MURCIA. El pasado 13 de septiembre una Britney Spears liberada de su custodia anunciaba a través de Instagram su compromiso con su pareja, Sam Asghari, un post que suma hoy más de 3,7 millones de 'me gusta' y miles de comentarios. Entre ellos, uno que decía: "Haz que firme un acuerdo prenupcial". La autora era nada más y nada menos que la ganadora de un Óscar Octavia Spencer, un mensaje por el que poco después de disculpó pero que dice mucho de cómo el público ha visto -y tratado- a la cantante en todos estos años. La delgada línea entre la intromisión, el paternalismo y la admiración se desdibujan frente a una artista que ha crecido, triunfado y caído frente a los ojos de millones de espectadores, un público que ha vibrado con su relato y, al tiempo, ayudado a crearlo. Britney representa a esa generación de artistas que triunfó cuando Internet no era el monstruo de tres cabezas que es hoy, aunque sus cimientos eran ya una realidad con el cambio de milenio. La cantante se viralizó cuando no existía Twitter con actuaciones y vídeos icónicos y fue carne de una prensa -tanto tradicional como digital- que ganó millones a su costa, siendo una de las caras visibles de un boom del cotilleo inmediato que la convirtió en todo un "experimento piloto", junto con otras celebridades como Paris Hilton o Lindsay Lohan.
Britney es la gran estrella del pop de este siglo, sí, pero también acabó convertida en 'meme' antes incluso de que esa palabra formara parte de nuestro vocabulario cotidiano. "Es un chiste con patas", publicaba Variety tras emitirse su reality con su expareja Kevin Federline. "Nombra algo que haya perdido Britney Spears este año", preguntaba el concurso de televisión Family Feud a sus concursantes en un episodio emitido 2008. Su marido, su pelo, su dignidad o su juicio son algunas de las respuestas que se dieron entre las risas del público. Britney fue meme, carne para cómicos y protagonista de algunas de las portadas más escandalosas. Hasta ahora. El movimiento fan 'Free Britney' desveló la oscura realidad que giraba en torno a la estrella, un sistema de control que durante años la privó de su libertad, una batalla legal que culminó con su liberación en 2021 tras trece años bajo la tutela de su padre. Britney recuperaba entonces las riendas de su vida ante un público que busca su perdón tras años de mofas.
Pero, ¿cómo ha llegado hasta aquí? Esta pregunta es el punto de partida de Britney. One More Time (Editorial Bruguera), una biografía ilustrada por Inés Pérez y escrita por el periodista Juan Sanguino, que disecciona a la cantante desde sus primeros pinitos como parte del elenco del Club Disney a su irrupción en las listas de ventas con 'Baby One More Time', su primer single. También pasa, cómo no, por su caída a los infiernos, un momento que quedó marcado en la retina del público con imágenes como la de la cantante rapándose el pelo o su fallido regreso en los premios MTV de 2007, en los que protagonizó una caótica actuación que supuso un punto de inflexión en su carrera. Su trayectoria está cargada de imágenes que forman parte de la historia del pop, tantas que hasta aquel que tenga poca idea sobre su historia o música podría enumerar con facilidad cuatro o cinco momentos icónicos de la cantante, una huella difícil de alcanzar por otras estrellas. Y es precisamente foto a foto, imagen a imagen, que Sanguino busca contextualizar y profundizar en una biografía que no trata de ocultar la realidad de la artista, pero sí de ofrecer un relato más rico de su vida. Porque, repite conmigo, Britney no es un meme.
-¿Por qué nos fascina tanto Britney Spears?
-Ella capturó en sus inicios la imaginación del público respecto a la feminidad. Britney se presentaba como una especie de lienzo en blanco, tenía una personalidad muy dispuesta a agradar, la habían educado para ello. En sus entrevistas nunca fue contestataria, no dejaba clara su personalidad, como por ejemplo las Spice Girls, que precisamente se hicieron muy conocidas por esa actitud guerrera. Britney era un vehículo para que cualquier persona que la observase proyectara en ella ideas preconcebidas respecto a la feminidad. Si querías imaginarte a Britney como una chica inocente, ella te daba eso; pero si querías imaginarla como un chica sexy, también lo daba. En esa tensión, que al final tiene que ver con los mitos atávicos de la mujer, confluía ella y eso hizo que la gente se obsesionara. Era un misterio.
