Dividido en tres partes, el film se ha convertido en una de las experiencias cinematográficas más laureada del cine iberoamericano de los últimos años
MURCIA. Un merendero en mitad de la nada. Aparece el director argentino Mariano Llinás y explica lo que está por venir: “son seis historias. Hay cuatro que empiezan y no terminan (…) No tienen final. La quinta empieza y termina, como un cuento. Y finalmente, el sexto episodio, que empieza a mitad y termina todo el film. La película, eso sí lo deben saber, se titula La flor”. Lo que viene a continuación son 983 minutos de metraje, que se ha divido de diferentes maneras para su exhibición. Tal vez la mejor manera de vender La flor, de hacer que llame la atención es hablando de su duración, 14 horas, pero en realidad, Llinás propone algo diferente: “La gracia de la película está en que, en todos los episodios, están las mismas cuatro mujeres haciendo diferentes personajes: Valeria, Elisa, Laura y Pilar. Yo diría que la película es sobre ellas cuatro; y, de alguna manera, es para ellas cuatro”.
La flor es una monumental película de Llinás rodada durante diez años. La primera de las tres partes se presentó en 2016 y ya en 2018 empezó a circular por algunos festivales ya en su formato completo. La propuesta fílmica son seis historias de seis géneros diferentes sin un hilo argumental que las teja, simplemente es un ejercicio fílmico, que intenta convertirse en una experiencia en sí. Aunque hasta hace tan sólo unas semanas, su director no pretendía que la película se viera a través de plataforma (quería mantener la experiencia en las salas), el confianmiento ha hecho que la película “se libere” en varios países, como América Latina, Alemania o España, donde se puede ver a través de Filmin.
Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes son un grupo teatral argentino llamado Piel de Volcán con el que Mariano Llinás quería trabajar, y viceversa. El Pampero, la productora del film, es un grupo de personas realizando sus películas de manera colaborativa, donde en cada proyecto cada uno adopta un papel diferente en función de su grado de autoría, además de estar lejos de las maneras más tradicionales de financiación y organización de rodajes. Duro 10 años porque, al igual que Welles con sus films rechazados por la industria, La flor se ha ido rodando cuando el dinero y la agenda de las personas implicadas han podido.
Bajo estas premisas, la idea del film es, lejos del interés de contar una historia de manera tradicional, jugar -por una parte- con los géneros cinematográfico y con sus clichés también, y -por otra parte- el de jugar con los espectadores, que si bien reciben pistas sobre lo que va a ser la película nada más empezarla, viven con cierta inquietud qué significa ver una obra de 14 horas. Las historias que empiezan y no acaban son cuatro: la primera es una historia de serie B, con momias y gatos endemoniados, “de las que antes hacían los americanos y ahora se les ha olvidado”, apunta Llinás al principio de la película; la segunda relata el reencuentro de un dúo musical con una misteriosa trama secundaria; la tercera (la más larga) es una historia de gánsteres que deriva en una radiografía de cada uno de sus personajes; la cuarta es un relato alocado sobre un director que se empeña en grabar árboles en vez de a sus actrices. La quinta es una adaptación libre de Una partida de campo (1936) de Jean Renoir y el sexto es un relato del Oeste sobre la fuga de un grupo de cautivas.
La lección de Llinás es sencillamente cinematográfico, y resalta el placer de hacer y de mirar cine, no a través de una historia o una narrativa corriente, sino con varios films que se desprenden de su propia trama para mimar a sus personajes. Por eso dice al principio que la película es “para las actrices”, porque cede todo a quién habite el film. Las cámaras con las que se rodó fueron diferentes, los estilos de rodaje, la estética… Todo cambia en cada capítulo de la trama, y sin embargo, forman un todo por la extrañeza y la pulsión que provoca verlo. Una sensación que no responde al cortoplacismo de hacer memorable una o dos escenas para perdurar.
Llinás contaba, en una clase magistral en México, que si bien la palabra entretenimiento la parecía muy ligada al marketing, al mercado, la palabra diversión le resultaba simpática, porque tiene en sí la palabra diversidad. Su propuesta con La flor tiene una lectura meramente argumentativa, otra más complicada estilística, y sobre todo, una reflexiva a través del cine. Se hermana, en este sentido, con el tríptico As mil e uma noites de Miguel Gomes. ¿Tienes 14 horas? Cada una de estas seis historias, y las seis historias en sí tienen mucho que contarte si les prestas la suficiente atención.