LA SERIE QUE VISIBILIZA AL COLECTIVO TRANS

Por qué Veneno significa un cambio de paradigma

Esta semana se ha producido un doble fenómeno televisivo. Por una parte, una serie española sobre la vida, transformación y muerte de una persona trans, basada en la biografía de Cristina Ortiz, Ni puta ni santa, bate récords de audiencia con la emisión de sus primeros capítulos en abierto. Por otra, concluyó la narración biográfica de su secuencia mortal en Atresmedia Premium con múltiples reverberaciones en redes sociales y un salto: ahora será distribuida por HBO a nivel internacional. Javier Calvo y Javier Ambrossi, reseñas audiovisuales aparte, han hecho historia de la visibilidad LGTBI con esta iniciativa, dando un nuevo reconocimiento a la transexualidad en los mass media

29/10/2020 - 

MURCIA. No sólo es una serie sobre una persona trans. Veneno, la serie inspirada en la biografía escrita por la periodista valenciana Valeria Vegas, y con guion original de Calvo y Ambrossi, además habla de la evolución anacrónica de una mujer para enfrentarse a todos los clichés, a todos los obstáculos que encuentra alguien que se tiene que construir de la nada y defender la igualdad. Lo hace ante la oposición de todo su entorno familiar y con la agresividad por respuesta ante cada expresión de naturalidad, de identidad sexual. Cristina Ortiz, nacida como Joselito, es ahora un icono que supera cualquier cota de frivolidad, aquel mantra que le persiguió en vida, cuando todos la consideraron únicamente un producto de la televisión en un momento determinado de la historia de España. Vegas lo explica así: “Hace tan solo cuatro años hacer algo sobre La Veneno era lo peor, motivo de burla, y hay que agradecer que ahora se le valore”.

La actriz Lara Martorell, que interpreta en varios capítulos a su antagonista de la noche madrileña (La Fanny), sostiene que “no coger a actrices trans para papeles trans habría sido una falta de respeto para el colectivo”. Por eso, el casting de la producción fue un trabajo de órdago para conseguir una coherencia y compromiso ante el objetivo. Mujeres que han tenido que atravesar grandes afrentas en sus vidas podían conocer mejor que nadie lo que sintieron Valeria y Cristina en su recorrido juntas. La biógrafa de la vedete, la prostituta y artista, consiguió ser tributada por la producción audiovisual con las mejores garantías de respetar su figura y legado. Así, Lola Rodríguez (que interpreta a Vegas), disputa el protagonismo con Jedet, Daniela Santiago e Isabel Torres; tres Venenos para tres etapas diferentes que se fusionan en una misma interpretación, un trabajo de caracterización y de locución exhaustivo para poner la guinda a una historia que ha cautivado hogares de todo tipo de ideologías y estructuras. Veneno ha inyectado una sobredosis de dignidad a la transfobia silenciosa.

A principios de año, cuando nadie imaginaba que la humanidad sufriría los efectos de una pandemia y un confinamiento forzoso, la productora Suma Latina y Atresmedia iniciaron el rodaje en Adra, el pueblo natalicio de La Veneno. Y ahí dio inicio también la lucha de sus actrices por salir a flote y transitar nuevamente hacia otra identidad, esta vez ficticia. Es el caso más llamativo es el de Jedet, actriz y artista trap, propuesta para representar la primera etapa, en la que un joven Joselito descubre la transexualidad en un viaje a Tailandia, así como para rodar las exhibiciones más lujuriosas en el Parque del Oeste. Justamente, Jedet en estos meses estaba cumpliendo el sueño de culminar procesos quirúrgicos para transformar su cuerpo en aquello que quería encontrar al mirarse ante un espejo.

