MURCIA. “La inmoralidad, en cualquiera de sus formas, atenta directa y sustancialmente contra la vida física de la Patria, pues hay una estrecha e intensa relación entre la moralidad pública y la interna solidez y fecundidad de la familia”. Esta engoladísima y alcanforada cita forma parte de uno de los muchos informes elaborados por el Patronato de Protección a la Mujer. Creado en 1941 y disuelto en 1985, el organismo surgió bajo el pretexto de acabar con la prostitución clandestina de las menores de edad. Sin embargo, amparado en la necesidad de “dignificar la moral de la mujer”, funcionó como un implacable mecanismo disciplinario. Cualquier joven que no encajara en los rígidos cánones del ‘ángel del hogar’ pregonado por el nacionalcatolicismo podía ser perseguida, encerrada y vejada en algún centro de la institución.
Ahora, las periodistas Marta García Carbonell y María Palau Galdón recuperan la memoria de esta suerte de sistema penitenciario oculto para muchachas ‘descarriadas’ en el libro Indignas hijas de su Patria.
Regentadas por órdenes religiosas como las Adoratrices o las Oblatas, las sedes del Patronato se erigieron en espacios de violencia, hambre, humillación, trabajos forzados y espiritualidad impuesta. Una herramienta de control del cuerpo, la mente y el comportamiento de las mujeres que siguió vigente tras el franquismo y mantuvo sus fundamentos represivos durante los primeros años de la democracia.
-En el libro comentáis que cuando preguntabais a vuestras madres, tías o abuelas por el Patronato no sabían de qué se trataba, pero sí recordaban rumores de que a las chicas que ‘se portaban mal’ se las llevaban ‘a las monjas’ (desde Plaza, invitamos a la audiencia lectora a repetir el experimento en su entorno). ¿Cómo abordasteis la tarea de investigar sobre una institución cubierta por ese velo de desconocimiento?
-Marta García: La investigadora y superviviente del Patronato, Consuelo García del Cid, nos decía que este mito de los reformatorios de monjas parecía casi como un cuento para atemorizar, como el coco o el hombre del saco. Ese fue uno de los principales problemas, la falta de conciencia social sobre la entidad.
-María Palau: Además, gran parte de la información sobre el Patronato viene por los documentos redactados por sus responsables, es decir, por hombres con una visión machista, patriarcal y franquista. Era difícil componer la historia solo con sus voces. Pero también es muy complicado encontrar testimonios de mujeres que estuvieron encerradas, pues, aunque fueron miles y, por edad, muchas de ellas están vivas, no quieren hablar de su experiencia.
-MG: Algunas probablemente ni siquiera sepan que fueron víctimas del Patronato, como institución, sino que lo limitan a haber estado internadas en un centro religioso. Ojalá que con este trabajo encuentren un punto de partida para empezar a entender su historia y lo que padecieron allí.
-MP: Consideramos el libro como un nexo con otras supervivientes, para que sepan que hay más como ellas. Y para que estén seguras, de que, si después de tantos años, deciden contar su historia van a tener quien las crea. En muchas ocasiones, comentan que hasta ahora no lo han contado por miedo a que no se las tomen en serio o a ser señaladas. En su momento, haber pasado por esos lugares suponía un estigma enorme. Incluso hay testimonios que dicen que lo olvidaron, que consiguieron recordar lo que había ocurrido tiempo después, porque lo habían borrado de su mente.
-¿Hasta qué punto pensáis que esa visión borrosa sobre el Patronato, una estructura muy potente y que pervivió década tras década, se debe precisamente a que las represaliadas eran exclusivamente mujeres y, además, mujeres ‘descarriadas’?
-MG: A la hora de investigar, los temas femeninos se han dejado tradicionalmente en un segundo plano. Y si hablamos de ‘malas mujeres’, señaladas, perseguidas y encerradas, todavía se aborda menos. Siempre hay temas más importantes que las ‘mujeres caídas’.
-MP: De hecho, en la bibliografía sobre el Patronato sólo encontramos un artículo escrito por un hombre, el resto de estudios e investigaciones están hechos y liderados por mujeres. Lo que nos pasa a nosotras no importa y, si importa, solo importa a otras mujeres.
-Hablamos de una institución que lo que plantea son castigos específicos a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Los hombres implicados en muchas de esas actividades por las que ellas eran perseguidas no sufrían una represión similar.
