MURCIA. Una familia rebusca entre los restos de un supermercado abandonado. No dicen una palabra entre ellos y se comunican a través del lenguaje de señas. En el exterior, las calles se encuentran vacías, hay periódicos antiguos en cuyas portadas vemos que alguna debacle ha ocurrido, pero no sabemos muy bien cuál. La familia se interna en el bosque en absoluto silencio, pero uno de los niños hace ruido y en ese momento descubrimos el porqué de la ausencia de sonido: unos monstruos gigantescos aparecen de la nada causando el terror. Su única manera de percibir la presencia humana es a través de sus conductos auditivos que perciben cualquier tipo de onda sonora.
Este es el impactante inicio de Un lugar tranquilo, la tercera película tras la cámara de John Krasinski, una de esas raras presencias en Hollywood que al principio fue haciéndose un hueco como actor en películas tan diversas como Ella es el partido (2008), de George Clooney o Un lugar donde quedarse (2009), de Sam Mendes, alcanzó la popularidad gracias a la televisión en la serie The Office, hasta terminar dirigiendo su primera película, una adaptación de los relatos de David Foster Wallace titulada Brief Interviews with Hideous Men. Después llegaría Los Hollar (2016), un drama familiar con la enfermedad como trasfondo con unos espléndidos Richard Jenkins y Margo Martindale y finalmente esta obra de terror que se sitúa muy por encima de todos sus anteriores proyectos.
Tanto es así que no resultaría nada extraño que Un lugar tranquilo pueda perfectamente convertirse en un clásico de culto inmediato. Al fin y al cabo, tiene todos los elementos necesarios para ello, como también los tenía una película del mismo perfil como era Señales, de M. Night Shyamalan.
El director utiliza muy pocos ingredientes para componer una película que es al mismo tiempo sobria y efectista y que hace uso del elemento familiar como potente vehículo dramático. La pareja formada por Eveling (Emily Blunt) y Lee (Krasinski), tienen dos hijos, Regan (Millicent Simmonds, a la que descubrimos en la reciente Wonderstruck, de Todd Haynes), preadolescente con sentimiento de culpa, y el pequeño Marcus (Noah Jupe). Además, viene un tercer hijo en camino, porque Eveling está embarazada y a punto de dar a luz. Todos viven en una casa en el bosque completamente aislada donde han construido un pequeño microcosmos en el que no les falta de nada, consiguiendo ser casi autosuficientes. Pero han de ser cuidadosos porque cualquier ruido puede atraer a las extrañas criaturas. ¿Cómo podrá tener el bebé Eveling sin emitir un solo sonido? Parece que todo lo tienen bajo control hasta que los acontecimientos se precipiten y los monstruos se percaten de su presencia. Y hasta aquí podemos leer.
Lo realmente asombroso es la forma en la que Krasinski va manejando los elementos de tensión a través de la cotidianeidad. Cualquier elemento del mobiliario o del entorno puede ser susceptible de convertirse en una trampa mortal. La película se convierte así en una auténtica survival movie terrorífica, de esas que te mantienen en vilo durante todo el metraje sin soltarte en un solo momento.
El silencio también se convierte en un elemento esencial al que se le saca un increíble partido a nivel tanto emocional como conceptual. Así, la película se convierte en un auténtico artefacto sensorial, resultando tan importante lo que se escucha y como lo que no. Quizás por esa razón, también nos podría llevar a pensar que la película en el fondo reflexiona en torno a la propia esencia cinematográfica ya que de alguna manera se encarga de retrotraernos a los orígenes de este arte en movimiento, cuando no se necesitaban las palabras para plasmar las emociones. En ese sentido, Krasinsky, contra todo pronóstico, se convierte en un auténtico virtuoso de la puesta en escena, con una capacidad de síntesis narrativa en cada plano realmente muy concisa y elaborada. Pero como decíamos, la clave de la película es la forma en la que se encuentra articulado cada uno de los sustos, el terror atávico en el que logra sumergir al espectador y la habilidad que tiene el director para sacarle partido a los elementos más nimios y con ellos lograr a través de su uso narrativo convertirlos en auténticas bombas de relojería.
Krasinski parece beber de los grandes maestros del suspense, desde Alfred Hitchcock hasta Steven Spielberg y heredado parte de su virtuosismo formal. Pero además de mezclar de forma magistral el terror y la ciencia ficción, Un lugar tranquilo es ante todo un magnífico drama familiar que habla (sin palabras, solo con miradas y gestos) con muchísima delicadeza de las relaciones que se establecen entre los miembros de una familia en la que late el instinto de protección, pero también inevitables sentimientos de culpa. Aunque el verdadero terror, no proviene de las criaturas, sino del miedo a perder a los seres más queridos.