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como ayer / OPINIÓN

Calles y plazas murcianas que cuentan historias

7/11/2024 - 

MURCIA. Cuando estos ‘ayeres’ anduvieron callejeando por Murcia, apuntaron que la denominación de la mayor parte de las vías que transitamos a diario cuentan una historia, sobre todo con sus antiguas denominaciones, que daban cuenta de la presencia preponderante de un oficio, de la residencia de un ilustre ciudadano, de la localización de un templo o un edificio relevante… y en ocasiones, algunas están vinculadas entre sí de forma en otro tiempo evidente y en nuestros días sorprendente.

Véase el caso, ya comentado, de esa larga calle de la Acequia, en referencia a la Aljufía, que cruzaba y cruza la ciudad de oeste a este, hoy por completo soterrada. Perpendicular a ella, en la vecindad de las monjas agustinas, se encuentra la que en la actualidad llamamos Gómez Cortina, pero que antaño se denominó de Aguadores, en referencia al tránsito por ella de los que extraían el preciado líquido del canal de riego para distribuirlo a la población.

Otro caso es el del estrecho callejón de Albudeiteros, que desemboca en la plaza de Romea y que recibe el nombre de los habitantes de la localidad de Albudeite que venían a Murcia a comerciar con el esparto. Y lo hacían en la plaza del Esparto, antigua nomenclatura de la dedicada al gran actor murciano, que dio nombre también al teatro principal de la ciudad.

Luego están los nombres del callejero que nos ayudan a recordar que allí hubo algo que ya no está. Véase el caso de la plaza y la calle de Santa Isabel. En su emplazamiento estuvo el convento del mismo nombre, o de las isabelas, hasta que decretada la desamortización de los bienes eclesiásticos y suprimido el cenobio, fue derribado y construido en el extenso solar el jardín, que ha pasado a lo largo de los años por diferentes versiones.

Otro céntrico ejemplo es la calle de la Aduana, breve y estrecha, que comunica la plaza de San Pedro con la oficina donde se cobraban tributos sobre las mercaderías que entraban y salían de la ciudad por aquél punto, a la vera del Almudí, donde se hallaba la puerta del mismo nombre, que recibió más tarde el de Arco de Verónicas. Cuando aquél caserón, ya desaparecido, por cuyo interior, que contaba con un espacioso patio, se podía acceder al Plano de San Francisco, dejó de funcionar como aduana, se instalaron en él algunos comercios, entre los que fue el más popular la churrería que tomó el nombre del antiguo uso del local.

"hay nombres del callejero que nos ayudan a recordar que allí hubo algo que ya no está"

Precisamente, la calle nominada como Arco de Verónicas nos habla de otro elemento urbano desaparecido, aquella puerta que se abría en la vieja muralla y sobre la cual se alzaba un extremo del convento de esas monjas que toman su denominación de la piadosa mujer que, según los textos apócrifos, limpió el rostro de Jesús camino del Calvario, y que hoy se encuentran en la subida de la Fuensanta.

Cruzando el río por el Puente Viejo o de los Peligros, la primera calle del barrio, en el lado izquierdo lleva la denominación de Matadero Viejo, pero al fondo de la calle ya no vemos la portada barroca del aquél edificio público, que encontramos hoy en uno de los accesos al vecino Jardín de Floridablanca.

Desde la antes citada plaza de Santa Isabel sale la corta calle Baños, que por la mala costumbre de abreviar la denominación de algunas de nuestras vías públicas ha perdido en parte su sonoridad y su significado, ya que la denominación debe ser Baños de Alcázar, en alusión a los que allí construyó el arquitecto murciano Juan Antonio Alcázar y que funcionaron a satisfacción de una nutrida clientela entre 1840 y 1890.

La calle de los Bolos, que da acceso a la Estación de Autobuses mientras permanezca en San Andrés, tuvo también un nombre más largo y explicativo, pues se denominó del Juego de los Bolos, y hacía alusión a que conducía a un terreno donde se practicaba antaño este popular deporte huertano, en los límites entre la ciudad y la huerta.

En el Carmen, como ya se refirió en estos ‘ayeres’ en su momento, existen las calles de la Alameda de Capuchinos, Capuchinos a secas, Huerto de Capuchinos y otras dos vinculadas a esta denominación, como son las de San Francisco y Pastora, que harían alusión a dos de las devociones más relevantes del desaparecido convento de San Antonio de Padua, de los franciscanos capuchinos. Ya no hay ni convento ni huerto en el antiguo barrio de San Benito, pero un conglomerado de calles nos recuerdan su situación.

"Se pierde mucha historia con estas sustituciones"

La calle y el núcleo de edificios que lleva el nombre de Castillejo hacen referencia a una torre de observación o vigilancia que debió existir en aquel lugar para avistar posibles peligros procedentes de Levante.

En otros casos, era el nombre antiguo de la calle el que describía la presencia en ella de un determinado inmueble de interés, pero en nuestros días ya no existen ni la denominación ni el edificio. Ocurre, por ejemplo, con la vía peatonal que pone en comunicación la Gran Vía con la calle de la Sociedad que está dedicada hoy al escritor costumbrista Frutos Baeza, pero antes fue la calle del Trinquete, en alusión a un antiguo trinquete de pelota, llamado de los Caballeros.

Igual sucede en otras calles cuyo descriptiva denominación anterior fue eliminada para dar paso a la de notables personajes de la ciudad, como es el caso anterior, o como sucedió con calles asociadas a oficios, pues fue Lencería lo que es hoy Jiménez Baeza o Campaneros la dedicada en el barrio del Carmen a González Cebrián.

Se pierde mucha historia con estas sustituciones, que en Toledo, por citar un caso, solucionan con rótulos que rezan, por ejemplo: “Calle de las Mulas, dedicada al pintor murciano Luis Ruipérez”, de manera que se hacen compatibles ambas denominaciones y conviven la nomenclatura tradicional con la plausible decisión de homenajear a personas que se hicieron acreedoras del homenaje de la ciudad y de sus habitantes.

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