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TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

De malas o buenas gentes

25/12/2020 - 

A unos cuantos días de celebrar una Navidad que ya nos viene marcada por la falta de demasiados abrazos y por esta tristeza que, por mucho gel desinfectante que nos estemos echando a todas horas, ha terminado por quedársenos incrustada en la piel, me había propuesto escribir sobre cualquier tema que transmitiera buen rollo y un poquitín de esperanza. Pido disculpas porque hoy no va ser el día. Últimamente hay pocas noticias felices sobre las que una podría escribir.

Llevo semanas y semanas recibiendo llamadas y mensajes de personas y familias a las que no les llegan sus ingresos ni para comer; a los que acribillan con papeleos y preguntas que no saben responder y que lo único que quieren es poder llenar sus neveras o que les hablen con un poquito de cariño y respeto. Son demasiadas historias tristes y todas muy similares. Soy consciente de que estamos atravesando una crisis sin precedentes, pero es inevitable preguntarme qué se está haciendo mal en materia de protección social en esta Región para que tantas personas se sientan tan desprotegidas, o si quizás, no necesitaríamos todos y todas hacer un cursillo urgente para aprobar en materia de empatía y solidaridad.

Hace unos días me enteraba de que La Coordinadora de Barrios, una entidad social que trabaja con los colectivos más vulnerables desde hace más de treinta años en esta Región y también en mi pueblo, Alcantarilla, se había quedado fuera de una subvención regional a la que aspiraban. 

Las razones que se les dan pasan desde el criterio técnico para uno de los proyectos presentados, a la falta de presupuesto para los cuatro restantes. Sin más explicaciones a sus trabajadores ni a los cientos de familias a las que ayudan diariamente y dependían de estas ayudas. 

Lo cierto y más triste es que me comunican que no podrán seguir realizando su labor de manera total a partir de ahora. Solo espero que sea un error, que se solvente lo antes posible y que alguien sea lo suficientemente valiente como para darse una vuelta por esta entidad social -como ya lo hicieron antes, cuando vinieron a prometerles esas ayudas que ahora les han negado-, que los miren a los ojos y que, al menos, les den una explicación consistente que pueda justificar estas decisiones.

Esta misma mañana, para rematar la semana, leía sobre el conflicto que se ha generado por el traslado de una guardería y de todos sus niños y niñas. ¿Qué importancia podría tener esta noticia? Es una guardería, como cualquier otra, que tan solo pretende cambiar de ubicación, pensaréis.

Parece ser que hay determinados niños que solo deben aprender y jugar en determinados barrios. Nunca en otros y siempre en base a qué nivel social tengan sus familias. Sí, ya sé que lo que estoy diciendo no debería tener sentido, que estamos en el siglo XXI, que tenemos una Constitución que nos ampara y defiende sin distinciones y que la Declaración Universal de los Derechos de los Niños dice, que todos los niños y niñas tienen el derecho a la igualdad sin distinción de raza, credo o nacionalidad y el derecho a recibir educación y a disfrutar del juego. Pero, siento deciros que aquí, en nuestra propia Región, hay personas que son capaces de manifestarse para que estos derechos no se cumplan.

Algunos vecinos, quisiera pensar que no son la mayoría, de una determinada pedanía y con su alcalde a la cabeza -del Partido Popular, por cierto-, se están manifestando contra la intención de Cáritas de ubicar en la parroquia de este barrio una guardería infantil para niños desfavorecidos, por la elocuente razón de que atraerán “mala gente” y, claro está, entonces este barrio tan “guay” dejaría de serlo.

Y yo, que ya os he dicho que pensaba escribir sobre cualquier cosa que diese esperanza, me he ido quedando sin respiración y sin ella, y he decidido que no, que lo que me correspondía era hacerlo sobre esta vergüenza y sobre la diferencia entre la “buena y la mala gente”, según qué diferentes prismas de visión se empleen para ello. Porque lo que esos vecinos y ese alcalde califican como “mala gente”, en realidad no son más que los padres y las madres de unos niños, como todos los demás, pero, quizás, de otras razas, con otro color de piel, con otras creencias o con menos suerte, pero que lo único que quieren es seguir yendo a su guardería para poder aprender y jugar.

Dice este pedáneo que insta a los residentes a protestar “lo que haga falta”. Y digo yo, ¡qué faltaría más! Que no escatimen en medios, que saquen pancartas contra esos niños y niñas, contra sus familias vulnerables, contra Cáritas y contra todo aquello que pueda hacer que se tambalee su barrio en lo más mínimo, pero que pongan también en ellas, para que quede aún más claro, que la razón de su protesta es que ellos sí son de esa “buena gente” elegida, de los que dan limosnas a quienes las necesitan, pero solo de vez en cuando y muy ordenadamente; de los que prefieren mirar a la pobreza desde lejos, sin dejar que les roce en sus calles, en sus barrios o en lo más mínimo de sus tranquilas y, mayoritariamente, acomodadas vidas. 

Que lo sigan gritando, que nadie se lo impide, pero que tengan claro que enfrente tendrán a mucha de esa otra “mala gente”, entre la que yo misma me incluyo, aunque sea de su misma raza, que seguiremos defendiendo la justicia social y los derechos de todos los seres humanos, vengan de donde vengan, vivan en un barrio “guay” o en la peor y más apartada de las barriadas.

Escribía mi gran amiga, Magdalena Sánchez Blesa, poeta de patios y aceras, “que hay 194 países soberanos en el mundo reconocidos por la ONU, con su propio gobierno y completa independencia. Mi familia y yo somos extranjeros en 193 de ellos. Por eso les digo a mis hijos cada día, que no se les ocurra decirle a nadie que sobra de nuestro país, porque nosotros sobramos del resto del mapa”. Ella es una más de entre esa “mala gente” que yo sí elijo.

Defiendo que nadie debería sobrar de ningún país, pueblo o barrio, menos aún un niño o una niña, es solo cuestión de ampliar nuestros abrazos. Sé que esta no será una navidad más, pero pongamos todos un poquito de nuestra parte para que ningún ser humano se quede sin recibir su abrazo, aunque tenga que ser sin rozarnos y cubriendo nuestra sonrisa con una mascarilla.

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