MURCIA. Con motivo del centenario del Desastre de Annual, que conmemoramos estos días, querer abordar con profundidad todos sus aspectos en un artículo de opinión es imposible e inmerecido.
Por ello, solo daré unas pinceladas sobre una parte trascendental en este hito histórico. Lo que se denominaba "la acción política" en la ocupación. En la expansión de las tropas españolas para asentar el Protectorado, las actividades militares siempre estuvieron precedidas por contactos y negociaciones con los jefes locales de las cabilas para evitar hostilidades mutuas. Hasta el mes de mayo de 1921, la ocupación se realizó de forma rápida y sin apenas conflictos precisamente por esta acción política llevada a cabo desde la Oficina Central de Asuntos Indígenas y de las Tropas de la Policía Indígena.
Hay dos interesantes documentos recuperados del Expediente Picasso relacionados con dos figuras muy involucradas en los acontecimientos que ayudan a entender la importancia y los resultados de esa acción política. Por un lado, el informe reservado enviado por el coronel Gabriel de Morales y Mendigutia el 16 de febrero de 1921 al general Manuel Fernández Silvestre con sus consideraciones personales acerca de la campaña militar que se estaba librando, y la declaración como testigo del coronel José Riquelme y López-Bayo ante el general Picasso el 28 de noviembre de 1921, dentro de las pesquisas que dicho general realizó para depurar las responsabilidades de lo ocurrido.
"El respeto ganado por los rifeños le valió al coronel morales para ser el único cadáver que Abd el Krim consintiera repatriar en Melilla"
El coronel Morales, nacido en Cuba, como tantos otros relevantes militares de esta historia, era el jefe de la Oficina Central de Asuntos Indígenas y de las Tropas de la Policía Indígena en aquel año 1921 y, por lo tanto, responsable de la acción política de la implantación militar. Fue muy considerado y respetado tanto por su carrera militar como por su pasión por el conocimiento de la sociedad rifeña y por su faceta intelectual, que le llevó a escribir la primera historia de Melilla altamente documentada.
Su reputación y conocimiento social de las cabilas rifeñas fueron clave para una rápida expansión de nuestras tropas sin muchos problemas con la población local. Murió el 22 de julio, en la huida de Annual, cerca de Izzumar, tras haber sido uno de los últimos en haber departido con el abrumado general Silvestre. Según algunas fuentes, el último mando de su confianza en despedirse con un abrazo. El respeto ganado por los rifeños le valió para ser el único cadáver que Abd el Krim consintiera repatriar para ser sepultado en Melilla.
Del contenido del informe que traslada al general Silvestre el 16 de febrero de 1921, lo que más ha trascendido en posteriores investigaciones es la clara advertencia de que con la toma de Annual y Sidi Dris se llegaba al nivel máximo de elasticidad de las fuerzas desplegadas y que debía parar para afianzar la acción política y dotar de mejores medios humanos y técnicos las posiciones. Sin embargo, tiene mucho más. Enaltece lo conseguido (sobre todo por él mismo), apoya sin fisuras la campaña militar de ocupación y se muestra muy optimista con las respuestas de las cabilas de Tensaman y Beni Tuzin, las próximas a ocupar, y con la confianza de tener bajo control la de Beni Ulixek, donde se encuentra Annual. Los hechos que se producen cinco meses después mostraron lo equivocado que estaba. La mayor parte de estas cabilas y de los rifeños que pertenecían a la Policía Indígena apoyaron a las harcas de Beni Urriaguel cuando las cosas se pusieron feas.
Es significativo que la acción militar de ocupación de Abarrán a final de mayo, donde prende la mecha de las hostilidades, es dirigida por el comandante Villar, subordinado del coronel, que era el que había llevado personalmente la acción política de las negociaciones con los jefes de las cabilas adyacentes.
De mi propia cosecha, cabe la posibilidad de que el coronel Morales, amigo y perfecto conocedor del carácter del general Silvestre, redactara el informe de la única forma que éste pudiera digerir la necesidad de parar y consolidar. En cualquier caso, la descripción que realiza el remitente se encuentra muy alejada de los hechos que se produjeron no mucho más tarde.
Mucho menos diplomático y, sobre todo, menos sutil, es el otro personaje del que me dispongo a realizar una breve reseña. El coronel José Riquelme y López-Bayo era en mayo de 1921 el coronel jefe del Regimiento Ceriñola, al que fue asignada la circunscripción de Annual, entre otras. Por una enfermedad contraída, fue trasladado a Madrid a principios de mayo para una operación y su posterior convalecencia, por lo que no estuvo presente en los hechos de julio. Sin estar recuperado y sin ser requerido, se reincorporó en cuanto recibió las primeras noticas de la pérdida de Igeriben. Ocupó en su regreso el cargo vacante que había dejado precisamente el malogrado coronel Morales.
Mantuvo un sonado conflicto con el general Sanjurjo (y el Alto Comisario, general Berenguer) por haberle sido denegado un plan que ideó a finales de julio para auxiliar las tropas sitiadas en Monte Arruit y que luego fueron masacradas por los rifeños unos días después. Lógicamente, el coronel estaba más implicado emocionalmente que el general con los que eran sus soldados, lo que genera dudas sobre si realmente era conveniente hacerlo. En los siguientes años volvió a tener algunos desencuentros más que le dejaron ese halo conflictivo.
En las declaraciones que realizó ante el Tribunal del general Picasso para aclarar las circunstancias del Desastre, fue muy incisivo y crítico no solo con las decisiones militares tomadas por el Alto Mando sino especialmente con las acciones políticas llevadas a cabo con la población rifeña. Achacaba los motivos del fracaso político a infravalorar las informaciones recibidas de harcas organizadas cada vez más cercanas y posibilidades de rebeldía en cabilas como la de Beni Ulixek, a la propaganda no controlada de las harcas hostiles, a la poca estabilidad en las relaciones con las zonas recién ocupadas, y al empleo de la Policía Indígena como fuerza de choque y no con la función inspectora y de gobierno en las zonas ocupadas (que era su cometido inicial). En su declaración, el coronel Riquelme enfatizó en el grave error que supuso no haber implantado desde cinco o seis años antes, en las cabilas de retaguardia, el régimen de protectorado efectivo, con funcionarios y autoridades indígenas, en lugar de haber seguido con una administración de sometimiento.
En definitiva, la campaña en el Protectorado dependía más de la acción política con las cabilas que de una tropa y medios militares que dejaban mucho que desear. Llegó un momento en que España jugaba al mus con las cartas del compañero (las cabilas 'amigas') y apostó un órdago a grandes con un doble pito…