MURCIA. Pongamos que somos un estudiante de dos metros y medio de altura y que estamos asistiendo a clase en un campus inglés, y que de pronto sentimos la necesidad irrefrenable de levantarnos de nuestro pupitre británico -quizás allá en las islas no utilicen pupitres o no los llamen pupitres (sin duda no será pupitre como le llamen, pero nos referimos al equivalente inglés de este término) pero eso no es lo importante ahora- y sin más motivo que la falta de motivos de lo onírico -onírico ya es esa palabra que no quieres usar, como espiritual o transversal- tratas de engullir a tu profesor pero solo alcanzas a hacer pasar la mitad, y él se queda ahí, pataleando, y a tu alrededor se huele la naturaleza de los trapos viejos. Al instante siguiente estás dentro de un libro de Pablo Katchadjian, pongamos que es Qué hacer, y la escena es muy similar, pero no hemos dicho idéntica: puede que ahora seas tú el profesor y Katchadjian el estudiante que te va a engullir, pero a ti no te sorprende porque eres un fascista que lleva un revólver en el cinto y tratas de disparar pero lo que sujetas ya no es una pistola sino un trapo viejo, y entonces asumes que tienes que estar en alguna parte de la literatura que no habías pisado todavía, y eso te parece bien, y ahora sin ningún tipo de transición que te haya podido preparar para el cambio has llegado a una isla que se llama Hurtado & Ortega Editores que es el sello que ha publicado Qué hacer, y te preguntas si las intenciones con que se acercan a ti los editores y la ilustradora de las portadas Mari Fouz serán honestas o si querrán engullirte, pero no hay peligro ya porque tú eres Katchadjian y estás dando clase en una facultad inglesa y los estudiantes permanecen sentados por el momento y uno de ellos es Borges.
Al principio te inquieta no saber en qué zona o corriente de la literatura te encuentras con exactitud pero entonces recuerdas que eso de plantearlo todo desde las etiquetas o las referencias siempre te ha parecido una manera barata de escribir sobre un libro y que por si fuera poco estás dentro de un libro de Pablo Katchadjian y no necesitas orientarte porque solo tienes que seguir hacia adelante. El libro no solo no huele a trapo viejo sino que es una joya de papel pero sí que engulle, se te ha tragado hasta las pantorrillas pero no te preocupa en exceso porque ahora estás en un artículo que está hablando sobre dos libros de Pablo Katchadjian que ha publicado H&O Editores para iniciar la colección Biblioteca K en homenaje al argentino. Antes de despedirte de todo esto te fijas y estás en una biblioteca inglesa y en una mesa está Katchadjian escribiendo otro libro que se llama Tres cuentos espirituales, y entonces todo se relaja poco a poco y la repetición caótica -no tan caótica- de elementos como pasa en los sueños y como pasa en el libro Qué hacer da paso a tres relatos de corte fabulístico que se disfrutan como se disfruta de los inquietantes cuentos de antaño, en los que la gente moría o desaparecía o era violada -ahora se dice que a esa gente se la comieron, se la comió un lobo-. Tres cuentos que son espirituales atendiendo a aspectos como lo liviano, lo perdido o lo mesiánico pero especialmente porque el autor tiene esa intuición y parece bastante acertada.
En el primero de los relatos perseguiremos a un poeta cambiapieles, un tipo indeseable al que una banda de matones debe capturar incluso con la fuerza de los perros, pero entonces el influjo del poeta que es uno y trino y mucho más ejercerá su poder metafísico y sin que nos demos cuenta descubriremos cómo esos matones evolucionarán hacia otras formas de sí mismos en un juego de transformaciones puestas a rodar con el empujón de lo irracional. En el segundo cuento Cooper sirve a un gigante que sintiéndose cercano a la muerte decide salir en busca de un traje porque no es de recibo fallecer y yacer en un ataúd con cualquier cosa puesta, el problema es que afuera está la guerra, o mejor, LA GUERRA, porque el conflicto que muestra Katchadjian es la quintaesencia de la violencia bélica, es decir, el mal por el mal y luego ya también sin el mal, la agresión descarnada que corre interminable en paralelo a nuestra existencia como esos limbos o purgatorios que se han representado en algunas películas donde quedamos reducidos a la mínima expresión más miserable para la eternidad.
En este segundo cuento espiritual se mantiene la irrealidad y la ruptura de la norma causa-consecuencia aunque en un grado menor que en el anteriormente recorrido Qué hacer: aquí también hay elipsis oníricas o resoluciones de cuento oscuro popular pero se diría que obedecen a una premeditada anarquía de silencios más que a la voluntad de contusionar las convenciones literarias del lector.
En tercera instancia el túnel de espejos atrapa a un santo fugitivo convertido en librero y más tarde en copia de sí mismo que encarna la espiritualidad y su relación aérea con las máscaras para la estupidez de las épocas, digo aérea porque Katchadjian desliza algunas ideas -o mejor impresiones- en una nota introductoria y mejor que cojamos de ahí lo que consideremos pero tampoco lo demos todo por cierto, porque la mejor forma de concluir el viaje a la Biblioteca K es citando a uno de sus habitantes, a ese esclavo Cooper clarividente que dice: “pienso que es un mundo increíble, con tantas formas diferentes de lo mismo [...] y la promesa de la vendedora se cumplió con creces. Con creces: fue más de lo que esperaban, pero a la vez, y por eso, otra cosa de lo que esperaban”.