como ayer / OPINIÓN

De la Merced al Malecón

2/12/2021 - 

MURCIA. En el relato de hace dos semanas sobre la historia del hotel Regina, al hacer referencia a la etapa en la que ofició como colegio mayor universitario se citó de refilón a los maristas, acreditada institución de enseñanza fundada en Francia en 1817 y establecida en Murcia desde 1903, aunque para entonces ya se encontraba radicada en Cartagena cinco años.

Es cosa sabida que en la actualidad cuentan los maristas en la ciudad de Murcia con dos centros. El más antiguo, La Merced, emplazado en el paseo del Malecón, fue inaugurado en septiembre de 1935; y el más moderno, en el barrio de Vistalegre, lleva por nombre La Fuensanta y se estrenó (lo estrenamos) en los primeros días de octubre de 1968.

Menos conocida resulta la procedencia del nombre oficial del primer colegio, que no es otra que la de su anterior sede: el desaparecido convento de la Merced, anejo a la iglesia del mismo nombre.

"Menos conocida es la procedencia del nombre oficial del primer colegio: el desaparecido convento de la Merced"

Los frailes mercedarios se asentaron en la ciudad desde los días de la Reconquista, pero fue en 1560 cuando se trasladaron al lugar que todos conocemos, edificando allí convento e iglesia. El primer templo fue construido en 1562, y el actual en 1705, alzándose la rica fachada barroca, presidida por la Virgen de los Remedios, una de las grandes devociones murcianas por entonces, en el año 1713, dato que el lector curioso podrá localizar inscrito en ella.

Que nadie piense que el hermoso edificio de la actual Facultad de Derecho de la Universidad de Murcia es el viejo convento mercedario. De él sólo se conserva el bello claustro trazado por Pedro Monte de Isla entre 1604 y 1628. El inmueble que lo envuelve fue obra del arquitecto Rafael Castillo y Sáiz, que se ocuparía también, unos años más tarde, de alzar el colegio llamado popularmente del Malecón.

Y sólo se salvó el claustro, porque el resto del antiguo cenobio de los frailes mercedarios se hallaba por entonces en pésimas condiciones. Haciendo un poco de historia al respecto, cabe indicar que aunque en todas partes se lee que la salida de los monjes, o exclaustración, consecuencia de la desamortización de Mendizábal, se produjo en el verano de 1835, lo cierto es que la prensa de 1822, y en concreto El Correo Murciano, ponía de relieve que el jefe político había pedido "al comisionado del Crédito Público el edificio del que fue convento de la Merced, de esta ciudad, para cárceles adicionales a las de la Nación".

Quiero esto decir que para entonces ya no ejercía el inmueble como convento, pero fuera antes o después, lo cierto es que sería subastado por la autoridad civil y adquirido, como tantos bienes desamortizados, por la alta burguesía local, y en este caso concreto por Miguel Andrés Stárico, cuyos herederos revendieron la propiedad a Mariano Girada en 1871 y los de éste a los hermanos maristas en 1925.

El 9 de junio del año siguiente, autorizó la Permanente del Ayuntamiento las obras que la institución de enseñanza pretendía emprender en el antiguo convento para reconvertir las venerables ruinas en espléndido y moderno colegio, que vendría a sustituir al que habían venido ocupando en la calle del Conde de Roche, próxima a la parroquia de San Miguel, y en concreto en la que había sido casa-palacio del propio conde. Y un año más tarde, se les concedió permiso para ampliar la construcción que estaban llevando cabo con dos nuevas naves.

Un amplio reportaje publicado por el diario El Tiempo en los primeros días de septiembre de 1927, con el nuevo establecimiento a punto para el estreno, daba una idea fiel de la transformación operada en el noble edificio conventual que ya sólo era abandono y ruina irrecuperable.

"El terreno que ocupa el edificio, junto con otras propiedades colindantes, también adquiridas por la Congregación, suma un total de unos nueve mil metros cuadrados. Para reconstruir el edificio hubo necesidad de comenzar por los cimientos, habiéndose demolido todo, a excepción de los magníficos claustros, que constituyen una maravillosa riqueza arquitectónica. Con muy buen acierto ha sido lo único que la demoledora piqueta ha respetado".

"Los recibidores son bellos y amplios; las aulas espaciosas, ventiladas e independientes; la cocina y los comedores reúnen todo confort; los dormitorios, ya comunes o celulares, responden a la máxima comodidad por su amplitud y a la más escrupulosa higiene por su ventilación; los servicios sanitarios son perfectos y están instalados de acuerdo con las modernas exigencias higiénicas; la enfermería y convalecencia están instaladas en la parte alta del edificio, salones llenos de sol y de aire. Los patios, cubiertos y descubiertos, son de una esplendidez extraordinaria y están perfectamente acondicionados para gozar de las caricias del sol en invierno y defenderse del calor en la época estival".

"La distribución de las dependencias todas no puede ser más acondicionada para los efectos a que cada una se destina. Cuenta este magnífico edificio con Salón de Actos (capaz para unas 800 personas), biblioteca escolar; Gabinete de Física; Laboratorio de Química; Museo de Historia Natural; Salas de Dibujo y de Gimnasia y, en suma, todas aquellas dependencias en orden con la importancia de un centro que está a nivel de los adelantos de la Pedagogía contemporánea. Verdaderamente, todas las dependencias de este suntuoso edificio que la benemérita Congregación de Hermanos Maristas ha levantado en Murcia, responden a cuanto anhelarse pueda. Es sin disputa el centro de Enseñanza que más comodidades ofrece entre los establecimientos análogos de casi toda la región, y uno de los edificios que más contribuyen al ornato de la ciudad murciana".   

Lo era, sin duda, pero todas esas bondades no dieron más que para ocho cursos escolares, porque la Universidad, necesitada de unas instalaciones acordes con su crecimiento, adquirió el inmueble en 1934 y, tras la construcción del nuevo colegio del Malecón, el actual, pudieron iniciar los unos en La Merced y los otros en el paraje huertano el curso 1935-36, el último antes de la Guerra Civil.

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