El pasado 19 de agosto, la asociación americana que reúne a 181 directores generales de las mayores compañías del mundo abrazaba una nueva doctrina
VALÈNCIA. Algo se mueve entre las elites corporativas. El 19 de agosto de 2019, la US Business Roundtable -asociación estadounidense que reúne a los 181 directores generales de las mayores compañías del mundo-, declaró que abandonaba la muy enraizada creencia de que todos los esfuerzos de las empresas debían de dirigirse a contentar a sus accionistas siempre y por encima de todo. En su lugar, abrazaban una nueva doctrina en la que se abrían a que el trabajo y el propósito final de las corporaciones privadas deberían de servir a todos los grupos de interés con los que interactúan.
Un giro de guión sorprendente que terminaba con el mantra de 'el accionista primer'. Una perspectiva que se sustentaba en el pensamiento del premio nobel de economía Milton Friedman, quién en su celebérrimo libro 'Capitalismo y Libertad' (1962) y en un seminal artículo publicado en 1970 en el New York Times defendía que "un ejecutivo corporativo es un empleado de los propietarios del negocio. Tiene responsabilidad directa ante sus empleadores (los accionistas). Esa responsabilidad es llevar a cabo el negocio de acuerdo con sus deseos, que generalmente será ganar tanto dinero como sea posible". Cualquier otro enfoque de ese ejecutivo, como que la empresa aportara recursos a causas sociales, estaría detrayendo dinero de los accionistas y se podría considerar un impuesto sobre sus ganancias.
Entonces, bajo el nuevo prisma de la Business Roundtable, ¿quiénes serían estos otros grupos de interés, además de los accionistas, a los que las empresas deberían de atender? En primer lugar, sus clientes, a los que se comprometían a seguir ofreciendo productos que superen sus expectativas. Segundo, sus trabajadores, a los que se obligaban a compensar con una remuneración justa y con otros beneficios, como la formación. En tercer lugar, sus proveedores, con los que afirmaban que trabajarían de una manera ética y de igual a igual. Finalmente, en cuarto lugar, quedarían las comunidades en las que trabajan a las que debían de apoyar en múltiples formas, como respetando el medio ambiente a través de la adopción de prácticas sostenibles.
Pese a que esta noticia no abrió los informativos españoles, imagino que por aquello de ser agosto, la verdad es que ese día sí que fue un punto de inflexión para el capitalismo. ¿Por qué? Porque reconocía que las cosas no van bien como sociedad. Por un lado, el capitalismo ha alimentado la desigualdad social a través de un reparto poco equitativo de rentas, pues los salarios se estancan, el trabajo se precariza y el ascensor social falla. Como, por ejemplo, el trabajo de Furman y Orszag (2018) expone "de 1948 a 1973, el ingreso familiar medio real en los EE UU aumentó un 3% anual. A este ritmo . . . había un 96% de posibilidades de que un niño tuviera un ingreso más alto que sus padres. Desde 1973, la familia media ha visto crecer sus ingresos reales solo un 0,4% anual. . . Como resultado, el 28% de los niños tienen ingresos más bajos que sus padres”.
Además, en este escenario general la fractura social se agranda entre las grandes metrópolis urbanas y los pueblos y ciudades de ámbito más rural, pues en las primeras se concentran los mejores centros educativos y las compañías más modernas que ofrecen los puestos de trabajo mejor remunerados, frente a las segundas que sufren el deterioro de la despoblación humana y corporativa. Todo ello favorece que los ciudadanos, guiados por la desesperanza y la desconfianza hacia las instituciones políticas, se vuelvan más proclives a escuchar los cantos de sirena del populismo. Por otro lado, la manera aceptada para medir el bienestar y la prosperidad de un país es el crecimiento o decrecimiento del PIB, el cual se basa en los cálculos de la contabilidad nacional, lo cual nos puede haber llevado ya a conclusiones equivocadas.
