MURCIA. Eso del día de la marmota está quemadísimo: lo hemos quemado de tanto decirlo, lo cual, en cierto modo, no deja de ser paradójico, o si no paradójico, curioso, y si ni siquiera curioso, en esta época en que lo que sea se convierte en ranciofact pedroveresco en un periodo cada vez más corto de tiempo, sí desasosegante. El futuro es todo el tiempo, a cada momento. La vida transcurre a velocidad meme. Pocas horas después de que Bernie Sanders con manoplas causase sensación mundial, ya convivían quienes acababan de descubrirlo y a quienes les resultaba insoportablemente tedioso el asunto por repetitivo: ya había caducado. En el impasse, aparecieron incluso tatuajes con el meme: todo en cuestión de horas. Un ciclo de vida más intenso que el del más efímero de los insectos. Y vuelta a empezar. Quedará Bernie Sanders de vuelta de todo y congelado en la pierna de alguien: un tatuaje hecho por las risas y los likes de ese preciso instante en que el meme de Bernie Sanders tenía sentido. Auge y caída de una broma planetaria. Registro en Know your meme. Fin. Eso del día de la marmota huele a cadáver, huele tan mal como decir la terreta. Decir la terreta es un ranciofact. Las cosas son así. Las cosas, como son. Este funcionar lanzados hacia adelante sin frenos, como en esas caídas en que uno comienza a trastabillar avanzando de un modo humillante hacia el planchazo inevitable, comparte espacio temporal con una poderosa industria de la nostalgia que se alimenta de soporíferos guiños y referencias: tiktokeros que consumen y producen contenidos que si pestañeas te los pierdes, con fans de la telefórmula Stranger Things. Inversores anfetamínicos de foro, con la enésima reposición de Seven después de cenar. Twitch y una nueva versión de un programa sobre dónde estabas, por ejemplo, cuando el 23F.
El escritor y periodista Bruno Galindo le ha tomado el pulso con gran talento a la parte del espectro relativa a la repetición/recreación: Remake (Aristas Martínez, septiembre de año del colapso coronavírico) es una novela inteligente, sutil, oportuna; el relato de un sentir sobre el que se percibe que se ha pensado mucho y bien, una historia muy conseguida que arranca de forma cinematográfica, secuencia introductora y créditos, que va a más comprendiéndose mejor a sí misma página a página, y que nos deja en un final redondo con un regusto agridulce e inquietante. En Remake, un director de cine que ya sabe que la vida ya nunca será lo que quiso que fuese, rueda por accidente la inesperada acción de unos recreacionistas que interpretan una de las grandes escenas de El acorazado Potemkin: la actuación tiene lugar a espaldas del protagonista de un vídeo corporativo ambientado en un simulacro de evacuación. Por accidente o no, una joven aspirante a actriz entra en su vida a raíz de una representante con la que protagoniza una relación que dice ser abierta: el notable parecido entre ellas posibilitará que la joven actriz participe en un elaborado juego de recreación, la fiesta de cumpleaños de un productor de éxito, a la que el director también asistirá, con la actitud resignada de quien se sabe cancelado por el futuro. De principio a fin recorre el libro una corriente de melancolía que alcanza su punto más punzante en la descripción de los personajes de la película Figurantes: “La película contaba un fenómeno social de la época: el de los trabajadores despedidos que volvían a escondidas a su lugar de empleo para seguir ejerciéndolo de manera voluntaria, clandestina y (esto era lo más singular) sin remuneración alguna [...] Otra historia retrataba a un padre de familia, antiguo funcionario de Obras Públicas, que seguía desplazándose a una garita abandonada de una autopista de peaje estatal que se había declarado en quiebra. Levantadas las barreras y desactivados los sistemas de pago, el hombre seguía allí, dando paso a los vehículos con el mismo gesto rutinario”.
El director ve sucederse los años en el autohomenaje que el productor se ha diseñado sin reparar en gastos, y en el que la actriz a la que acompaña desempeña un papel fundamental. La #RemakeParty es un ejemplo más de una sociedad —parte de ella— decidida a vivir instalada en la nostalgia: en su móvil, una aplicación conocida como Decadize le mantiene informado acerca de efemérides que tendrán lugar; la propia empresa que le encarga trabajos biográficos para clientes anónimos se llama Evocalia, la gente practica el revivalismo y tiene complejo de Bartleby. El culto a los tiempos pasados es una reacción aparentemente lógica, una forma de vida que niega la necesidad o la utilidad de mirar hacia adelante, después de que el mañana en el que se confiaba te haya dejado abandonado en un área de servicio liminal, estancado, perdido en un presente que no significa nada. Que no ofrece nada. “«Yo creo que se están haciendo estas cosas... porque se puede. Porque no está penalizado. Porque no se castigan cosas así», dijo, y ya no estaba claro si se refería a los recreacionistas o, retomando una pregunta anterior y aún pendiente de respuesta; si creía que la película era realidad o ficción. «Son líneas de fuga. Maneras de desertar. »Mucha gente construyó una parte de su vida en la lucha de principios de la década. Pero esa lucha de las plazas no fue suficiente. Lo que pudo cambiar se quedó suspendido en el aire. El futuro, cancelado. »Yo creo que hemos asumido que no hay remedio ante el actual escenario. En el fondo todo son viejas ideas: bien contra mal. Idealismo contra materialismo. Realidad contra ficción [...] »Por eso vivimos en el pasado. »Por un agotamiento de opciones expresivas”. Remake se publica en el 2020 del shock, pero en realidad, nada de lo nuevo es realmente nuevo: la asfixia viene de antes, el miedo y la parálisis también, y por ahora nadie es capaz de poner en marcha un reboot.