MURCIA. En su introducción a la edición que Valdemar publicó en 2004 de Cumbres Borrascosas, el crítico de cine Antonio José Navarro afirmaba que la novela de Emily Brontë representa “la rebelión del Mal contra el Bien, la rebelión del Maldito, del paria, hacia un universo que lo ha condenado arbitrariamente a la infelicidad más absoluta”. Ciento cincuenta años después de la publicación de este clásico de la literatura gótica surgió en Inglaterra una corriente musical que celebraba fantasías tenebrosas frente a una realidad aterradora. Con la llegada al poder en 1979 de la ministra conservadora Margaret Thatcher, el Reino unido inició una andadura hacia un periodo oscuro para todos aquellos que no pertenecieran a las clases privilegiadas, es decir, para la mayoría de los habitantes del país.
La pesadilla social que el punk había intentado conjurar en 1976 no hizo más que crecer y fortalecerse, alimentada por las políticas liberales de la Thatcher. La furia del punk se extinguió pronto, pero dejó una serie de herederos que, ahora mejor que nunca, sabían que no había futuro. Y en caso de que existiera alguno, era tan lóbrego como una condena en la Torre de Londres, tan estremecedor como una cadena de sangrientos asesinatos a manos de algún sanguinario demente. Así fue como nació el rock gótico, género cuya biblia negra escribió la periodista y escritora Cathi Unsworth hace unos meses, y que acaba de salir traducida al castellano de la mano de Contra Editorial.
Tratándose de este tema, nadie mejor que Ana Curra para ejercer como prologuista de la edición en castellano de Temporada de brujas. El libro del rock gótico. Fue una corriente que en España caló muy hondo, y cuyas espuertas abrieron casi a la vez dos formaciones de las cuales ella formó parte, Alaska y los Pegamoides y Parálisis Permanente. La gran diferencia con Inglaterra, tal y como apunta Curra, es que el gótico español tenía más que ver con el tenebrismo de Goya que con las novelas de Horace Walpole y Mary Shelley. Por eso aquí a los góticos se les conocía como siniestros, aunque todo esto ocurrió a partir de 1981, es decir, cuando la siniestrísima presencia del dictador Francisco Franco había quedado, al fin, sepultada. Décima Víctima, Parálisis Permanente, Desechables y los primeros Gabinete Caligari sirvieron en dichas filas. En València lo hicieron Ceremonia, el grupo que Adolfo Barberá montó al margen de Glamour, para recrear a gusto sus tendencias góticas. De haber llegado a grabar un álbum, las probabilidades de que la banda hubiese contado con Eduardo como productor eran muchísimas. Curra, Benavente y Barberá se reconocieron en su gusto por aquella música monocromática que, en su mayoría, llegaba desde Inglaterra, y que vivió su eclosión española entre 1981 y 1983 (existe un interesante ensayo al respecto, NegrOscuro: Onda siniestra y after-punk en España, firmado por el periodista Pablo Martínez Vaquero). Aunque también es cierto que su estética pervivió en las discotecas que configuraron la escena de clubes y bares de los años ochenta. Eso hizo que en València The Sisters Of Mercy, Bauhaus, The Cure y Killing Joke aportaran algo de tinieblas a las coloristas noches valencianas.
Al crear una mutación del punk que miraba hacia Europa y se apartaba de los cánones del rock tradicional, Siouxsie & The Banshees inauguraron sin saberlo el club de los góticos. En el libro, Unsworth lo expone claramente: mientras Margaret Thatcher se afanaba en diseñar una carrera política que acabaría llevándola al poder, Siouxsie y su grupo diseñaron un sonido que era la respuesta inconsciente a un invierno que duraría diez años y que acarrearía el acoso a la clase trabajadora. Los músicos del pop inglés proceden en su gran mayoría de un estrato social humilde. Eso explica la conciencia de clase que esgrimen artistas triunfadores como Paul McCartney, John Lennon, Paul Weller, Bobbie Gillespie, los hermanos Reid, Jarvis Cocker o Robert Smith. The Scream, el primer disco de los Banshees sentó las bases del gótico, una etiqueta que tiene en el cuarto álbum del grupo, Ju Ju, su cúspide indiscutible. Cada uno a su manera, Joy Division y The Cure cultivaron esa tendencia antes de que fuese reconocida como tal. Después, Killing Joke y Bauhaus y terminarían de darle forma. Los primeros lo hicieron añadiendo intención política a algunas de sus canciones. Los segundos aportaron el sonido y la imagen que mejor definía al género. Y una canción titulada “Bela Lugosi’s Dead (Bela Lugosi ha muerto) cantada por un vocalista que era como Ziggy Stardust después de que le hubiese mordido un vampiro. La prensa británica los detestaba, pero no pudo evitar que la banda trascendiera, tanto a nivel comercial como objeto de culto.
El libro de Unsworth no olvida que Estados Unidos también cultivó su propio gótico, ese gótico sureño que se nutre tanto de las novelas de Flannery O’Connor y Faulkner como del horror invocado por Poe y Lovecraft. Si la Thatcher gobernaba Inglaterra como una estricta gobernanta, a partir de 1981 el destino de Estados Unidos estuvo dirigido por un ex actor de carrera mediocre que también se caracterizó por ignorar a los parias. Para entonces ya había una serie de artistas y bandas que predicaban el horror, bien como un estilo de vida –The Cramps- o bien como una realidad oculta tras la idea entonces aún vigente del sueño americano –Lydia Lunch, The Gun Club-. Todo ellos encontrarían en Europa un recibimiento mucho más fervoroso que en su casa. Y allí coincidirían también con unos exiliados australiano llamado The Birthday Party cuyo cantante, Nick Cave, era como un predicador borracho de maldad. Ninguna corriente musical que se precie puede serlo del todo si no cuenta con un punto de encuentro en el que sus feligreses puedan congregarse. Esta función la cubrió el Batcave, la sala londinense que albergó a estos y muchos otros personajes que, de una u otra manera, oscurecieron la música pop. Una historia que Unsworth cuenta con profusión de datos y sin miedo a romper con los dogmas. Especialmente destacables resultan los perfiles dedicados a personajes que ella lama padrinos góticos (gothfathers en el original). Proceden de la chanson el cine, la poesía y tienen nombres como los de Jim Morrison, Juliette Greco, Tura Satana, Nico, Bobby Gentry, Karen Dalton, Screamin’ Jay Hawkins y otros más. Mi única duda es si en esa lista no debería estar también la fabulosa Kate Bush. Con solamente dieciocho años grabó una canción que en tres minutos capturaba la tormenta pasional de Cumbres borrascosas, claro preámbulo del álbum Hounds of Love, aparecido en 1985, que era pura literatura gótica hecha música.