MURCIA. La compañera (Lumen, 2022), el último libro de la ilustradora Agustina Guerrero, nos arroja de lleno a sus recuerdos. La muerte, el síndrome de la impostora, o la familia componen un recorrido autobiográfico donde «la compañera», una silueta de negro que acompaña a la protagonista, va formulándole muchas preguntas y reflexiones a medida que se van asomando a «agujeritos» donde trazan esa conexión con el pasado. Pero la idea de Guerrero (también conocida como La volátil, su personaje ilustrado) no es únicamente reconciliarse con sus recuerdos, sino que los lectores puedan atreverse a emprender también ese viaje. Allá que vamos.
-¿Cómo nace La compañera?
-Siento que con El viaje, mi libro anterior, hubo un cambio en mi manera de contar: una evolución. Y el personaje que sería La compañera aparece en una página. El caso es que tenía otra idea para un libro, pero no terminaba de sentirla en la barriga hasta que una chica compartió en Instagram la imagen de la que hablo, del libro El viaje. Ahí se me abrió una ventana, y empecé a ver que podía contar con este personaje. Siempre me habían interesado mucho los recuerdos, la importancia que tienen, y hacer un recorrido por allí. Así se fue gestando y se fue hilando.
-¿Quién es realmente «la compañera», esa silueta negra sin rostro que acompaña a la protagonista del libro? ¿Qué simboliza?
-Tiene una imagen muy potente. Muchas veces puedes pensar que es un personaje negativo, pero ni mucho menos: no quería que «la compañera» fuera eso, ni que significase eso. Para es mí como mi «yo» sabio: una compañera que viene a enseñarme, a incomodarme, a hacerme entender ciertas cosas que muchas veces me pregunto… Es un personaje amoroso [ríe], una especie de psicóloga con la que tengo una conversación y que me ayuda a recorrer mi historial.
-¿Hasta qué punto es una obra autobiográfica?
-Hacer este recorrido hacia los recuerdos fue como buscar respuestas a por qué a veces soy insegura, por qué me comporto de cierta manera; o por qué siento cómo siento, por qué amo cómo amo… todo es por el historial que hemos vivido, por los recuerdos. El reto era ese: también invitar a que cada persona que lea el libro haga su propio recorrido e integre todo lo que ha pasado. Como volver a los recuerdos malos, que también te hacen ser como eres. Para mí es un libro que me ha ayudado. Tanto El viaje como La compañera han sido libros sanadores.
-Precisamente, uno de los recuerdos enterrados a los que se enfrenta la protagonista de La compañera tiene que ver con una situación de abuso. ¿Es dibujar una forma de terapia?
-Cada recuerdo lo hice con una emoción distinta. Y este tiene mucho enfado y rabia. Recuerdo que llamé a mi amiga Lorena para que me diera su permiso para contar esta historia. Poca gente lo sabía. Siento que tengo una herramienta poderosa y la tengo que utilizar para dejar de normalizar ciertas cosas, para hablar de ello.
Me atrevería a decir que el 100% de mujeres hemos vivido situaciones de abuso, o nos han tocado sin nuestro consentimiento. En las siguientes páginas del libro cuento otras cosas que también he atravesado y, como de niña convives con esto, lo vas normalizando, lo vas interiorizando. Y no. Si me hubiese pasado hoy [la situación que muestro en el libro] hubiera denunciado, pero en ese momento no hicimos nada. De ahí mi denuncia en esas páginas, mi denuncia tardía.
-Una parte importante de La compañera son los recuerdos, tanto los buenos como los malos. ¿Cómo lo has hecho para ordenarlos y enmarcarlos en distintas temáticas?
-Hay tantos recuerdos como agujeritos que dibujo en el libro, pero en realidad lo hice a la inversa. En vez de empezar a recordar, hice un listado de temáticas que quisiera tocar, como la muerte, por ejemplo. Especialmente la muerte de mi abuela, que fue un golpe muy duro. De hecho, me he enfrentado a la muerte en diferentes edades. La primera, con 11 años, lo viví de una manera quizá más egoísta, pensando en mí: «A mí me puede pasar». A esa edad no sueles pensar en que te puedes morir; crees que se mueren personas viejecitas, enfermas… pero no las niñas. Sin embargo, después, con la muerte de mi abuela noté la ausencia, por ella, porque me iba a hacer falta.
Hice un listado: muerte, abusos, síndrome de la impostora, los recuerdos más felices (que son destellos)… y a partir de ahí empecé a recordar.
-Sobre el síndrome de la impostora, ¿crees que pasa por doble partida en este caso, por dedicarse a oficios creativos, y también por ser mujer?
-Sí, es un trabajo tan expuesto (es algo tan de dentro lo que yo hago), por esa necesidad dibujar… pero sí, coincido en que las mujeres sufrimos más en este sentido. Siempre tenemos que dar la talla, demostrar más. Mi mayor miedo ante esta exposición es que la gente pensara «cómo habrá llegado hasta aquí» o «mira cómo habla»… la crítica, el sentirme de menos, creo que eso se mama a lo largo de la vida, y luego sale, florece de esta manera.
Ahora mismo estoy en otro momento. Por ejemplo, acabo de aceptar dar unas conferencias que hace un par de años rechacé por esto mismo, porque me daba miedo. Pero he pensado que ya está bien de paralizarme por el miedo. Luego las cosas no son como las piensa mi cabeza. Y equivocarme, o no saber ciertas cosas, también es válido [ríe]. Me estoy despojando mucho de ese miedo. Con La compañera, de hecho, me he animado a hacer promoción o a salir en la tele, algo que de normal no he llevado nada bien.
-En tus viñetas se aprecia el sentido del humor para reírse de una misma. ¿Por qué?
-Todo empezó haciendo viñetas sueltas de humor. Mis anteriores libros son así, y tienen un personaje [«la volátil»] más extrovertido, más alocado, más gracioso… Pero siento que desde que hice El viaje y La compañera, aunque hay humor, muestro también más mis debilidades, mis flaquezas y mis inseguridades. Paradójicamente, mostrarme así me ha dado mucha seguridad [ríe]. Es como muestro mi verdad, mi esencia; y ha sido recibido amorosamente. Por eso digo que me estoy animando a hacer más cosas.