Isabel Torres, la actriz que más metraje ocupa, representa a la última Veneno, la más reconocible, su etapa polémica, la más malhablada y vengativa tras salir de prisión, donde la habían tratado nuevamente como a un hombre y la habían humillado. Es la etapa en la que vivía en Marxalenes junto a Paca La Piraña, que en la serie se interpreta magistralmente a ella misma sin estridencias, con la carga sentimental que supone reconstruir y revivir una historia que recuerda en primera persona. Valencia aparece en múltiples ocasiones perfectamente escenografiada en tomas grabadas en Madrid, que de repente se convierten en el Hospital La Fe, o en alguno de los áticos lindantes a Nuevo Centro.

La canaria Isabel Torres, para llevar a cabo la caracterización del personaje, tuvo que engordar 25 kilos. Algo que transformó su imagen y le afectó psicológicamente. En pleno proceso de reversión, le diagnosticaron un cáncer de pulmón con metástasis y tuvo que someterse de nuevo a otro proceso médico. La modelo y bailarina Daniela Santiago, por su parte, vivía apartada de la dramaturgia y tuvo que reclutarse en una escuela de arte dramático durante tres meses para aprender a interpretar a Cristina. Por eso, la lucha de las actrices de Veneno ante las adversidades no es algo casual; todas venían con la lección aprendida de casa.

Veneno significa una ruptura de clichés, un cambio en la percepción mainstream de las vidas trans. Y en ese sentido, significa un cambio de paradigma. Un proceso similar al que vivió el colectivo cuando gays y lesbianas, en los años 90, dejaron de ser carne de espectáculo televisivo y de burla, para empezar a reconocer derechos fundamentales, para atajar una normalidad jurídica, laboral y social apuntalada como demanda histórica del colectivo. Fue parejo a un proceso de mejora de la equidad de los estatus sociales; hombres gays y visibles empezaron a alcanzar grandes sueldos, puestos de dirección empresas en incluso poder mediático, que cambiaron las connotaciones. Los quioscos vendían la revista Zero que visibilizada a referentes sociales. Y apareció la diferencia semiótica entre ‘maricón’ y ‘gay’ que todavía cala en el lenguaje menos inclusivo hacia el colectivo LGTB. Y es que la homofobia no entiende más allá de puros aspectos estéticos en la expresión identitaria de las personas.

Del mismo modo, la serie revela una nueva concepción de la feminidad entendida desde el prisma de identificación con el sexo que lleva a replantear las posturas feministas que excluyen a las mujeres trans de sus reivindicaciones. En su último capítulo, una conversación entre Valeria y una librera, captura las declaraciones que definen a la perfección lo que significó La Veneno en su época y lo que implica su trayectoria luchadora hoy; la resignificación, en este caso, del carácter y del propósito. Y como la propia Valeria Vegas afirma en su libro, “ella fue de las primeras que caminó para que hoy nosotras podamos correr”. Así comprobamos que Cristina no dudó en transformarse continuamente hasta asemejarse a la mujer que idealizó, un modo de plasmar una autenticidad aprendida con las épocas; competitiva contra los estereotipos que nos rodean.

Una mujer trans muy preocupada por su físico y por encajar en el referente binario de mujer cis” es la definición que utiliza el guión para etiquetar el modelo de transexualidad que pudo adoptar Veneno, como retrato de una generación de nuevas mujeres, que imitaban un modelo de feminidad que en los 90 explosionaba en voluptuosidad, curvas y actitud sensual. Pero ahora se analiza un crecimiento personal desde otros niveles. Hasta Paco Becerra, Premio Nacional de Literatura Dramática, califica en el prólogo de la biografía esa identidad de Cristina Ortiz como “una esfinge portadora de un enigmático mensaje en forma de valiosa pregunta que despierta nuestra curiosidad acerca de la experiencia y el sentido de la existencia de cada uno de nosotros”. Un mensaje que ha calado profundamente en el imaginario colectivo gracias a esta producción, que con el tiempo se convertirá en imprescidible para entender la defensa de las libertades, tanto de las mujeres, tanto las cisgénero como las transgénero.

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