La cultura cinematográfica australiana se abrió paso a impulsos y con graves problemas de autoestima. A los críticos no les gustaba la imagen que proyectaban del país películas de humor grueso con sexo y desnudos en cada escena. Sin embargo, llenaban los autocines que entonces se contaban por centenares. Así surgió una industria enfocada íntegramente al cine popular de la que salieron obras de terror y acción de toda clase hasta que un médico, apesadumbrado por los accidentes de tráfico que veía en su hospital, colgó la bata y rodó Mad Max
MURCIA. Le tengo simpatía a Australia, generalmente, por la música. Lo que me ha llegado de allí ha sido siempre, ante todo, alegre. Me transmite energía positiva. Ganas de vivir. El grupo de cabecera es, por supuesto, AC/DC, pero si rascas en su prolífica escena, desde progresivos como Madder Lake a garajeros como Fun Things, grupos tan en teoría dispares, tienen la misma vibra. Una especie de vitalismo. Por algún motivo, están contentos. Y de su cine qué decir, representa el hedonismo máximo. De ahí llegó el gran clásico setentero-ochentero que llenó nuestra imaginación, páginas de cómics con secuelas y centenares de imitadores: Mad Max.
De eso se trata, precisamente, el documental Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! de Mark Hartley, la gran referencia de los documentalistas del cine popular. Suyo fue el entrañable repaso a la Cannon titulado Electric Boogaloo o Machete Maidens Unleashed! sobre el cine de serie B estadounidense rodado en Filipinas.
La mayoría de las películas de las que habla aquí no son muy conocidas, sin embargo, es curioso encontrarse con fenómenos muy similares a los que acontecieron en España en la relación entre industria, crítica y público. Los australianos partían de un gran silencio cinematográfico que no era el caso español, porque aquí, pese a las guerras y subdesarrollos varios, el cine estuvo asentado. Sin embargo, es fácil identificarse con los sentimientos de los que hablan. Tenían complejo de inferioridad, querían aparentar ser europeos civilizados, pero en realidad eran diferentes.
Eso llevó a una oleada cinematográfica con guiones basados en humor autóctono y buenas dosis de vulgaridad y sexo, pero aquello coincidió con una época en la que el gobierno financiaba a todo aquel que tuviese una cámara. Siguió una "clasificación R" para eludir la censura asumiéndola y ahí se produjo la explosión. La escena local se convirtió en el paraíso del sexo y la comedia.
El género se denominó comedias ocker y fueron la mayoría bombazos comerciales que competían de tú a tú con las importaciones de Hollywood en los centenares de autocines que había por todo el país. Los entrevistados presumen de que ellos empezaron a introducir los vómitos en el cine y que luego se los copiaron en El exorcista. Lo cierto es que aparecen muchas escenas de gente vomitando y, los que recuerdan aquellos años, consideran que la mejor fue la escena de una vomitona desde la Torre Eiffel.
Las actrices comentan que los desnudos eran obligatorios. El fenómeno era un destape, como el de aquí, en toda regla. Solo tenían trabajo si eran guapas y estaban dispuestas a quitarse la ropa. Todo consistía en correr desnudas por unas duchas, aparecer en bikini o estar con la ropa mojada. Para los críticos, se trataba de una basura de cine. Lo odiaban. Incluso el gobierno y la gente biempensante lo detestaban, porque se convirtió en un fenómeno verdaderamente popular.
