CRÓNICAS LIBERALES / OPINIÓN

Davos: una Utopía contemporánea

27/01/2020 - 

Al contrario que la Arcadia silvestre platónica, la Utopía descrita por Tomás Moro la manufactura el hombre. Esa comunidad pacífica y bienintencionada es la que los magnates, pensadores, políticos y personalidades varias han tratado de emular por enésima vez estos días en Davos. También de forma similar a lo que impera en Utopía, las propuestas de este Foro se aproximan más al sistema de propiedad común de los bienes que al de la propiedad privada, pues solo así se entiende su radical apuesta por la redistribución de la riqueza (vía impuestos y otros mecanismos) a escala global.

Sin embargo, existen dos diferencias fundamentales entre la hoja de ruta de Davos y la obra del Lord Canciller de Enrique VIII. En primer lugar, hay que señalar, pues lo evidente dejó de serlo hace ya tiempo, que, mientras que Moro describió, precisamente, una utopía, la comunidad de Davos ha diseñado y está implementando un plan del todo realizable. En segundo, Moro, como cualquier hombre de su tiempo, tenía un concepto de Dios, rey y patria que brillan por su ausencia en Davos. Los dos primeros parecen relegados en la esfera pública a tiempos pasados, pero es el último de estos términos el que merece especial atención.

Desde el nacimiento del Estado-nación, la sujeción y fidelidad de las personas a su país ha sido cuasi-férrea, lo que no obsta para que, con plena consciencia de su lealtad patriótica, existieran verdaderos ciudadanos universales, como los ha habido a lo largo de toda la historia. No obstante, esta forma de concebir el mundo, a raíz de fenómenos como el de la globalización económica, el desarrollo tecnológico, el flujo de personas, etc., ha cambiado rápidamente en apenas un siglo. Sin embargo, élites globales como las que se reúnen en Davos bajo la aspiración de marcar el rumbo del mundo (y, en ocasiones, consiguiéndolo) han acelerado ese proceso, dotándolo de una artificialidad que ha supuesto un exceso para millones de personas en todo el planeta. Y esto ha sido así especialmente en Occidente, lo que pone de manifiesto que, cuanto mayor es la presión e intromisión del globalismo, más contundente y visceral ha sido la respuesta en sentido contrario. El nacional-populismo acuñado por Steve Bannon, e incluso la nueva ola patriótica en Europa Occidental, no se comprenden sin la precipitación de este fenómeno. Una precipitación tan explícita que ha dejado en evidencia a quienes se hallan detrás de ella, que han quedado marcados no solo como “élites globales”, sino también como “globalistas”. El problema reside en que, si la aspiración globalista no es suscrita por un gran número de personas y líderes políticos (al panorama político mundial me remito), entonces, señalar que las autodenominadas élites globales son íntegra y exclusivamente globalistas se trata de un argumento falaz. En otras palabras, Davos queda reducido así a un club selecto, como apostilla el brillante historiador Niall Ferguson, el cual no representa la realidad de muchos de los países de los que proceden los empresarios y políticos que, estos días, han hablado de sus propuestas para la consecución de la Utopía.

En cuanto a las bondades de esta última, aunque no corresponde aquí analizarlas, conviene recordar que cada vez que, en nombre de la causa que fuere, alguien ha tratado de crear el Reino de los Cielos en la tierra, bien se ha vulnerado la dignidad de las personas, bien su libertad, o ambas. Y esto en el mejor de los casos. En el peor, han corrido ríos de sangre. Davos no debería perderlo de vista desde su jaula de oro.


@JuanASotoG

Juan Ángel Soto es director de la Fundación Civismo


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