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SILLÓN OREJERO

Bastien Vivès, novelas gráficas de amor entre acusaciones de blanqueo de la pederastia

Es curioso que el que ha sido considerado uno de los mejores dibujantes jóvenes de cómic frances, Bastien Vivès, autor de obras maestras como “Polina” o “El gusto del cloro”, que ahora va a ver cómo una de sus creaciones llega a Netflix, esté sumido en un debate sobre la legalidad de sus cómics sexuales. En trabajos como “Petit Paul” o “Los melones de la ira” proponía sátiras pornográficas de humor negro que le han puesto en el punto de mira

16/10/2023 - 

MURCIA. En noviembre, Netflix va a estrenar Voleuses, una película basada en el cómic La gran odalisca de Jérôme Mulot, Florent Ruppert y Bastien Vivès. Siempre es buena noticia que un cómic y su autor trasciendan las viñetas, sobre todo si es en forma de derechos audiovisuales, pero Vivès, uno de los más reconocidos dibujantes franceses de los últimos años, ha trascendido por algo más. 

El año pasado el festival de Angulema anunció que suspendía una exposición dedicada a la obra de este autor. Habían “ardido las redes” y volado las amenazas, se habían recogido firmas y se le acusaba de “glorificar la pedofilia, la pederastia, el incesto y la violación”. Aunque el festival adujo en su comunicado que el motivo de la cancelación del evento era que se habían proferido “amenazas físicas” contra el autor y que no podían llevar a  cabo su programación si eso le ponía en peligro. 


La polémica había empezado en 2018, cuando la obra Petit Paul, sobre un niño de diez años que mantenía diferentes relaciones sexuales con mujeres adultas que se veían atraídas por su pene descomunal. Cuando se le iba a rendir homenaje en Angulema, sus detractores recordaron esta obra, que formaba un díptico con Los melones de la ira, sí comercializada en España, donde la protagonista era la hermana del pequeño y tenía unos pechos gigantescos lo que la introducía en enredos de toda clase siempre motivados por el deseo de acostarse con ella de todos los varones de su región. La tercera obra citada como problemática era La descarga mental, una disparatada comedia sobre un hombre que acude a casa de un amigo donde el sexo hospitalario forma parte de las costumbres de su mujer y de sus hijas. 

Leídas las tres obras, considerándolas obviamente para adultos, ninguna de ella me parece merecedora de censura o de abrirle un proceso al autor. Son comedias procaces, pero disparatadas. La temática sexual satiriza las narrativas del porno convencional y los chistes son extremos, sobre todo los que tienen a menores por medio, pero son tan grotescos que entran de forma bastante evidente dentro del terreno del humor, no del erotismo pedófilo. 

La otra parte de las acusaciones ya no son ficción. Se trata de declaraciones que ha hecho Bastien Vivès en diferentes momentos. Según el Huffington Post francés, en una entrevista de 2017 en Madmoizelle (ya borrada) dijo “el incesto me excita a muerte”. En otra ocasión, insultó a una dibujante feminista, Emma, en Facebook diciendo que su trabajo “tenía un mensaje de nivel dos años de edad mental” y que “no sabe dibujar”. Hasta ahí ningún problema, pero luego siguió “me gustaría que uno de sus hijos fuese apuñalado”. A esto hay que sumar unos textos escritos en un foro cuando tenía 20 años donde reconocía inclinaciones sexuales execrables: “A veces me atraen las niñas de 10 o 12 años… y me digo: mierda, soy un pedófilo. Por supuesto, no hago nada”. 

Emma, cuando pidió que se retirara su exposición, reiteró que sus cómics eran ilegales. Un detalle sobre el que se pronunció también Jul Maroh, autor de El azul es un color cálido, magistralmente llevada al cine por Abdellatif Kechiche, que recordó que “la difusión de pornografía infantil por cualquier medio se castiga con cinco años de prisión y 75.000 euros de multa”. Loïc Sécheresse, por su parte, escribió “si tus fantasías son los traumas de cientos de miles de víctimas y quieres hablar de ellas, ve a un psiquiatra en lugar de a una editorial”. 

Personalmente, me extrañó que se produjera un alud de acusaciones contra Vivès en un país como Francia. Sus obras son provocadoras, pero al explorar los límites del humor no es como si estuviera cruzando líneas en otro campo, como el del erotismo. Existe un debate sobre la libertad de expresión y la pornografía. Si la pornografía sirve para excitar al que la consume, cuando tiene un contenido pederasta ¿a lo que está incitando no es a un delito? Sin embargo, esa no es la discusión aquí, no veo cómo iba alguien a excitarse con unas obras tan disparatadas. 

También tengo que decir que, cuando leí Los melones de la ira, me dejó de piedra que hubiera un autor joven que hoy se atreviera a publicar algo así. ¿El autor de una obra maestra como Polina bajando así al barro? Era como leer un ejemplar de la Judía verde o la Colección X de La Cúpula, que ha envejecido fatal en muchos casos, pero con mejores chistes. Con todo, era algo que desafiaba totalmente la moral dominante y, efectivamente, lo ha pagado. Y el debate no es si se trata de buen o mal gusto, sino de si son legales. 

Y todo esto para anunciar que, en mitad de esta controversia, llega a mis manos su última obra, Último fin de semana de enero, lanzada también por Diabolo, en la que muestra su vertiente más Éric Rohmer. Se trata de un dibujante que acude, precisamente, a Anguleme y termina enamorándose de la mujer de un fan. El romance está repleto de cargas de profundidad hacia el aburguesamiento de los dibujantes profesionales. No es difícil detectar que es una profesión que encorseta rápidamente a buena parte de los dibujantes que destacan. Se sitúan en una línea que impide explorar caminos más audaces, solo los rentables, que han de realizarse de manera académica. Un fenómeno, en definitiva, extrapolable a cualquier otro ámbito creativo. Aquí esa desmoralización la encarna un autor de mediana edad, a través de cuyos ojos no vemos más que un mundo del cómic sumido en rutinas y la pesadez de los coleccionistas y cazadores de firmas. 

Los recursos que emplea son muy similares a su exitosa El gusto del cloro, con el personaje femenino rematando la historia con una frase emocionante.  Sigue en la línea de sus inmediatamente anteriores La blusa o Una hermana, obras que se digieren a otro ritmo, a las que se puede volver recurrentemente, y que no necesitan ni dibujos ni textos elaborados o muy precisos y trabajados para expresar sentimientos y sobre todo sensaciones profundas y duraderas. Sin duda, lo más sorprendente de este autor es su versatilidad. 

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