Los profesionales, cineastas y críticos entrevistados ni entonces ni ahora se dan mucha importancia a sí mismos ni a su obra. Dice uno "teníamos que admitir ante el resto del mundo que éramos unos palurdos". Otro bromea: "tengo la sensación de que el gobierno controlaba en la frontera que estas películas no salieran del país y se vieran fuera"
Entonces llegó el cambio, empezaron a aparecer películas "no sobre lo que creíamos que éramos", como había pasado hasta entonces, "sino sobre lo que queríamos que ellos creyeran que éramos". Dar una imagen aceptable y complaciente, en definitiva. Era un país con cierta neurosis sobre su proyección al exterior, como este, y de ahí salió un género cinematográfico que era un híbrido entre el de Hollywood y el europeo. Así, con música del extraordinario grupo de Adelaide, hermanos pequeños de AC/DC, los Angels from Angel City, el documental da paso a la especialización que a partir de ese momento experimentó el cine popular, que fue un viraje hacia el terror y la acción. Terry Bourke fue uno de sus máximos exponentes y, si había habido un antes y un después con los vómitos, ahora iba a ser con las decapitaciones. Pero hubo más, mujeres devoradas por ratas, monjas quemadas vivas... Sobre este cineasta se vierten opiniones no exentas de humor: "quería ser el mejor, no lo consiguió, pero se esforzó mucho".
En otra película, Patrick, hubo una escena en la que un paciente en coma escupía a una enfermera que Tarantino reconoce que la tomó tal cual para Kill Bill. Uma Thurman no quería hacerla porque no le parecía creíble que alguien estuviera en coma con los ojos abiertos, pero el director le contestó que le daba igual, que lo hicieron en Patrick y era genial. Para Tarantino, la prueba de que este cine australiano era maravilloso es que sus éxitos luego tenían secuelas italianas no autorizadas, que viene a ser algo así como la consagración para un autor de género.
Si en algo fueron visionarios fue en el concepto de los rebeldes de la autopista. No era nada fácil desarrollar estos rodajes, porque en algunos contaron con Hell Angels de verdad a los que pagaban con cerveza y todo con ellos era un conflicto. En 1974, dieron con un tipo de personaje precursor, Stone, sobre un oficial de policía que tiene que infiltrarse en el mundo de los motoristas. Poco después, el hecho extraordinario fue que en Australia existiera un delito que era el "autocidio", que un médico residente llamado George Miller estuviera harto de verlo en el hospital y se decidiera a rodar una película sobre ello. Así nació Mad Max. El truco del almendruco era muy sencillo y en poco difería de nada actual. Cada película, tenía que tener una escena de la que todo el mundo hablase. Algo que ahora diríamos que se ha hecho viral.
Hubo otros casos también paradigmáticos. Long weekend, sobre una pareja que no deja de pelearse en un fin de semana de acampada que se ve perseguida por la madre naturaleza. Esta, sin embargo, no triunfó en Australia. Al público no le gustó verse reflejado en una pareja con tan mala relación que entra en conflicto con el entorno, cuando ellos vivían en él sin percibir ninguna amenaza. No obstante, al público extranjero, que ve Australia como un lugar exótico, le encantó. En películas sucesivas orientadas al mercado internacional, a menudo con actores estadounidenses que ya estaban de retirada, se empezó a explotar precisamente eso, Australia como tierra de misterio y secretos sobrenaturales. Hubo guiones que ya plantearon que dos estadounidenses, como Jamie Lee Curtis y Stacy Keach, se encontraban en mitad del desierto australiano. Contrataciones que ponían a los sindicatos de actores australianos de los nervios.
Además, a los críticos les molestaba que las películas fuesen de género, pero americano. Ian Barry, uno de los directores, admite que en lo que caían era en una explotación derivativa del cine popular de ese país. De hecho, llegó un momento en el que estuvieron obligados a mostrar escenas de cultura australiana, que al final se reducían todas a filmar algunos animales locales, para que estuviera clara la localización y recibir la subvención. Ahí es gracioso cuando Tarantino se refiere a uno de los directores, Russel Mulcahy, como el Ridley Scott de los pobres. Mientras, Bob McCarron menciona cómo le irritaba que les dijeran que deberían dejarles esas películas a los americanos, que las habían inventado ellos. Sin embargo, de nuevo Tarantino considera que muchas de estas películas, con algún retoque, podrían estrenarse en la actualidad. De hecho, la evolución de la forma de rodar se ha ido pareciendo a la que algunas de ellas mostraron en su día y era difícil de entender. Al final, la única verdad inexorable es que cualquier producto popular que es realmente popular, nunca necesitará coartadas a posteriori.