MURCIA. El sol se alzaba sobre el Segura este miércoles, alumbrando un nuevo camino hacia San Esteban: Ciudadanos y PSOE negocian tomar a golpe de moción en mitad de la pandemia los gobiernos de la ciudad de Murcia y de la Región.
López Miras ha sufrido, como antaño en el senado romano, una traición por sus propios socios, que no amigos. Vidal y sus legiones naranjas se han rendido ante un derrotado y desprestigiado socialista, Diego Conesa, y el precio a pagar ha sido alto para los murcianos. En plena pandemia, el juego se ha convertido en guerra, y somos los gobernados quienes quedan a la deriva.
Protagoniza este desvarío Vidal, la misma que semanas atrás alentaba a no hacer grandes cambios en la estructura de los gobiernos en estos tiempos por la inestabilidad que supondría. ¿Es Vidal la inestabilidad encarnada?
La Región de Murcia podría ser gobernada por Martínez Vidal, la lideresa de Ciudadanos, que tiene seis escaños de los 45 totales, apoyada por el PSOE, quien recibiría la alcaldía de Murcia, pudiendo copiar la fórmula que existe en Lorca: PSOE y Ciudadanos apoyados por Podemos o IU.
Si años atrás Ciudadanos arrebató la presidencia a Pedro Antonio Sánchez por estar acusado por la justicia, hoy hará vicepresidente de la CARM a alguien en similar condición. ¿Cómo explicaría a los murcianos su injusta y poderosa hipocresía? ¿Cómo podría Vidal, con sus seis escaños, decirles a los murcianos que es su presidenta?
Ciudadanos ha vuelto a hacer gala de su niñez e inmadurez política. No ha sabido concebir la gravedad de la crisis en que estamos sumidos. Vidal gana, por supuesto, pero es una victoria pírrica
López Miras ha perdido la oportunidad, por su lentitud, pero también por la velocidad ajena, de convocar elecciones anticipadas. Ya es un político moribundo. Por tanto, el PP deberá permanecer en la oposición hasta el final de la legislatura, conllevando los vaivenes de los flujos de intención de voto que supondría, por primera vez en más de dos décadas. Ante esto último, los populares tendrían una oportunidad de renovar sus filas.
¿Quién tomaría el testigo de López Miras? Distintos nombres se susurran por los pasillos de toda la Región: Pepe Ballesta, al que echarían de la alcaldía de Murcia, pudiendo dar el salto; José Miguel Luengo, que haría lo propio, pero despegando desde San Javier; Patricia Fernández, que marcharía de Archena hacia el centro de la Región… La labor se presenta en una Murcia donde López Miras es el líder mejor valorado, según los datos del CEMOP, posicionándose de manera abrumadora sobre el resto de sus sucios contrincantes.
El rol de Ciudadanos es el propio de un partido medio, es decir, es quien, al cabo, termina por decidir quién gobierna y quién no, golpeando la balanza tantas veces como fuera posible hasta dar con la distribución de pesos que desea. Sin embargo, y quizás me haya excedido de necio o bienintencionado, llegué a pensar que Ciudadanos era un partido responsable, con conciencia política, que estaba a la altura de lo que significa representar y gobernar sobre más de un millón y medio de personas, pero me equivoqué.
Este repentino y predecible escenario ha dado pie a que también caigan en manos de liberales y socialistas los ayuntamientos de Caravaca de la Cruz, Ceutí, Fuente Álamo y Pliego, además del de la propia ciudad de Murcia. Fueron astutos los naranjas al optar por gobernar los dos primeros años de la legislatura en diversas localidades, pues eran conscientes de que este momento llegaría.
Muchos fuimos incrédulos ante los pactos a tres bandas entre el PP, Ciudadanos y Vox, aun cuando eran plausibles mayorías absolutas entre Ciudadanos y PSOE, y hoy vemos las consecuencias. Deben ser precavidos el resto de líderes autonómicos y alcaldes de las principales capitales del PP que gobiernan con un Ciudadanos que ha institucionalizado su giro a la izquierda. Esta infección se puede propagar a otros lugares, como Madrid, donde hay una tensión latente constante, afectando, en suma, a millones de españoles.
Ahora, estoicamente, deben los populares afrontar la picaresca de Vidal y la ingenuidad de Miras, cuyo coste les ha resultado elevado más pronto de lo que pensaban. No olvide el lector que, tras Julio César, arribó Marco Antonio: el tirano sustituyó al tirano. No hubo en la antigua Roma margen para una nueva democracia, para un nuevo mundo que hoy se nos promete a los murcianos por medio de una voraz lengua que esconde los colmillos más venenosos.