MURCIA. El fin de nuestra especie no llegará de la mano de un virus exterminador, sino que tendrá lugar lenta e inexorablemente a través del desgaste continuo del entorno en el que habitamos. Como ha ocurrido con el Mar Menor, la falta de perspectiva en estos asuntos puede derivar en un gran perjuicio para el ser humano que, aunque imperceptible al principio, acabará por ser demasiado abultado como para barrer detrás de la alfombra. Ese es el caso de las pérdidas que afrontamos en verano a causa de los incendios forestales.
En concreto, las llamas consumen de media 442 hectáreas de bosque en la Región cada año, lo que provoca graves perjuicios para el aire reciben nuestros pulmones tanto de manera directa como indirecta.
Por un lado, el humo dispersa partículas en suspensión varios kilómetros alrededor del origen del fuego, lo que supone una molestia temporal. Sin embargo, la masa forestal también interviene en la purificación del ambiente y su pérdida prolongada sí resulta un inconveniente a largo plazo. Al fin y al cabo, la naturaleza continúa siendo la mayor generadora de oxígeno y la mejor barrera que tenemos contra la polución: "Son agentes silenciosos y eficientes en la limpieza y purificación de la atmósfera", indican desde el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona).
Y es que con 511.293 hectáreas de bosque en todo el territorio regional, la quema de alrededor de 442 al año supone casi un 1% menos de terreno arbóreo en el transcurso de 365 días.
Asimismo, estos golpes también tienen su impacto económico, pues apagar un incendio puede costar unos 10.000 euros por hectárea, aunque se trata de una cifra que puede oscilar según las técnicas empleadas. De esta forma, encontramos que la Región pierde casi 4 millones y medio de euros al año para sofocar las llamas.
Sin embargo, no solo el aire se ve afectado por el fuego, sino que también provoca la desertificación de la zona afectada, una alteración en el ciclo del agua y la erosión del suelo, así como los perjuicios en el hábitat de las especies: "Los incendios pueden ser muy dañinos porque dañan toda la biodiversidad, tanto la fauna como la flora", explica el Seprona en conversaciones con Murcia Plaza.
De hecho, estos daños son tales porque la Región de Murcia es "una de las comunidades más amenazada por los incendios forestales debido a su clima árido que provoca la cercanía con el Sahara", de acuerdo con el director general de Medio Natural, Fulgencio Perona.
"En los meses de verano las temperaturas pasan a ser muy altas y hay pocas lluvias, lo que sumado al carácter seco de nuestros árboles provoca que se creen grandes masas con una carga de combustible alta y con fácil capacidad de combustión" relata Perona.
Así pues, encontramos que durante el periodo estival los incendios son aún más peligrosos ya que no solo es más sencillo que se provoquen, sino que el calor también facilita su propagación. En concreto, el 95% de las hectáreas que se quemaron durante 2020 ardieron durante julio y agosto.
Aunque la intencionalidad ha disminuido en los últimos años, aún continúa como el motivo más común de los incendios, pues de los 85 que tuvieron lugar el año pasado 28 compartían esta causa. Por detrás, encontramos los 16 que provocaron las negligencias y los 14 en los que la combustión fue un proceso natural, probablemente por el efecto de los rayos. No obstante, el fuego más devastador (346 hectáreas) nació a raíz de un accidente, mientras que los intencionados solo fueron culpables de la quema de 8 hectáreas.
Esto se debe a que en la prevención de incendios resulta especialmente importante controlar el fuego cuanto antes para que las llamas no se descontrolen, pues es probable que un único fuego arrase él solo más terreno que todos los que tuvieron lugar en el mismo año juntos. Al fin y al cabo, resulta imposible prevenir todos los incendios, por lo que la prioridad debe ser sofocarlos cuanto antes para que los destrozos no sean imparables.
Tras la extinción de las llamas comienza un reto incluso más desafiante: repoblar los árboles consumidos para recuperar la masa forestal. En el mejor de los casos, es el propio ecosistema el que "posee la mejor y más eficaz vía de regenerar y repoblar su propio ecosistema con un nulo impacto medioambiental sobre el mismo, a través del banco de semillas disponible en el suelo y que se activa tras el paso de un incendio", explica Perona.
No obstante, también es probable que se requiera la mano del hombre para forzar la recuperación de la zona en caso de que en un periodo de uno o dos años no haya comenzado a reforestar por sí misma. En estos casos, se llevaría a cabo la implantación de más ejemplares y diversas especies que mejorarían la situación del bosque. En cualquier caso, esta solución implicaría la modificación artificial del ecosistema.