MURCIA. En 2014 Kirby Dick abordó en The Hunting Ground uno de los temas tabús dentro de la sociedad americana, la altísima incidencia de asaltos sexuales que se producen en los campus universitarios. En él se ponía de manifiesto que la mayor parte de los casos eran silenciados por las autoridades de las instituciones para no desprestigiar su nombre, perpetuando así la cultura de la violación en sus aulas. Un año más tarde, bajo el pseudónimo de Emily Doe, Chanel Miller conmocionó al país al hacer público su caso de agresión en una fraternidad de la universidad de Standford. A ella se la juzgó moralmente por haber bebido, mientras que a él prácticamente se le exculpó judicialmente porque “un castigo severo podría perjudicar su futuro”.
Todavía no había desembarcado el #MeToo, pero eran temas que ya flotaban en el ambiente y denotaban un malestar cada vez más intenso que estaba a punto de estallar. En estos casos, además, se ponía de manifiesto que las mujeres víctimas de violación no tenían por qué pertenecer a una clase social baja y que en realidad el estigma era el mismo para todas. También que los violadores no tenían por qué ser psicópatas, sino el vecino majo de enfrente.
Cuenta Emerald Fennell que comenzó a darle vueltas a Una joven prometedora en una cena con amigos en la que una de las compañeras de universidad reveló una experiencia de agresión cuando se encontraba en estado etílico.
Esa sería el semilla del proyecto, pero todos estos temas en torno a la ley del silencio a la hora de denunciar violencia sexual se encuentran presentes en una ópera prima que, bajo la apariencia de un thriller de venganza, en realidad habla sobre la manera en que se sigue perpetuando y fomentando la cultura de la violación, de la necesidad de cambiar el punto de vista y centrar el foco en las mujeres y plasmar el efecto psicológico que genera una agresión.
En Una joven prometedora, Cassie (Carey Mulligan) dejó su brillante carrera en la universidad después de que su mejor amiga, Nina, fuera violada y terminara suicidándose. Este trauma la acompañaría para siempre hasta el punto de fagocitarla, estancándola en un presente en el que no hay ni ilusión ni futuro. Por eso trabaja en una cafetería, por eso se viste con tonos pastel y por eso sigue viendo con sus padres, pertenecientes a una clase acomodada que no entienden por qué su hija no ha logrado pasar página y se ha convertido en una inadaptada social.
Cassie, mientras, sigue atrapada en el pasado, no logra escapar de él y su único consuelo es poner en práctica una venganza que es más moral que física: evidenciar lo arraigado que se encuentra en el pensamiento masculino su derecho a utilizar el cuerpo femenino a su voluntad sin que haya consecuencias.
Por eso, todas las noches Cassie se transformará en otra persona y fingirá estar borracha. Siempre encontrará a un hombre que muy amablemente se ofrezca a llevarla a casa y que terminará intentando violarla creyéndola inconsciente. Su propósito pues, romper con la máscara de las apariencias y destapar la verdadera cara de la violencia sexual que se encuentra totalmente normalizada.
Así transcurrirá la vida de Cassey, entre la lolita y la femme fatale (la directora filmará a Carey Mulligan de una forma diferente en cada ocasión marcando los clichés de ambos estereotipos y de cada uno de los disfraces bajo los que se ocultará) hasta que entre en escena un antiguo compañero de la facultad, Ryan (Bo Burnham). Los fantasmas volverán a ella al mismo tiempo que intentará integrarse en una relación afectiva y para eso tendrá que abandonar el ajuste de cuentas contra el género masculino en general que había emprendido para cerrar para siempre el caso de origen, el de Nina. Comenzará así una narración episódica en la que la protagonista irá visitando (a la manera de Kill Bill) a cada uno de los que participaron o consintieron que ese crimen quedara impune, no para matarlos como en el caso de Uma Thurman, sino para escarmentarlos (poniéndolos en la piel de la agredida) para que reconozcan lo que ocurrió y verbalicen que se equivocaron. En definitiva, para que afronten y asuman que han sido partícipes de la destrucción de una persona.
Se ha etiquetado Una joven prometedora como una de las nuevas ficciones post-MeToo que abordan la cultura de la violación, como es el caso de The Assistant. Hay frases explícitas que resultan tan reveladoras como dolorosas: “Se está poniendo en peligro, es un blanco fácil”, “Había bebido, sabía lo que le podía pasar”, al mismo tiempo que se pone en evidencia la hipocresía de la sociedad: todo el mundo sabía y todo el mundo callaba.
Emerald Fennell utiliza los recursos del thriller con pericia, lo adorna con un envoltorio pop, con canciones de Paris Hilton y Britney Spears, pero es un caramelo envenenado, una vuelta de tuerca al género rape and revenge en un momento en el que es preciso repensarlo, señalando a los culpables para que las estructuras de pensamiento patriarcal se tambaleen.
Una mujer prometedora no es una película cómoda, ese es también uno de sus grandes valores, su valentía a la hora de abordar el tema desde una perspectiva que no deja indiferente y que entronca con el debate sobre el consentimiento que también se encuentra presente en una serie esencial como Podría destruirte.
Además, aunque su mecanismo central se estructure alrededor del thriller, también nos encontramos en el terreno de la comedia romántica en su vertiente más perversa, repleta de un potentísimo arsenal de humor negro que encaja a la perfección con el planteamiento visual de una película que utiliza los estereotipos para subvertirlos, extraer de ellos toda su bilis y crear un estilo propio.
Se ha hablado mucho sobre polémico su final. ¿Es Cassie una mártir del patriarcado? Emerald Fennell juega a la ambigüedad en un final que parece un triunfo a partir de la idea de sacrificio. Pero es no es una autoinmolación. Simplemente ocurre lo que es más probable que ocurra. Porque Cassie no es una víctima ni una heroína, solo ha sido durante demasiado tiempo superviviente.