MURCIA. Hasta nunca, Peter Pan es la última novela de Nando López (Barcelona, 1977). Con ella, son doce los libros que atesora (tanto en género adulto como juvenil). También ha publicado más de veinte obras de teatro y otros tantos relatos en diferentes antologías. El escritor y dramaturgo vive, literalmente, entre letras. La edad de la ira, finalista del Premio Nadal 2010, y título de la (excelente) obra de teatro con el mismo nombre, le encumbró como un autor indispensable del actual panorama narrativo hace ya algunos años.
Su última novela es un retrato descarado de su propia generación. Una generación, en los albores de los 40 años, que confió en los productos culturales del cine hollywoodiense para construir un futuro lleno de expectativas ahora truncadas. Un espejo en el que López espera que los lectores y lectoras se busquen (y encuentren). Una inyección de sugerente reflexión para días, como estos, en los que nadie puede escapar de su propio reflejo.
-Hasta nunca, Peter Pan es un libro que habla sobre madurar, crecer, y, en definitiva, enfrentarse a la vida adulta con todo lo que eso conlleva, algo que le cuesta especialmente a David, el protagonista. Citando a uno de los personajes, que dice que “la adolescencia es traumática por naturaleza”, ¿crees que tendemos a idealizar en exceso los años de juventud?
-Sí. Es un fenómeno últimamente frecuente: la nostalgia “inmovilista”. Esa nostalgia era la que quería parodiar y sobre la cual quería reflexionar. Me parece normal que recordemos el pasado con cariño, pero me resulta preocupante que lo idealicemos y nos perdamos el presente. Hemos idealizado mucho la adolescencia de los 90 olvidando aspectos que no eran, ni mucho menos, positivos; y dejando de lado otros que en estos momentos sí lo son. Quería que la novela integrara ese contraste, entre el personaje del puro siglo XXI (el sobrino, Unai) y el que está entre el XX y el XXI (David, que es el cumple 42 años en la novela). Miramos demasiado hacia atrás. Y esa nostalgia conduce al inmovilismo, a no disfrutar del “ahora” y a perdernos lo que está sucediendo, como le pasa al personaje de David, que está atrapado en su “ayer”. Sus referencias y recuerdos le impiden avanzar.
"¿Por qué pensamos que la música de antes era mejor que la de ahora? Yo defiendo el presente como lo único que existe"
-Hay productos culturales que se valen de esa nostalgia. Un ejemplo que se ha citado mucho es Stranger Things.
-Has puesto un ejemplo estupendo; de hecho, también se menciona en la novela. Stranger Things no deja de ser un refrito del cine de aventuras de los 80. Nos puede gustar o no, pero al final se lo debe todo a Los Goonies y Cuenta conmigo. En la ficción, estamos situando obras menores casi al nivel de “maestras” a base de echarlas de menos. O la música. ¿Por qué pensamos que la música de antes era mejor que la de ahora? Yo defiendo el presente como lo único que existe. El desperdiciarlo y el no valorarlo me parece que es una actitud muy peligrosa. Y llevamos años instalados en eso. Yo tengo la edad del protagonista de la novela y mi generación lleva echando de menos el pasado demasiado tiempo. Con 30 ya éramos nostálgicos [ríe]. Pusimos de moda el fenómeno de EGB, por ejemplo. Y ahí hay muchas lagunas, entre otras, una que me afecta directamente: había una absoluta oscuridad en cuanto al tema LGTB. Era inexistente. Sin embargo, hoy en día en las aulas sí existe. O el feminismo. En esa educación de la EGB no estaba tan presente, ni mucho menos, como por suerte lo está ahora. Hay cosas en las que hemos avanzado. Este fenómeno nostálgico del que hablamos, que también se ha vuelto muy mercantil, olvida las sombras de ese momento y también lo positivo de ahora. Yo, personalmente, preferiría ser adolescente ahora [ríe].
-El libro utiliza diferentes formas de narrar para vertebrar la historia. Por ejemplo, integra guiones de cine e incluso una notificación de un parte escolar. ¿Por qué utilizar esta diversidad de formatos?