Podría haber ocurrido que esa obsesión no fuese a más, sin embargo ella encontró la manera de seguir siendo icónica, de seguir representando diferentes tipos de mujer. Fue la mártir del espectáculo o el pigmalión, una mujer creada por la industria y, también, el público. Precisamente cuando ella dejó de hacer lo que se esperaba de ella fue cuando la gente la rechazó, lo que le provocó mucha angustia y rencor.
Britney siempre ha servido como icono para representar distintos aspectos de la mujer en la cultura y sigue siéndolo. Desde hace unos años es un símbolo de la libertad de la mujer, de la independencia y de la conversación en torno a la salud mental. La sociedad se ha revisado a sí misma a través del caso Britney. Tiene una capacidad casi mágica para ser un vehículo a través del cual la sociedad se explica, se entiende y se proyecta a sí misma. Esto es algo que tenía Jacqueline Kennedy, Marilyn Monroe o Lady Di.
-¿Qué papel han jugado los medios de comunicación en esa construcción o deconstrucción de su imagen?
-En Estados Unidos el concepto de media abarca mucho más de lo que nosotros entendemos por prensa. Es importante señalarlo porque ese concepto no solo integra a la prensa generalista o sensacionalista sino también el propio equipo de marketing de la discográfica, toda esa gente que hace de intermediario entre el artista y el público. Todo esto construye su imagen. Los seres humanos entendemos la realidad a través de relatos, con sus arquetipos, sus villanos, su arco argumental, su héroe... Y la historia de Britney Spears siempre se contó en esos términos. Lo que tiene de particular es que ella fue un experimento piloto de la cultura en muchos sentidos. Para empezar, fue una de las primeras artistas en tener mucha presencia en Internet, tenía un blog en el que siguió publicando hasta 2005 o 2006, en el que era mucho más lúcida de lo que la gente cree. También fue un experimento piloto porque fue la estrella predilecta de los blogs de cotilleos, como Perez Hilton, espacios desde lo que se reían de estas estrellas. Era una deshumanización total y salvaje contra los famosos.
Ahora lo sabemos, pero cuando ocurrió con Britney no había precedentes, estábamos todos en modo 'ensayo-error', no conocíamos la parte mala de Internet y sus dinámicas tóxicas, solo pensábamos que era algo divertido. Además está la vertiente visual. Somos una generación que tenemos una percepción muy mediatizada de la realidad. Cuando pensamos en fútbol, por ejemplo, siempre pensamos en un partido televisado. En el caso de Britney tiene una serie de imágenes muy poderosas, algo que impacta mucho. Por eso fue tan poderoso el momento en el que se rapó la cabeza, porque ella usaba mucho el pelo como un elemento erótico. Que lo hiciera era una declaración de intenciones.
-Al principio de su carrera se puso sobre la mesa esa tensión entre la sexualización y lo virginal, y con ello le llovieron las críticas. De hecho, en el New York Times se llegó a decir que era una "calientabraguetas". En estos días, aunque con distancia, hemos leído algunos comentarios que no son tan distintos a Chanel por su actuación en Eurovisión, ¿hemos aprendido realmente de los errores?
-Yo creo que sí ha habido un cambio en la terminología y en la actitud con la que como sociedad abordamos que figuras públicas femeninas puedan usar en un momento dado el erotismo como parte de su espectáculo. También creo que ellas mismas lo hacen de manera distinta: no es lo mismo el erotismo de Lola Índigo, Ariana Grande o Chanel que el de Britney o Christina Aguilera. Hay una intención distinta, no está hecho para provocar, es una decisión estética. Es evidente que nadie va a escuchar más a Chanel porque enseñe las piernas ni la van a votar más en Eurovisión. Sí creo que ha cambiado la forma en la que se habla de estos temas, ha cambiado en la prensa, que es el primer paso que hay que dar para que los términos de la conversación cambien. Cuando la gente deje de leer según que comentarios en las columnas de los periódicos o en tertulias de televisión dejará de hacerlos. No se puede esperar que pase de la noche a la mañana, aunque hay definitivamente una mayor sensibilización al respecto.
