MURCIA. Como hoy es la noche de Halloween, que a mí me parece estupenda, aunque no por las mismas razones que aquellos que se disfrazan de bruja y diablo sin tener ni idea del porqué, se me ha ocurrido hacer una relación de cosas que me dan miedo. Mañana es Todos los Santos, la festividad de los difuntos, así que he tenido un debate conmigo mismo porque también se me ocurrió escribir una lista de cosas a evitar el día que la diñe. A menudo se me ocurren listas de cosas que no sirven para nada. Este verano redacté una con palabras que en su día estuvieron de moda -casi siempre son neologismos de lo más innecesarios- y hoy nadie recuerda. Somos tremendamente injustos con nuestros caprichos lingüísticos. Con lo bonita que es la palabra downshifting y ya nadie la usa, y más ahora, cuando toca hacer downshifting sí o sí. También me parecía tremendamente poética la expresión has been. Aquí nunca arraigó mucho -demasiado complicada, supongo-, nos molan más expresiones bobaliconas y de poca complicación fonética, como brunch. En España poca gente solía usar has been, y eso que el has been es una especie muy española.
Bueno, a lo que iba. Las listas. La de las cosas que me dan miedo. La primera: la constatación de que teníamos de dejar atrás la pandemia, parece que la hayamos olvidado por completo. No queremos saber nada de una situación que ni siquiera hemos superado del todo. La única conclusión que hemos sacado es que aquí lo que prima es el sálvese quien pueda. No se me ocurre nada más terrorífico que la certeza de que el ser humano es idiota. Mientras escribo esta lista escucho a The Cramps y me entran ganas de releer a Horacio Quiroga y a Mariana Enriquez. Me gustan las celebraciones postizas y sobreactuadas que incitan a decorar la casa de una manera determinada. También es cierto que tengo calabazas de sonrisa macabra colocadas en la terraza durante todo el año, para que les hagan compañía a los flamencos rosa y a todas las baratijas que voy comprando en los bazares chinos. Mi terraza es un tempo de lo kitsch y lo camp, donde el buen gusto tiene el acceso restringido. ¿Cómo no voy a disfrutar con Halloween?
Pero sigamos con la lista, que me disperso. Después del descubrimiento de nuestra propia idiotez, ¿qué otras cosas pueden darme miedo? ¿Que me dé por ir al gimnasio vestido como cuando Santi Abascal sale a hacer deporte? Me da miedo entrar en la web de la Seguridad Social y mirar de nuevo los datos sobre mi futura jubilación. Por una parte, me excita mucho ver esa cuenta atrás que aparece en la pantalla: quedan x años, x meses y x días para su jubilación. Eso me gusta mucho, porque veo que este encadenamiento de piruetas, saltos sin red, equilibrios de funambulista y maneras de domador de fieras que es poder sobrevivir haciendo lo que uno hace, tiene un final. Lo que da miedo es la cifra estimada de lo que cobraré. Eso es terrorífico. Ya se me ocurrirá algo, me digo. Si a alguien de los que leéis esto se te ocurre algo al respecto, te escucharé atentamente.
Me da miedo que se me acaben las ideas. Siempre digo que no escribiré muchas novelas porque no tengo muchas cosas que decir. Y eso me da miedo porque me da miedo que al final todo acabe dándome igual, o no, o sí, porque entonces estaré tan carcomido por el escepticismo que no me quedarán ganas de protestar. Me dan miedo las redes sociales. Mucho. Tengo la sensación de que nosotros mismos estamos propiciando la destrucción de la inteligencia. Me da miedo el escaparatismo emocional, el fingimiento de lo que no es sentido, la virtualidad como filosofía para fabricar avatares que lloren y rían cosas que apenas nos importan. Pongo el disco de Dead Man’s Bones, un proyecto musical que activó Ryan Gosling hace más de una década. Tiene una canción en la que canta un coro infantil que me parece preciosa. El estribillo lanza una declaración de amor herido (por ti, mi cuerpo es un zombi) que los niños repiten con fuerza, envalentonados en su bendita inocencia. El amor, la vida y la muerte hacen un nudo gordiano y no sabes el miedo que me da si algún día dejo de emocionarme al percibir este tipo de cosas y el corazón se me queda como si fuese Santi Abascal vestido para hacer deporte. Ser un has been de mí mismo, qué miedo da eso.
Me de miedo ir a un reconocimiento médico y salir del ambulatorio con la noticia de que me quedan unos cuantos meses de vida. Me da miedo que mi coche patine, caer a una acequia de las que hay por donde vivo yo, y ahogarme entre agua sucia. Me da miedo que deje de importarme una grandísima mierda todo aquello que se supone que hay que ver, leer y escuchar porque un montón de personas se ponen de acuerdo para hablar de ello a la vez en una plataforma que hace billonarios a sus dueños a costa de eso. Me da miedo que, por una razón o por otra, me muera sin haber dejado por escrito lo que me niego a que se haga cuando esté muerto. Ni se os ocurra poner en mi funeral canciones que no haya elegido yo (en caso de que no lo haya hecho, hacéis los comentarios pertinentes sin música). Si alguien va a escribir sobre mi defunción en las redes sociales, por favor, ni me deseéis buen viaje (no me habré ido a Bora Bora, me habré ido al carajo) ni digáis que la tierra me sea leve porque juro que os haré poltergeists de esos. Salid en tromba a comprar mis novelas, la defunción de un autor es siempre un gran momento para reparar el error que supone no haberlo leído antes. Puesto que las personas tenemos la manía de morirnos -eso es de Berlanga-, al menos que sirva para que a uno le hagan un poco más de caso, aunque ya no pueda ser consciente de ello. El día que pase a formar parte del escuadrón formado por todos los santos, si me echas de menos búscame en mis novelas. Y en estos artículos también.