornudos, tos o mucosidad nasal. La investigadora alemana Christina Regenbogen y colaboradores provocaron la respuesta de inflamación con el procedimiento anterior en voluntarios sanos. Las fotografías del rostro de estas personas se percibían como menos agradables que las de las personas sanas. Además, observaron que si se combinaban las señales olfatorias y las visuales, la impresión de estar ante una persona enferma era mucho más fuerte. Al examinar, a través de técnicas de neuroimagen cerebral, a quienes evaluaban a sanos y enfermos comprobaron que se activaban más intensamente las regiones que detectan, procesan y combinan la información olfatoria y visual.

El ser humano, como otros animales, parece protegerse de las enfermedades infecciosas con una respuesta conductual que le permite detectar con rapidez la enfermedad en otros, lo que completa la respuesta del sistema inmunitario. Las señales a veces sutiles e inconscientes de enfermar provocan reacciones desagradables, así como conductas de evitación y alejamiento que dificultarían la transmisión del agente infeccioso.

No hará falta educar el olfato o la agudeza visual para darse cuenta de si un familiar, un vecino o un compañero de trabajo están enfermos. Las narices electrónicas, muchas ya en uso, detectarán las partículas olorosas asociadas a la enfermedad. Posiblemente se complementen con sistemas de exploración del rostro para captar otros aspectos sutiles que acompañan a las dolencias. Igual que ahora se mide la temperatura al entrar en el colegio o en un comercio, pronto se sabrá a distancia si estamos enfermos o infectados, o lo comprobaremos nosotros mismos más de cerca con nuestro reloj o teléfono.

En algunas especies, y muy frecuentemente en el ser humano, la enfermedad no provoca siempre alejamiento sino justo lo contrario: cercanía, ayuda y consuelo. La combinación de ambas reacciones, evitar el contacto con el infectado y atenderlo debidamente, es al final lo más eficaz en combatir las enfermedades infecciosas.

José María Martínez Selva es catedrático de Psicobiología en la Universidad de Murcia.

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