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Bárbara Lennie: "Asumir que estás perdida no significa que seas frágil, sino todo lo contrario"

15/01/2023 - 

MURCIA. La entrega del premio a la Mejor Película Iberoamericana a Cenizas del paraíso (Marcelo Piñeyro, 1997) en la 12 edición de los Goya corrió a cargo de unos veinteañeros Ernesto Alterio y Juan Diego Botto. Ambos actores, de Buenos Aires pero crecidos en España, bromearon con el acento de la ciudad que los vio nacer, salpicando su introducción con un par de boludos, un pelotudo y un “qué se yo” de marcado yeísmo rehilado para pasar a la dicción española al presentar a los candidatos. Bárbara Lennie (Madrid, 1984) es hija de argentinos exiliados y también tiene esa capacidad de brincar de un deje al otro. Así lo hizo en su primera colaboración con el director Diego Lerman, Una especie de familia (2017), y repite en la segunda, El suplente, que llega este fin de semana a nuestros cines.

Al entreoír a Lennie durante las entrevistas que iba concediendo en el festival, el cineasta argentino se mofaba de ella llamándola estafadora, porque la actriz del madrileño Barrio Prosperidad dialogaba instantes antes con él en español rioplatense.

En la película da vida a la ex mujer del protagonista, interpretado por Juan Minujín, un prestigioso profesor de literatura que acepta una suplencia en una escuela en la periferia de la ciudad de Buenos Aires. Allí, precisamente, creció junto a un padre ausente por su labor al frente de un comedor social. Este drama hibridado con el thriller es una mirada a la educación en los márgenes y la atracción del abismo del narcotráfico en las barriadas donde no hay esperanza de futuro. En San Sebastián fue reconocida con la Concha de Plata a Renata Lerman a la mejor interpretación de reparto.

- ¿Te resulta tan sencillo saltar de un acento a otro como aparentas?
- Hablar con acento argentino me cuesta un poquito más, porque lo mezclo, pero cuando viajo a Buenos Aires se me pega mucho. No es algo que tenga que trabajar, sino refrescarlo y actualizar el cotidiano. Estando allí, te surge natural.

- Este año pasado estrenaste obra de teatro, Los farsantes; serie en Netflix, El desorden que dejas; y la película Los renglones torcidos de Dios. ¿Te ha supuesto un cierto alivio que Lerman te ofreciera esta vez un personaje secundario?
- Comparado con Una especie de familia, en el que además de responsabilizarme de un personaje protagónico, el rodaje fue intensísimo, muy exigente y en Misiones, de repente, esto ha sido como una vacación. Diego me llamó y me dijo que el personaje era pequeño, pero que le apetecía que estuviera en el proyecto. Era el pack perfecto, así viajaba a mi país, veía a mi familia, hacía su película y conocía a Juan Minujín y a Alfredo Castro, a los que admiraba por sus trabajos.

- La película arranca con una frase sobre la importancia de leer y de escribir poesía. No sé si también sumarías ese punto de partida como motivación.
- La importancia de la lectura la tengo incorporada en mi vida desde adolescente y me gusta que la peli plantee una pregunta sobre su utilidad. He tratado de escribir ficción, pero la poesía me parece más difícil.

- ¿A qué conclusión has llegado tú, para qué crees tú que sirve la lectura?
- Para hacer la vida más accesible, más placentera y más feliz. Es difícil de explicar, pero tiene que ver con lo que te pasa por dentro cuando lees algo. A mí me ha salvado de momentos muy difíciles. En concreto, la ficción, tanto en el cine, como en la literatura y el teatro. Te abre la cabeza, te hace preguntas y te repara. Te brinda un refugio inasible, pero muy poderoso.

- ¿Por qué crees que la ficción vuelve una y otra vez a la reivindicación de la educación?
- Porque es un temazo. No sé si has visto la serie The Wire.

- Claro, ¿lo dices por la cuarta temporada, donde el eje era el sistema educativo?
- Sí, era cojonuda. El gran tema de la humanidad es cómo formar y las dificultades que plantea. Es la base de todo y a la vez provoca una gran frustración a la gente que se dedica a ello. Diego aborda un montón de temas sociales en sus películas, desde la adopción hasta la educación. Es un director al que le interesa su entorno, y envuelve de thriller sus preguntas y sus problemas.