-MP: Los informes del Patronato ni siquiera entran a valorar cuáles son los comportamientos de los hombres, si están bien o están mal. Una de las cuestiones que nos hemos empezado a plantear al escribir el libro es que los motivos por los que fueron internadas esas jóvenes son hábitos que nos definen a Marta y a mí como personas y como mujeres. Asuntos que hoy forman parte de nuestra identidad, hace décadas, nos podrían haber llevado al encierro.
-MG: Esta entidad muestra muy bien la doble moral de la época, especialmente con la prostitución: la prostituta es castigada y estereotipada, pero se entiende que su consumo es algo natural para el hombre.
-A lo largo del libro, mencionáis algunas de las infracciones que podían provocar una denuncia y encontramos asuntos tan cotidianos como acudir a determinados bailes, ir en bicicleta con tu novio o bajar al río al anochecer.
-MG: Todas o casi las mujeres que conocemos estarían ahora mismo encerradas en alguna de estas instituciones, porque los motivos por los que podían apresarte iban desde con quién te juntabas, cómo te divertías, los centímetros de tu falda…
-MP: Lo que más llama la atención de los expedientes son los testimonios de mujeres violadas, muchas veces por un familiar, pues se entendía que la culpa era de ellas. Se hablaba en términos de pecado, ya fueran pequeños hábitos, como fumar por la calle, o más graves, como mantener relaciones sexuales extramaritales. Esas mujeres eran pecadoras a las que había que aislar, por una parte, por ser elementos contaminados que había que redimir, pero también eran peligrosas porque podían contaminar al resto.
-En un principio, el franquismo plantea esta institución como una forma de combatir los ‘vicios’ de la República, como un proceso de saneamiento del país. Se busca, digamos, ‘limpiar España’...
-MP: Exacto, pero conforme van pasando los años se convierte en un elemento de control de la población femenina. Para la continuidad del régimen necesitaban nuevos adeptos, nueva población y las madres no solo traían al mundo a esos individuos, sino que eran las encargadas también de transmitirles unos valores. De ahí la importancia de controlar a las mujeres.
-No en vano, el rol de ‘madresposa’ es un puntal fundamental del proyecto de la España franquista, una cuestión programática para el nacionalcatolicismo.
-MG: Partimos de la base de que la presidenta honoraria del organismo es Carmen Polo “ejemplo de madres y esposas españolas”. El objetivo es ese, tener nuevos hijos que continúen con el régimen. Eso no afecta sólo al patronato, la dictadura contó numerosas disposiciones normativas y entidades para conseguir ese modelo de ‘ángel del hogar’, porque las mujeres solo eran útiles como madres.
-Estos procesos de disciplinamiento de las ‘mujeres caídas’ ejercían también como una vía para asustar al resto de la población femenina, un aleccionamiento de lo que podía pasar si se descarriaban… Al mismo tiempo, habláis de cierta connivencia social o simplemente de indiferencia hacia lo que podía suceder a esas jóvenes represaliadas.
-MG: Las niñas eran denunciadas por sus familias, por médicos, por curas, por monjas… Se crea una especie de consenso o silencio social que permite que el Patronato dure cuatro décadas.
-MP: Incluso en 2023, poquísima gente sabe qué era esa entidad. Ahora se han publicado varias investigaciones al respecto. Pero, ¿por qué tantos años de silencio? Una vía para seguir investigando sería abordar cómo reaccionaba la población cuando metían a una conocida en los reformatorios. No hemos encontrado a nadie que diga “a mi prima se la llevaron”. Seguro que los hay, pero probablemente si les preguntáramos qué hicieron cuando encerraron a sus amigas o parientes, la respuesta sería “nada”. El crimen casi perfecto del franquismo fue instaurar el miedo en la población. Y lo logró, tanto mediante instituciones como el Patronato, como con el temor de que un vecino te denunciara por ‘rojo’.
-En la trayectoria del Patronato encontramos la habitual dicotomía de la santa y la puta, la mujer decente y la indecente. ¿Qué queda de esta dualidad en la sociedad actual?
-MG: En esta cuestión el franquismo no inventa nada, toma un modelo prestado y le da unas bases jurídicas, científicas y legislativas que se extienden en el tiempo. Seguimos conviviendo con esos estereotipos.
-MP: Los prejuicios permanecen. Siempre tienes un modelo al que debes parecerte y un modelo al que no. Ahora ya no nos encierran, pero nos siguen señalando; esa visión sobre la figura femenina sigue vigente, pero se formula de otras maneras.
