Danai Delipetrou es griega nacida en Atenas, pero cuando uno lee su nuevo poemario Constel·lacions o un baile de infinitos en tu portal (publicado por Postdata Ediciones y con ilustraciones de Luis Crespo y Alba Pérez), la siente también nacida valenciana, española, y sobre todo, estacional, en el amplio sentido que permite el concepto. El poemario de Delipetrou se instala en el tiempo y se desarrolla a caballo de este a diferentes escalas: la autora recorre los días de la semana, los meses —pongamos que hablamos, por ejemplo, de septiembre—, las estaciones, e incluso las fases zodiacales. El tiempo, lo único que importa y sobre lo que merece la pena escribir (el amor y sus contrapartes están hechos de tiempo), es la sustancia con la que la autora ha dado forma a estos poemas políglotas, cósmicos en su volar de estrella en estrella (¿de lunar en lunar?).
Si un ser procedente de otro planeta nos descubriese, podría considerar que todos hablamos el mismo idioma. Es decir: para nosotros, el chino y el portugués están muy lejos el uno del otro, pero con la suficiente perspectiva, son solo dos segmentos del gran código del lenguaje humano. En ese sentido, se agradece el uso de varios idiomas a la vez, entreverados, cuando la emoción lo pide. A Delipetrou esto le surge natural: sus poemas saltan de segmento para poder expresar lo que aquellos días y sus posteriores mañanas significaron: días de felicidad, y otros de recuerdo: "Jo li dibuixava versos d'oxigen a les mans / i el seu pel s'omplia de flors, / una per cada poema d'amor. / Ella respirava fort i, / amb cada batec, / es banyava en l'eternitat / vestida de cel i d'aigua marina. / Te'n recordes? / Encara era estiu".
O también: "La cicatriz / Nací un viernes de enero en un país / donde no hablan tu idioma y a veces / no entienden el mío. / Desde entonces, / el viernes es mi día favorito / y el frío me recuerda que sigo viva / aunque mi corazón se salte / algún latido que otro. / El día que te marchaste, / te escribí un poema tan triste / que nunca lo acabé. / No era enero pero sí hacía frío y los pájaros dejaron de cantar / fuera de mi ventana / y yo dejé de avisarte / que había llegado a casa bien por la noche cuando ya no estabas. / No fui a la playa aunque tal vez / debería haberlo hecho". ¿En qué lengua sucedieron estas memorias? ¿En cuál se codificaron? Los poemas de Constel·lacions nacen de los agujeros que nos legan las ausencias, no se dejan nada, ponen (casi) todo sobre el papel: "La novena pàgina del calendari / em conta que és setembre. / I jo anhele l'olor de pluja / i trobe a faltar / una posta de sol lenta, / un parell de poemes sense acabar / en la meua llibreta, / les ones que vaig guardar / en les meues butxaques / (per si de cas) / i els versos que vaig prometre / que serien els últims. / Mai ho són. / M'amague en la nostâlgia dels dies / que vindran / i d'aquell lloc / que mai vaig conéixer/ però les seues lletres / formaven la paraula / casa / en cada batec. / Com la paradoxa / d'una microeternitat / atrapada en un raig de llum aquell estiu". Nunca son los últimos versos cuando todavía queda tanto por decir. La imagen podría ser la siguiente: una persona, la autora, pide el último turno de palabra y comienza a hablar; habla y habla y lo que lleva en el pecho se convierte en un río que se extiende en el tiempo y desemboca en un hoy ideal que quizás exista en alguna dimensión de este universo vastísimo, que es espacio, y es tiempo, y es nuestras historias personales, las que han sido y las que podrían haber sido, las que nosotros hemos fijado a él para conservarlas, para preservarlas del gélido invierno del faltar y el calor abrasador de los mejores momentos, para completarlas de algún modo con una rúbrica final, porque al fin y al cabo merecieron la pena.