- Has trabajado con prácticamente toda la industria del cine español. De hecho, de camino a esta entrevista, he perdido la cuenta de las personas que te han parado para felicitarte por tu embarazo (en el momento del encuentro, Lennie estaba embarazada de ocho meses). ¿Todavía te impresiona coincidir con actores a los que admiras en un rodaje?
- Depende del tipo de actor, porque Alfredo es un artista increíble, pero tiene un perfil de ser humano maravilloso. No ejerce de estrella, entendiéndolo como alguien más inaccesible y difícil. Lo pone todo tan fácil... Tiene humor, es el más humilde. Me impresiona cuando lo pienso en casa. Me ha pasado en otras películas, Todos lo saben (2018), de Asghar Farhadi, por ejemplo, donde Javier Bardem interpretaba a mi marido y no habíamos podido ensayar para ver qué tal. Es bonito que me siga ocurriendo, pero no solo me pasa con actores que admiro, también entro con mucha curiosidad cuando no los conozco. Me divierte mucho no saber por dónde van a salir

- ¿Qué hay de tu colaboración con directores nóveles? En concreto, me interesa tu experiencia con Elena López Riera. ¿Qué te motivó a incorporarte al elenco de su ópera prima, El agua?
- Elena me pareció una mujer con mucho talento. Sus cortos me interesaban, porque tiene una trayectoria bastante particular dentro del panorama español: ha hecho un montón de cosas aquí, pero ha estudiado fuera; tiene una visión de un lugar muy concreto y a la vez lo ve desde otro prisma. Estaba muy bien arropada por la producción y el guión también me pareció diferente. Desde Nelly Rivera y María (y los demás) (2016), no había vuelto a trabajar con una directora debutante.

- ¿Cómo fue el ambiente en un set donde Nieve de Medina y tú eráis las únicas actrices profesionales?
- La energía que imprime Elena es muy personal. Es una realizadora que pone sus dudas y su fragilidad sobre la mesa. Después iba a hacer Los renglones, una película más industrial, pero yo vengo de un cine mucho más guerrillero y no hay que abandonar los lugares donde me han cuidado.

- Como apuntas, en tu carrera alternas el cine autoral con el comercial. ¿Dónde te sientes más arropada?
- Depende mucho de las personas que están en los proyectos. Cuando en películas grandes y supuestamente más industriales o frías, la gente que está dentro no lo es, se genera un espacio de cuidado, muy seguro. En cambio, hay veces que te sumas a una producción porque te gusta el proyecto y resulta que te desagrada el tono. En la vida, en general, todo lo marca el grupo humano que está detrás.

- Tu apunte sobre las inseguridades de Elena me ha conectado con una declaración de Carla Simón durante la promoción de Alcarrás en la que también hablaba de dirigir desde la duda. ¿Agradeces las muestras de vulnerabilidad de las directores durante tu trabajo?
- Los equipos han sido durante muchos años muy masculinos y heteronormativos, así que creo que la vulnerabilidad es muy saludable. Hacer cine siempre tiene que ver con la duda. Si tiene que ver con la certeza, resulta raro, porque estás jugando todo el tiempo con un material sensible que son los actores. Como creador deberías estar en un estado de apertura, ser una esponja. No es lo mismo si llegas a la localización y está lloviendo. Si ese espacio de duda no está, me parece aburridísimo, y hasta hace poco no ha sido tan evidente. Es algo femenino, aunque algunos hombres también están aprendiendo y permitiéndose no ser siempre los que tienen la respuesta y la última palabra, a los que hay que obedecer por equis. Sin embargo, a día de hoy, todavía hay muchos directores que están lejos de poder decirle a un equipo “perdonad, me he equivocado” o “no sé muy bien qué hacer, necesito un tiempo”, y si lo hacen, es desde un lugar omnipotente. Creo que las mujeres tenemos la capacidad de asumir que estamos pérdidas y no pasa nada. Eso no significa que seas frágil, sino todo lo contrario.

- ¿Que has aprendido de los adolescentes en estos dos rodajes después de la demonización que han sufrido durante la pandemia?
- Es una generación que lo ha tenido complicado. Se les prometía que el mundo iba a ser de una manera y resultó que no, así que, independientemente de su clase social, cuestionan mucho todo. Se preguntan ¿por que voy a estudiar si después no hay salida? ¿Cuál es el camino? Antes había que hacer una carrera y tener un trabajo, pero ahora los trabajos son varios, muchos. En general son adolescentes que no tienen pudor en dedicarse a varias cosas. Si les gusta algo van a por ello, si a los dos años, otra cosa, cambian. Lo que veo es que están cansados de que se les responsabilice de tantas cosas. Están pidiendo que nosotros trabajemos nuestros problemas y les dejemos un margen de libertad. Han estado muy marcados. No han podido salir durante dos años. Y viven con prisa. Es una generación con una urgencia por que las cosas sucedan que les genera un poco de ansiedad. Estar tranquilos les parece una cosa para los demás.

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