Cuenta el escritor norteamericano Bill Bryson que en uno de sus viajes había encontrado un paisaje desolado alrededor de una fábrica de zinc en Pensilvania. Al acercarse a la ubicación de la empresa se había percatado que desde la valla que limitaba los terrenos de la instalación hasta la cima de la montaña "no se veía ni una pizca de vegetación", como consecuencia de la polución que emitía la propia acerera. Aquello podía parecer un desastre ecológico, pero Bryson explicaba que desde el punto de vista del PIB esa ruina era una maravilla: "En primer lugar, tenemos todas las ganancias económicas provenientes de todo el zinc que la fábrica ha refinado y vendido durante años. Luego, tenemos las ganancias de las decenas de millones que el Gobierno deberá gastar para limpiar el lugar y restablecer el equilibrio en la montaña. Finalmente, habrá una ganancia continuada de los tratamientos médicos que se aplicarán a los trabajadores y a los ciudadanos de las poblaciones cercanas que padecerán enfermedades crónicas tras haber vivido expuestos a los contaminantes".
¿Dónde radica el problema? En que como el economista Herman Daly declaró una vez que "el actual sistema de contabilidad nacional trata a la Tierra como si fuera un negocio en liquidación". O como diría el Premio Nobel de la Paz Al Gore "sin planeta, no hay economía que valga". Es decir, el desarrollo de las economías ha traído un alto crecimiento del PIB, asentado en un consumo cortoplacista e ingente de los recursos naturales.
De esta manera, en nuestro actual modelo económico, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (el World Wildlife Fund, WWF, para producir una camiseta de algodón se utilizan 2.700 litros de agua, lo que necesita beber un ser humano en casi 2 años. Igualmente, el WWF estima que en los últimos 150 años se ha perdido la mitad de la capa superior del suelo del planeta Tierra. Sencillamente porque el aumento de la demanda de productos agrícolas genera incentivos para convertir los bosques y praderas en campos agrícolas y pastizales.
En esa transición de vegetación natural, con un ecosistema dinámico y complejo, a agricultura humana el nuevo cultivo no puede aferrarse bien al suelo, con lo que esas plantas (café, cacao, algodón, soja…) dañan la estructura del suelo primigenio. Ello provoca que las lluvias arrastren sedimentos que van a parar a arroyos, ríos y mares, obstruyendo vías fluviales y afectando a las especies acuáticas. Como dice Emmanuel Faber, presidente de Danone, "la regeneración de los suelos es fundamental, y están degradados por doquier. El día que estén degradados del todo ya no habrá agricultura. Podremos meter química para hacer crecer plantas y se logrará sin duda, pero es un modelo insostenible. Y esto, hoy, no está presente en las previsiones de ingresos y pérdidas. La economía de mercado no financia esta durabilidad". Todo lo cual ha desembocado en la externalidad negativa en mayúsculas: el cambio climático.
Esta nueva perspectiva ha pesado en la declaración de los directores de la Business Roundatable, pues empresarios como Jeff Bezos de Amazon, Tim Cook de Apple o Alex Gorsky de Johnson & Johnson, se enfrentan a los nuevos grupos de interés que alzan su voz y se manifiestan de muy diversas maneras. De hecho, los ciudadanos de este siglo quieren comprar y trabajar en empresas que estén comprometidas con el respeto al medio ambiente, que den igualdad de oportunidades a hombres y mujeres, que paguen unas retribuciones justas y que estén gestionadas de un modo ético. Y sino que no se preocupen que los 'clickactivistas' esperan con el Twitter bien afilado para generar una estupenda y perjudicial tormenta en las redes sociales.
Para terminar, espero que no estemos ante una nueva moda, en la que las empresas vayan a competir por publicitar cuál es más verde o más social, sin entrar a realizar cambios estructurales. La declaración de la Business Roundatable abre el camino a desarrollar un capitalismo mejor que sea capaz de crear una prosperidad más inclusiva, en los términos planteados por los economistas Acemoglu y Robinson, lo cual, verdaderamente, puede ser un cambio de paradigma. Es decir, si las élites entienden que el enemigo, el populismo, está a las puertas y que el cambio climático ha de ser combatido con un nuevo acuerdo verde ('New Green Deal'), no habrá mal que por bien no venga. Pero, si estas élites asumen que mientras se pueden hacer negocios el populismo puede ser un aliado y que el cambio climático no está producido por la mano del hombre, sino que es la obra de Dios, aviados iremos, pues el colapso del sistema podría ser parcial o total, aunque, seguro que desastroso.
Felipe Sánchez Coll es profesor de Grados y Posgrados en EDEM
El impacto sobre nuestras vidas y nuestra sociedad será dramático. Sin duda se trata del mayor desafío que en estos momentos encara la humanidad