La editorial Capitán Swing publica 'La madre de todas las preguntas'
MURCIA. Un posdata en uno de los ensayos que conforman el último libro de Rebecca Solnit, La madre de todas las preguntas (Capitán Swing, 2021), da fe de la influencia de esta escritora estadounidense. Tras publicar en el portal literario Lithub.com en noviembre de 2015 un artículo titulado 80 libros que ninguna mujer debería leer en jocosa interpelación a la compilación de Esquire Los 80 libros que todo hombre debe leer, fue tal el runrún en redes, que la revista masculina asumió el mea culpa en una selección que denotaba una absoluta falta de diversidad, tanto de género como de orientación sexual, e invitó a ocho “puntales literarios femeninos” a echarles un cable para crear un nuevo listado.
A lo largo de su carrera, Solnit ha escrito sobre medio ambiente, política y arte, pero desde 2014 se ha erigido en baluarte del feminismo a raíz de la publicación de su conjunto de ensayos Los hombres me explican cosas (Capitán Swing, 2017), que dio empaque a un término acuñado en 2008, el mansplaining, esto es, la explicación paternalista y condescendiente realizada habitualmente por un hombre a una mujer que está perfectamente al tanto de lo que se le hace el favor de explicarle.
El más largo de este nuevo compendio de ensayos, Una breve historia del silencio, cita esta experiencia como una entre las numerosas que han determinado la callada de las mujeres por respuesta.
En el artículo se refiere tanto a las que están literalmente en silencio, por impotencia, como a las que son aquietadas por la ley tras su denuncia, a las voces que se alzan en ausencia de quien las escuche o a aquellas que hablen en nombre de otros y no del propio, amén de los grandes roles jugados por la vergüenza y la cortesía en el mutismo femenino.
“Junto a quienes se acusa de mentir, imaginar, inventarse cosas por malicia, confusión o demencia, hay gente a la que se cree pero a la que se le dice que su sufrimiento y derechos carecen de importancia”, expone así mismo la ensayista, que como ejemplo de esta práctica cita una anécdota personal, la ristra de consejos triviales que le dio un policía a su madre como única ayuda cuando fue a decirle que su marido y progenitor de Solnit le pegaba.
“Existe una cultura que aplasta el espacio en el cual hablan las mujeres y deja claro que las voces de los hombres cuentan más que las nuestra”, esgrime.
Como “testigos expertos de este fenómeno” cita al adivino ciego Tiresias, que en la mitología griega es transformado siete años en mujer como castigo y tras la penitencia se convierte en consejero de género y sexualidad para los dioses, y al biólogo transexual Ben Barres, sujeto en su propia carne de la discriminación en el mundo científico cuando respondía al nombre de Bárbara.
Los textos de la que fue considerada en 2010 por la revista The Reader Magazine como “una de las 25 visionarias que están cambiando el mundo”, combinan la cultura popular con la experiencia propia e indagaciones tanto de tipo antropológico como del zeitgeist de nuestro tiempo digital.
Las tornas han cambiado y, para probarlo, Rebecca Solnit trufa de anécdotas de insurgencia imaginativa y airada sus exposiciones. En Un año rebelde, repite la reacción mundialmente conocida de Jennifer Lawrence cuando un hacker distribuyó instantáneas en las que aparecía desnuda: “Cualquiera que viera las fotos ha perpetuado un delito sexual. Deberían sentir vergüenza”.
Del mismo también revela gestas personales conocidas en un ámbito más local, como la de la estudiante de arte Emma Sulkowicz, que desasistida tras acusar a un compañero de estudios de violarla en su residencia, pasea con un colchón por el campus para denunciarlo.
“Sulkowicz convirtió la violación en una carga visible, y aunque cargará con su colchón durante el tiempo que tanto ella como su presunto agresor estén en Columbia, con este gesto señala el retorno de la vergüenza a sus legítimos propietarios”, aplaude.
La periodista y activista destaca 2014 como el año en el que todo cambió, tanto por la abundancia y la magnitud de las protestas femeninas contra el abuso y la violencia, como por sus réplicas.
En esta propagación inédita ha jugado un papel fundamental, la naturaleza ambivalente de Twitter, por un lado refugio anónimo de haters, “el sistema mundial más eficaz para la difusión de amenazas de violación y muerte dirigidas a silenciar y a intimidar a las mujeres que no tienen pelos en la lengua”, y por otro, altavoz y red solidaria del feminismo, origen de proclamas en forma de hashtag como #yesallwomen, #MeToo, #YouOkSis o en nuestro país, el #hermanayositecreo, donde “las activistas han creado una especie de coro griego para dar cuenta de los dramas”.
En esta insurgencia feminista, Solnit celebra la participación de los hombres tanto al compartir hashtags como al secundar a las que reclaman sus derechos o al mostrar ellos mismos su repulsa. Su incorporación es aplaudida por significar “un cambio radical”, pues aunque en el pasado también ha habido varones implicados, “nunca tantos ni de una manera tan efectiva”.
En el ensayo Feminismo: llegan los hombres menciona a Nato Green, W. Kamau Bell y Elon James White “entre los cómicos feministas que actualmente están levantando la voz”, ensalza la postura del ex jugador profesional de fútbol americano Chris Kluwe en el #Gamergate, una campaña de ciberacoso a la analista de medios Anita Sarkeesian por señalar el sexismo en los videojuegos, y reproduce un extracto del discurso del primer ministro indio Narendra Modi el 15 de agosto de 2014, Día de la Independencia del país, en el que improvisaba: “Los padres hacen a sus hijas centenares de preguntas, ¿pero se ha dignado alguna vez algún padre a preguntar a su hijo adónde va, por qué sale, quiénes son sus amigos? Al fin y al cabo, un violador también es el hijo de alguien. Él también tiene padres”.
La horrenda práctica masiva de las violaciones en la India no es una anomalía, sino que, como va desgranando el libro, parte de un sistema que ha impuesto durante siglos la violencia misógina.
Las mujeres que son agredidas por famosos como Bill Cosby, Dominique Strauss-Kahn o Harvey Weinstein son relevantes para la causa, porque sus agravios alcanzan altas cotas de visibilidad y “transmiten que la época de impunidad ha llegado a su fin”, pero igualmente lo son, clama la escritora, todas las anónimas que en los últimos tiempos se están atreviendo a dar un paso al frente y denunciar, ya sean las estudiantes víctimas de la plaga de las violaciones en las universidades de EE.UU., ya las prostitutas que lidian con un absoluto descrédito cuando sufren agresiones sexuales.
Como establece Solnit, “el silencio y la vergüenza son contagiosos: lo mismo sucede con el coraje y la palabra. Incluso ahora, cuando las mujeres comienzan a hablar de sus experiencias, otras dan un paso al frente para reforzar a la persona que acaba de hablar para compartir sus propias experiencias. Se lanza un ladrillo, luego otro; se rompe un dique, las aguas se precipitan”. Puede que a la lucha por la igualdad de género le aguarden obstáculos y repliegues presente y futuros, pero hoy por hoy, las mujeres, no sólo alzan la voz, sino que al fin, se las escucha.