MURCIA. Anatomía de un dandy se abre con Francisco Umbral contestando a la pregunta de si su obra habla de él: “Toda, toda, absolutamente toda. Y lo que tengo que hacer es contar mi vida, que es lo que han hecho los buenos, porque todas las vidas son iguales y tienen temas comunes a la especie humana. El amor, la soledad, la ambición, el sexo, el instinto de matar, el instinto de morir… y, por lo tanto, contando mi vida estoy contando a los demás”. En el documental que le han dedicado Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, Umbral revive por todo lo alto. Tampoco es que estuviera muerto - ¿cómo podría estarlo? -, porque no hay moda ni cruzada inquisidora que pueda con semejante talento. Sin ir más lejos, me vienen a la cabeza dos menciones muy recientes, una en redes, a cargo de la periodista Susana Monteagudo, que siempre es de fiar, y otra literaria, la que Bárbara Blasco hacía de Mortal y rosa en Dicen los síntomas, novela construida en torno a la enfermedad. La enfermedad fue la que le arrebató a Umbral a su hijo Pincho, que murió de leucemia a los cinco años. En A seis metros bajo tierra, Brenda Chenowitz decía que tenemos palabras para nombrar a quienes pierden a su pareja o a sus padres, pero que no existe ninguna para denominar a quienes pierden a sus hijos porque se trata de una experiencia tan dolorosa que ni siquiera admite un adjetivo.
Uno de mis grupos contemporáneos más oídos durante los últimos meses son los británicos Fujiya & Miyagi. Escucho su último disco de manera recurrente por dos motivos. Uno: porque Flashback apareció en verano de 2019 y lo asocio con los últimos meses en los que era posible vivir sin miedo, con plenitud. Cada vez que me sentía optimista o contento seleccionaba alguna de esas canciones, o el disco entero. Dos: porque es una inteligentísima recolección de guiños de lo que hace 40 años significaba la modernidad musical, de ahí el título del disco. Hay, por ejemplo, un par de canciones que recrean, con toda la intención posible, la guitarra de Adrian Belew que suena Remain in light, obra maestra de Talking Heads. También me gusta el modo de declamar de David Best y la métrica y las rimas sobre las que discurren los textos. Me gusta muchísimo Fear o missing out, que habla de uno de los males sociales de estos tiempos, el temor a perderse algo. Yo padezco el síndrome opuesto, a mí me afecta el temor a la información. Cada vez necesito saber menos, salvo que se trate de aquello que siento que necesito saber. Y así estoy, alternando lo que me parece interesante entre lo novedoso, y exprimiendo a la vez un disco de hace dos años como si aún fuese nuevo, porque todo aquello que de verdad nos gusta no debería dejar de gustarnos nunca. Al final, el flashback al que alude el título se convierte en un flashback emocional. Todas las músicas lo son.
Umbral ofrecía una escritura tan grandiosa que gracias a eso pudo darle rienda suelta al personaje que él mismo creó para defenderse de la vida. Un personaje ilustrado, tajante, áspero, a veces antipático que se sentía bien en los platós de televisión y jugaba al juego del exhibicionismo en los medios, una cosa muy poco española porque aquí, hasta que duró el siglo XX, tener sentido del espectáculo era poco menos que un pecado. Sobre todo, si uno quiere que se te tome en serio como artista o escritor. A Umbral todo eso le daba igual -lo repite varias veces en Un ser de lejanías- pero al menos nos dejó a los mortales el consuelo de saber que tanta solemnidad también puede convertirse en un refugio para la estupidez. Escribía Umbral en Mortal y rosa: “Veo en torno a los solemnes, a mis colegas, envejecidos por la solemnidad, satisfechos e inseguros, como presidentes de sí mismos, y comprendo que ya nunca llegaré a solemne, que nunca sabré de eso que se llama vestir el cargo, vestir el nombre, vestir el prestigio. Ay”.
Para hacer como Umbral -ser, como dijo Baudelaire en el epígrafe que antecede el texto de Las ninfas, sublime sin interrupción- deberías poder escribir como él de la misma manera que para ir de Lou Reed también deberías escribir como él. Como en mi caso eso es imposible, lo mejor es tomar apuntes y ver qué puede hacer uno con ellos más adelante. Yo estoy totalmente de acuerdo con Umbral cuando dice lo de contar tu vida en lo que escribes. Ya decidirá la gente que lee si lo que has hecho le resulta útil o no. Tampoco es ni sano ni necesario gustarle a todo el mundo porque, al final, ¿cuánta de la información que nos llega diariamente no es totalmente prescindible? Lou Reed dijo en una ocasión que el 99% de las cosas le importaba un bledo. No me parece que estuviera exagerando. Uno puede vivir interesándose solamente por aquello que de verdad le hace falta. Y eso no significa que tenga ser mucho o poco, significa que se trata únicamente de prestar atención a lo que realmente necesitamos.
Veo un tuit recordando cuando Smashing Pumpkins estuvieron en Los Conciertos de Radio 3. Paco Pérez Bryan, director del programa, me propuso que les hiciera una entrevista en el plató. Me había olvidado completamente de aquello. Creo que me olvido por mi despiste natural, porque tiendo a no darle demasiada importancia a ciertas cosas que he hecho, pero también porque Smashing Pumpkins es un grupo que empezó gustándome mucho y acabó saturándome. Por algún motivo, muchas cosas que me encantaban en los noventa me dejan ahora bastante indiferente. También es cierto que ya no siento apenas la presión de tener que opinar, valorar, la necesidad de tomar postura ante este o aquel fenómeno musical. ¿Eran para tanto Smashing Pumpkins? Que lo decida otro. Lo único que puedo decir es que nunca los escucho y que las dos veces que los entrevisté lo pusieron todo tan difícil que creo que me quitaron las ganas de recordarlos con placer.
Sábado. Invasión de ciclistas y de peñas ciclistas en la carretera de El Saler. Domingo. Invasión de ciclistas domingueros y peñas ciclistas domingueras en la carretera de El Saler. Es ver a los ciclistas amontonándose en los arcenes y pensar en el caos. Los ciclistas compiten con las bandadas de pájaros que José Luis Grau y yo vemos sobrevolando l’Albufera durante nuestros paseos. El fin del orden que alguna vez fue. O tal vez nunca existió tal cosa y jamás hubo orden en nada y entonces vivir no es más que un pobre intento de desafiar al caos, yo qué sé. Si leo a Gil de Biedma temo ponerme biedmista, si leo a Umbral enseguida me sale un quiero y no puedo umbraliano. Escucho a Lou Reed y quisiera ser reediano. Lo que nunca he sido ni seré es un tipo cargado de solemnidad. Al terminar de ver Anatomía de un dandy me imagino cómo sería un encuentro dialéctico entre Gil de Biedma y Umbral, dos personajes más grandes que el mundo que habitaron, dos depósitos humanos de sabiduría literaria. Pablo Sycet me dice que es muy posible que coincidieran tomando copas en Boccaccio. Me lo dice cuando llega el momento de supervisar estas líneas, antes de que las entregue para que pasen a formar parte de esa sensación errónea que desprenden los domingos, el domingo por la mañana, que cantaba Lou Reed, trayendo consigo el alba, para desaparecer en la escritura- esto, una vez más, es cosecha de Umbral- y reaparecer, gloriosamente, al ser leído.