MURCIA. Pensamos a veces que las costumbres que vuelven cíclicamente, de la mano de las estaciones del año, se remontan no mucho más allá del tiempo de nuestros abuelos, las personas más distantes que, por lo general, hemos conocido. Sobre todo si se trata de cuestiones menudas, de tradiciones vinculadas a un tiempo litúrgico, como es, llegado noviembre, el recuerdo de los difuntos.
Y la memoria de quienes ya no están entre nosotros regresa cada año acompañada por la visita a los cementerios, las misas de difuntos, el canto de los auroros, los mercados de las flores y del arrope, y algunos otros productos comestibles, entre los que cabe citar los buñuelos y los huesos de santo, tan evocativos de la osamenta humana y tan deliciosos en su combinación de mazapán y yema.
Unos dulces que, en efecto, compraban nuestros abuelos, y de ellos aprendimos el rito de adquirirlos llegadas estas fechas, pero que en realidad remontan su origen a principios del siglo XVII, como poco, pues ya aparecen en un manual de cocina editado en el año 1611. Aunque dicen que fue en el siglo anterior cuando un monje benedictino los creó para contribuir a dar más popularidad a la festividad de Todos los Santos sobre la del Año Nuevo celta.
Sea como fuere, en el repertorio confitero propio del arranque de noviembre, no podían faltar esos deliciosos manjares, como ponía de manifiesto en su publicidad una de las más prestigiosas y añoradas empresas del ramo entre las que había en la ciudad hace cerca de una centuria: la de Alonso, que anunciaba en la prensa, para la semana de Todos los Santos "la colección completa de dulces y pastas propios de estos días, como buñuelos rellenos de crema, huesos de santo, castañas de almendra y yema, panecitos de Todos los Santos, bocaditos madrileños, rosquitos de almendra y otras muchas clases".
Sin olvidar, claro está "un variadísimo surtido de repostería, tortas económicas desde 2’50 pesetas en adelante y demás artículos de la casa ya conocidos. No olvide jamás el público que las pastillas de café y leche de la casa de Alonso tienen fama en toda la Región Murciana, y que España entera las conoce".
Y no exageraba aquella propaganda novembrina, porque el establecimiento de Alonso, entre otras delicias para el paladar, tenía por producto estrella aquellos caramelos blandos y cuadrangulares de café con leche que muchos todavía recordamos y que incluimos en el catálogo de los productos de confitería que se fueron para siempre, junto a otros como las tortas de chicharrones de Guillén, los merengues de Ros y unos cuantos más.
Otra confitería de categoría, con el añadido de encontrarse entre las más antiguas, y también desaparecida hace ya demasiados años, era Ruiz-Funes, que también ensalzaba sus productos en la prensa local llegados los días primeros del undécimo mes del año: "Buñuelos con crema, con chantilly, con chocolate. Huesos de santo. Sus tartas de frutas, de avellanas, sus mokas, sus pudin, son verdaderamente exquisitos". Si el lector curioso lleva sus pasos en estos días hasta la confitería Viena, que ocupó el lugar de la citada, podrá aún admirar el techo pintado para ella por el artista Antonio Meseguer, un vestigio de la Murcia de hace más de un siglo.
En el célebre periódico satírico, y hasta gamberro, titulado ‘Don Crispín’, editado en Murcia entre 1910 y 1936, se podía leer en el inicio del verano de 1932: "En España no hay más que dos Migueles notables: Miguel Maura (el político republicano moderado, hijo de Antonio Maura) y Miguel el del Horno de la Fuensanta con sus pastelillos, pasteles y pastelones. Es mucho Miguel el del Horno de la Fuensanta!".
Y es que, en efecto, otra de las confiterías murcianas de entidad y de largo recorrido, pues abrió sus puertas en el año 1897 y abiertas permanecen, fue y es el Horno de la Fuensanta, en la más que céntrica calle de Barrionuevo. Una confitería que cumplirá dentro de unos días, avanzado noviembre, sus 60 años en el edificio que hoy ocupa, pues antes estuvo en el que se alzaba en el mismo lugar.
De aquella ocasión tan dichosa para quienes regentaban el negocio se hizo eco la prensa, que no ahorró elogios ni para las instalaciones ni para las bondades reposteras de la casa, regida entonces por Hijos de Miguel Martínez, aquel al que tan contundentemente loaba 'Don Crispín' 30 años atrás.
En el nuevo inmueble, que visto hoy resulta bastante pegote entre dos de cierta entidad, en las plantas baja y primera, muy amplias, se han instalado los hornos eléctricos y el magno obrador de esta gran industria. Y en la parte baja figura también el departamento destinado al público, donde con mucha amplitud y comodidad puede ser atendido.
"Esta dependencia ha sido realizada con sumo gusto y un excepcional arte por la conocida firma ‘Chys’, que ha sabido impregnarlo de un tono de modernidad agradabilísimo. Se han estudiado los menores detalles, adaptando los espacios a las necesidades de un establecimiento como éste, que se ve con mucha frecuencia abarrotado de público", rezaba la laudatoria crónica, que no olvidaba citar los hermosos murales que ornaban el interior, aunque olvidaba citar la autoría del mismo, que llevaba la acreditada firma de Muñoz Barberán.
Tras los dos grandes escaparates se ofrecía al viandante el más variado surtido de confitería: "Los suculentos pasteles de carne, las empanadas, medias lunas, pasteles de todas clases, huesos de santo, etc., invitarán constantemente al transeúnte a deleitarse una vez más con los excepcionales fabricados del Horno de la Fuensanta". Y que sea por muchos años.