-En los informes sobre el Patronato que incluís en este volumen encontramos discursos muy condescendientes que ven a la mujer como una eterna menor de edad a la que hay que ‘proteger’ frente al vicio. Pero ese paternalismo contrasta con el trato tan cruel que recibían allí esas mujeres y que incluía violencia, aislamiento, pobreza…
-MP: Por eso, los archivos del Patronato hay que cogerlos con pinzas. Uno de los episodios que más nos llamó la atención es una memoria en la que dicen que ellos no obligan a rezar a las muchachas, sino que el clima del convento hace que todas saquen un rato para acudir a la capilla. La realidad es que las forzaban a orar y a menudo las castigaban si, por ejemplo, no sabían rezar el Rosario. Hay una gran diferencia entre lo que los informes contaban y los testimonios de las mujeres encarceladas.
-Otro de los temas que mencionáis es la explotación laboral a la que eran sometidas bajo el pretexto de dotarlas de un oficio ‘decente’ (fundamentalmente coser y limpiar) y facilitar así su inserción en la sociedad. Sin embargo, es fácil descubrir en estas prácticas una esclavitud soterrada y totalmente normalizada.
-MG: Sobre el papel, hablan de formarlas para que, cuando regresen a la vida normal, puedan ejercer un oficio. La realidad es que los testimonios hablan de trabajo forzado no remunerado… Ellas entraban allí con 15 o 16 años y salían a los 25 y no tenían ningún tipo de formación académica. Al ser liberadas, muchas se veían completamente solas, abandonadas, sin opciones de conseguir un trabajo con el que mantenerse. A menudo habían sido denunciadas por sus familias, de modo que perdían todos esos lazos, ese soporte. Es más, no pocas volvían a ser recluidas porque el propio sistema las abocaba a ello.
-MP: Las monjas obtenían un beneficio económico muy grande de las tareas que realizaban las internas, se convertía en una forma más de utilizar el cuerpo femenino, de hacer que les resultaran útiles. Conocemos un caso, que no está en el libro porque lo hemos encontrado después, sobre Pilar Dasí: ella trabajaba como secretaria cuando la internaron en las Adoratrices y, tras un tiempo, le dejaron volver a su puesto, pero entregando el suelo íntegro al Patronato.
-Vuestra investigación ha implicado una intensa labor documental peinando los archivos. ¿Cómo habéis afrontado ese proceso?
-MG: Ha sido un trabajo muy artesanal, sobre todo partiendo de la base de que nosotras somos periodistas y no tenemos formación como historiadoras. Así que la primera vez que llegamos a un archivo no teníamos ni idea de lo que teníamos que hacer allí dentro. Nos sacaban las cajas y nos poníamos a revisar papeles durante horas hasta encontrar algo que nos interesaba. Lo hemos vivido como una tarea de prueba-error.
-MP: Empezamos a investigar en 2021 y en Internet había algunas cosas, pero muy poco: estaba el trabajo de Consuelo García del Cid, que lleva publicando desde 2012; la tesis de Carmen Guillén; los escritos de Lucía Prieto, pero no mucho más. Y del País Valencià específicamente no había nada .
-Cuando surgen iniciativas que estudian el franquismo, una parte de la sociedad considera que se trata de algo innecesario, una forma de ‘reabrir heridas’, y defiende que es mejor seguir adelante y dejar atrás el pasado…
-MG: Lo que tiene el Patronato de especial es que no es un tema solamente franquista, está presente hasta 1985. Así que hablar de él no supone reabrir heridas, esas heridas todavía están abiertas. Hay mujeres vivas que continúan sufriendo por lo que vivieron allí.
-MP: Cuando hablamos de Memoria Histórica o Democrática, a menudo hablamos de gente fallecida, por lo que pedimos verdad, justicia y reparación a través de las siguientes generaciones. Pero, en este caso, podemos reclamar esa verdad, esa justicia y esa reparación en vida.
-Al leer cómo Patronato llega a su fin, da la sensación de que agoniza lentamente hasta desaparecer. No lo cierran de forma contundente por considerar que se tratase de una institución inadmisible, sino que simplemente deja de tener sentido o de resultar útil…
-MP: Hay un intento de reformarlo en el 78; en el 83, la muerte de una joven en circunstancias no esclarecidas es mostrada como un intento de fuga y eso genera protestas… pero después se traspasan esas competencias a las Comunidades Autónomas, el Patronato desaparece y se desconoce qué pasa con las chicas internadas. ¿Las liberan? ¿Siguen ahí? No lo sabemos, está muy difuso… Es como si hubiesen llegado y hubieran dicho “bueno, pues ya está, el Patronato se ha acabado”.
-MG: Parece que estaban más ocupados con otros temas. Y, de repente, un día se lo encontraron y dijeron, “pues lo cerramos”.