-En el libro hay una constante diálogo entre la Britney ‘juguete’ de la industria pero también se subraya -aunque con matices- a la Britney líder creativa de su equipo.
-Hay que partir de la base de que tanto artísticamente como a nivel mediático a Britney no se la puede comprender sin la manipulación de una serie de personas que han estado detrás de ella. Britney es una artista pop que quería hacer un tipo de música y cantar de una determinada manera pero le indicaron que no lo hiciera. Esto le pasa a mucha gente, no es una novedad, aunque en su caso, debido a su gran éxito, llegó a niveles muy extremos. Su mayor talento siempre fue actuar encima del escenario, siempre tuvo mucha presencia y carisma. Esto, insisto, es un talento, una disciplina artística y algo que hay que trabajar. Ni Frank Sinatra ni Edith Piaf escribían sus canciones y eso no les hace menos válidos como vocalistas. Britney es una performer. Si fuera fácil ser Britney habría muchas. No le tocó la lotería.
-Uno de los episodios más crudos que recoge el libro, y que tiene que ver precisamente con ella como performer, es la actuación de 'Gimme More' en lo premios MTV de 2007, imagen que acabó siendo reducida e un 'meme', como otros tantos momentos, y que tú dedicas mucho tiempo a contextualizar.
-De nuevo entra en escena el poder visual de su trayectoria, con una actuación en un escenario en el que ella había vivido algunos de sus mayores triunfos y en la que tocó fondo de manera estrepitosa delante de una audiencia millonaria. Eso lo escribes es una película y no resulta verosímil. La historia de Britney está llena de situaciones tremendamente dramáticas, literarias y simbólicas que serían difícil de creer en una ficción. Hace treinta años el director Mike Nichols dijo que el cine estaba perdiendo la batalla contra la realidad. No había una historia de héroe caído que pueda competir con la de O. J. Simpson o la de Tonya Harding, historias que son profundamente simbólicas y que capturan la imaginación de un país siendo reales. Y Britney es una de esas historias. Esta actuación fue el clímax de una espiral de autodestrucción en la que ella se vio atrapada, encima cantando una letra que hablaba de cómo la gente la miraba y le pedía "más". Es una metáfora perfecta de su vida y un episodio visual muy impactante. Tenía una idea inicial muy clara de la historia que había que contar pero también me he ido sorprendido de las historias que había detrás de esas imágenes. La gente cuando lea el libro va a descubrir a una Britney que no conocía y va a sentirse más conmovido por su vida, más allá del escándalo.
-Aunque ahora libre de la custodia, las miradas siguen posadas en todo lo que hace, ¿hay un cierto partenalismo de la prensa o el público hacia su figura?
-Hay paternalismo en general hacia cualquier mujer que tenga una figura pública. En el caso de Britney más todavía porque todos la descubrimos cuando era una niña. Ella es la primera en reconocer que ni su infancia ni su adolescencia fue normal: pasó su 'edad del pavo' a los veintitantos, siendo madre y rodeada de paparazzis, lo cual no es una manera normal ni sana de pasar un adolescencia, por muy tardía que sea. A pesar de todo, Britney siempre ha tenido claro, y eso me perece milagroso, que su inocencia no iba a contaminarse. Es una persona lista y, a pesar de lo que crea la gente, muy consciente de lo que le ha pasado, pero tiene una actitud infantil, una inocencia que ella quiere proteger a toda costa. Esto puede despertar instintos paternalistas, aunque, ahora bien, también hay una cuestión de culpabilidad. El público se siente muy culpable por lo que le ha pasado a Britney y porque todos, en mayor o menor medida, nos hemos reído de ella. Creo que esas ganas de protegerla y salvarla están muy relacionadas con el hecho de que todos sabemos que, en mayor o menor medida, hemos contribuido a su desgracia. Queremos una redención y ella, muy generosamente, nos la está concediendo, cuando podría desaparecer y decirnos: ahí os quedáis.
Britney Spears tiene los días contados. Hemos de decir adiós a su música y sus caderas. El Gobierno puritano de izquierdas la prohibirá, como tantas otras cosas. Son tiempos de censura e intimidación