MURCIA. Uno de los paisajes más característicos de la Murcia de los años 20 a los 70 del siglo pasado desapareció hace ahora medio siglo. Porque en el mes de febrero del año 1972 fue derribado el gran depósito de agua que la suministraba a la ciudad desde su puesta en funcionamiento en el año 1924 y que, como algunos lectores recordarán, se encontraba a la entrada del Barrio del Carmen por el Puente Viejo, en el lugar que en otro tiempo había ocupado el Matadero, muy cerca del templete de la Virgen de los Peligros, y su presencia en lugar tan distinguido y visible constituyó una estampa clásica, aunque de más que dudosa estética, de la ciudad.
Las obras de construcción del elevado armatoste dieron comienzo en el mes de noviembre del año 1923, tras el estrepitoso derrumbe del anterior en el mes de abril, el mismo día en que se procedía a su llenado. Este accidente, del que pronto se cumplirá una centuria, merece por sí mismo un comentario en estos ayeres, y nos retrotrae a la edificación del primer depósito, cuyas obras comenzaron hace justo un siglo, y que fue recibida en la ciudad con gran alborozo.
"aquel enorme armatoste se desplomó, convirtiéndose en un amasijo de barro, hierros, cemento… pero sin causar nada más que dos heridos"
Podía leerse en El Liberal en el mes de agosto de 1922: "Hoy, ante el hecho consumado, ante la realidad tangible, las felicitaciones que habíamos de dedicar a la autoridad local, las dirigimos al pueblo de Murcia, a la ciudad desdichada que va a ver realizada la ansiedad de disfrutar del agua de su río, que pasa junto a los pies del vecindario y no ha conseguido apagar la sed de los habitantes. Por eso el pueblo es el que merece la enhorabuena, porque es el que va a disfrutar del agua que tanta falta le hace y con tanto afán ha estado pidiendo".
Y es que se trataba de dar un paso al frente tan relevante como poner en marcha el abastecimiento de agua potable, con la construcción de un gran depósito elevado en la margen izquierda del río, próximo a la entrada del Malecón, y junto a él, las balsas de depuración y ozonización y la maquinaria de elevación de las aguas, una vez tratadas. El 5 de agosto dieron comienzo las obras, con un presupuesto de casi 350.000 pesetas.
Y aunque el plazo comprometido era de tres meses, no fue hasta el mes de abril de 1923 cuando se procedió al llenado de la gran cubeta, llamada popularmente el botijo aéreo, y fue entonces cuando, con gran estrépito, aquel enorme armatoste se desplomó, convirtiéndose en un amasijo de barro, hierros, cemento… pero sin causar nada más que dos heridos, uno de los cuales, para mayor fortuna suya, sólo se fracturó una costilla a pesar de que se encontraba en lo alto del depósito.
Se habló entonces de las causas del siniestro, achacándolo a la escasa consistencia de las columnas para soportar el peso del vaso lleno de agua, que se estimaba en 250 toneladas, de la poca calidad del cemento aportado por la empresa Portland, de Sestao, contratada por Bartolomé Bernal, a quien se había encargado la ejecución de la obra. Y se habló también de que el terreno de aquella orilla del río no era el más adecuado, por estar formado, en buena medida, por materiales de relleno que se emplearon para reforzar aquella zona frente a las riadas, a lo que había que sumar el efecto de las abundantes lluvias caídas en el otoño de 1922.
Lo cierto es que hubo que poner de nuevo manos a la obra para alzar el nuevo depósito, pero en la orilla opuesta, aprovechando el gran espacio que había dejado libre el viejo Matadero (cuya fachada es hoy uno de los accesos al jardín de Floridablanca), y en noviembre se iniciaron las tareas, siendo inaugurado el 17 de mayo del siguiente año, es decir, en la primavera de 1924.
Aquella tarde se reunieron en la Alcaldía el alcalde Cunqueiro, varios tenientes de alcaldes, los ingenieros Moreno Lázaro y Díaz Ronda y los contratistas de las obras de abastecimiento de aguas de la población, con el citado Bernal a la cabeza, para la admisión por parte del Ayuntamiento del nuevo depósito y las instalaciones auxiliares, para lo que se desplazaron tanto al emplazamiento de las mismas, comprobando su buen funcionamiento, como a distintos puntos de la ciudad, donde verificaron que de las fuentes públicas y bocas de riego brotaba el agua con suficiente presión. Con lo cual, se dio el visto bueno a lo ejecutado.
Lo cierto es que, a pesar del gran avance que supuso el nuevo depósito, no fue hasta 1930 cuando se culminó por fin la red de suministros de agua potable de la ciudad de Murcia y la de alcantarillado, poniendo fin a una larguísima época de penurias.
Con todo, el problema de abastecimiento siguió subsistiendo durante décadas, concretamente hasta 1956, fecha en la que las aguas del Taibilla llegaron a la capital y los murcianos pudieron disfrutar desde entonces de un agua de calidad y en cantidad suficiente.
El hermano segundo del desaparecido 'botijo aéreo' oteó desde su privilegiado enclave el horizonte murciano. Y vio cómo se abría paso la Gran Vía para conectar el Puente Viejo con la frontera norte marcada por la nueva plaza Circular, la cárcel y la estación de Caravaca. Y constató cómo el tráfico era cada vez más abundante y menos controlable. Hasta que se inauguraron nuevas dependencias para el suministro de agua en la pedanía de Espinardo y el depósito dejó de prestar sus servicios a la población. Y fue entonces, próximo a cumplir el medio siglo, cuando la piqueta municipal lo echó abajo con menos ruido, y también menos riesgo, que su efímero antecesor.