MURCIA. “Es que a ti te gustan los bohemios”, me dijo una amiga una tarde. Me quedé mirándola: no creo que me vaya nadie en especial. Para mi amiga, un bohemio es cualquiera que lleve el pelo de los lados más largo de tres centímetros.
Es curioso. A los dieciséis vestía para gustar. Hoy, visto para sentirme a gusto conmigo mismo y con lo que defiendo. No pretendo agradar, me aburre muchísimo hacerlo, todavía más ligar. Ligar es algo que llega. Tampoco tengo ningún interés en ello, voy sin pretensiones. Vender una faceta edulcorada de mí, que dejaré en la cama como mi amiga, que cuando se acuesta después de venir de fiesta sublima el maquillaje sobre el colchón, me parece algo tan innecesario que ya no viene conmigo. Me gusta lo natural, la gente que quiere, que no se impresiona y que quiere sin interés. El interés me revienta por dentro.
A mí nadie me tiene que explicar que dos y dos no suman cuatro ni que la poesía es el desván del metaverso en el que las musas se desnudan como albatros.
Tengo la suerte de haber nacido en una casa en la que los besos se dan sin importar lo que el otro tiene entre las piernas. Sé que la gente no lo tuvo tan fácil a la hora de querer. “Es que esa era mi novia a los dieciocho años; nos dábamos besitos, solo”, me confesó alguien una tarde en la playa. Me quedé mirándole fijamente y estallé en una carcajada. “No te rías que es lo único serio que he dicho esta tarde”, añadió enseñándome los dientes en una sonrisa graciosa. En mi caso no fue así, pero pertenecer al colectivo LGTBIQ+ no ha sido fácil para nadie. Todos los que en algún momento dijeron algo de mi sexualidad han acabado declarándose abiertamente -o clandestinamente- gays. Es curioso cómo algunos se sienten mejor haciendo sentir mal a otro por algo que ellos mismos sienten. Y es que no hace tanto tiempo era impensable que yo, hoy, escribiera sobre esto. Los años pasan, pero la realidad nos enseña que vivimos anclados en el pasado.
El Auswitch del colectivo LGTBIQ+ español estaba en Tefía. La colonia de Tefía sería instalada en unos terrenos de la Legión que habían sido antes aeródromo del Ministerio del Aire durante la Guerra Civil. Bajo una orden ministerial de 1954, homosexuales y transexuales fueron confinados en los denominados centros de trabajo y colonias agrícolas penitenciarias. La Colonia Agrícola-Penitenciaria de Tefía, como sería denominada por el régimen, fue establecida sobre terrenos pedregosos e improductivos donde los presos picaban piedra hasta la extenuación, sin descanso y ante la humillación constante por su orientación sexual.
Lejos de hacer honor a su nombre como supuesta plantación, este lugar albergó el trabajo forzoso en una cantera. Allí murieron numerosas personas a causa del sobresfuerzo y las condiciones de vida infrahumanas, marcando para siempre a aquellos valientes supervivientes que consiguieron escapar a este horror.
A imitación de los triángulos rosas del nazismo, el dictador Francisco Franco instauró un legado de terror entre el colectivo LGTBI de esta época a través de las amenazas de electroshock y las condenas en este campo de concentración. Este lugar albergó a numerosos jóvenes de entre 18 y 23 años, quienes se vieron obligados a trabajos forzosos para 'reconducir su conducta', mientras sufrían una alimentación paupérrima y recibían palizas.
Las noches de Tefía ha aprovechado el carácter más angustioso de este campo de concentración para enfrentarlo a la esperanza de unos reos que sueñan con escapar del lugar a través de Tindaya en una serie para Atresplayer. Este lugar de fantasía es una sala de variedades que protagoniza las historias que comparten cada noche y donde cada uno puede ser quien quiere ser realmente en un momento en el que eso estaba penalizado. Una Narnia festiva se abre cada noche en Tefía y los allí presos logran escapar, aunque sea durante unas horas, de la crueldad de la posguerra. Una saliva áspera cuando pretendemos tragar mientras vemos los capítulos es lo que nos recorre de forma constante.
Me despierto mucho antes de que el despertador suene. Muchísimo. Diría que duermo poco, mal y rápido. Cuando la luz de la mañana entra por las rendijas de la persiana sé que es la hora de levantarme. El día va rodando ya. El veintiocho de junio me sorprendió sin apenas darme cuenta. Las calles se llenaron de banderas de colores y el orgullo se celebró como tocaba. La lucha de un tiempo derivó en los festejos actuales. No debemos de olvidar que algunos anduvieron para que hoy podamos bailar. Es importante enseñar que los derechos no han venido de la nada y que hay gente que ha peleado por ellos. Se lo debemos a los que lucharon. “Hay generaciones que se les está olvidando que tenemos lo que tenemos porque hay gente que luchó y resistió lo irresistible”, admitía Patrick Criado, uno de los protagonistas del film. “Y es que eso no se puede olvidar; no nos pueden callar”.
Y así, sin más, entendí que hoy bailamos lo que otros lucharon.