-En el fondo, es una novela muy "cervantina”. Quería hacer un homenaje a una de mis novelas favoritas, El Quijote, en la que hay muchas técnicas narrativas y mucho humor para hablar de temas serios. En Hasta nunca, Peter Pan hay mucho humor (mucha ironía, una mirada de reírme de mí mismo y de mi generación) y muchas formas de narrar (el hecho, por ejemplo, de que el narrador y el personaje protagonista no se ponen de acuerdo, cada uno tiene una versión). El mezclar técnicas, materiales (algunos por el narrador, otros por David) … me permite hacer ese juego. También es una forma de que el lector al final sea el que decida qué se cree de la historia. Por otro lado, mezclar narración y escenas de guion de cine ayuda al ritmo y a la lectura (la hace más fluida). En una novela, además, que se basa en el mundo del cine, por lo que me parecía que la forma también tenía que proceder de ahí. Para mí es muy importante que la forma y el fondo de un libro sean coherentes, que la estructura responda a lo que quiero contar. Soy un autor al que le importa mucho cómo se cuenta la historia. Como soy dramaturgo y novelista, en este libro me apetecía mezclar las dos facetas y romper géneros. Lo maravilloso de la novela es que es un género donde cabe todo, desde documentos oficiales hasta escenas de guion. Esa libertad quería reivindicarla aquí.
-Las referencias cinematográficas y mitológicas son una parte importante del libro. ¿Qué le aporta a la novela que esté tan vinculada con las películas y figuras griegas?
-La mitología está muy presente en el libro porque quería hablar de cómo necesitamos la épica en una sociedad que no lo es. Nos comparamos constantemente con los héroes épicos. Estamos viviendo el momento de éxito de Marvel, de DC, de las películas y sagas legendarias de superhéroes… y, sin embargo, nuestra cotidianidad es mucho más prosaica. Eso a veces genera una cierta insatisfacción. Incluso ahora, con todo lo que estamos viviendo. Hay un afán enorme de convertirlo en algo épico, de narrarlo de forma épica, de darle un sentido, incluso una lectura moral…
-Los “héroes” y las “heroínas” de la sanidad, por ejemplo. Evidentemente, están haciendo un esfuerzo loable, pero quizá caemos inconscientemente en estos discursos y terminologías.
-Exacto. En lugar de asumir que son profesionales que necesitan medios. Nos gusta más el discurso heroico, que embellece la realidad y, en el fondo, impide la reflexión. Porque si hablamos de que son héroes ya no tenemos que reflexionar sobre por qué se están jugando la vida cuando no deberían hacerlo. Respecto a por qué el cine tiene un papel tan importante en la novela…, es el mundo profesional del protagonista. Elegí que fuera así porque también quería mostrar el choque que existe entre la vida que soñábamos y la que tenemos. Ese contraste cuesta asimilarlo en mi generación. La vida que soñábamos era la que nos mostraba el cine: cómo pensábamos que iba a ser el amor (como Notting Hill), cómo iba a ser la amistad (como Cuenta conmigo), cómo iba a ser el trabajo (como Armas de mujer)... Nos hemos creído un discurso cinematográfico que hace que nuestra realidad ahora sea insatisfactoria. No es que la culpa sea del cine, ni mucho menos, sino de nuestra dificultad para asumir la realidad. Al fin y al cabo, vemos el mundo a través de la ficción que consumimos: nos influyen los libros, las series, las películas, la música…
"Nunca he escrito nada que no quisiera escribir. En eso me siento muy afortunado"
-Uno de los personajes de la novela dice: “Ningún creador es inocente. Se sabe cuándo algo es verdad y cuándo toca tragar mierda”. ¿Lo compartes?
-Totalmente. Somos conscientes de lo que hacemos. Es verdad que no podemos prever el alcance. Cuando escribí La edad de la ira, que lleva diez años vendiéndose, publicándose, reeditándose (tiene una vida larguísima); no sabía que le iba a ocurrir todo esto. Pero sí era consciente de que era una novela muy trabajada. En el caso de Hasta nunca, Peter Pan sé que son muchas horas de reflexión, de escritura… Configurar la estructura y los personajes no fue fácil y es una novela muy meditada. Puede gustar o no (como digo, no lo puedo prever), pero sí sé que es un libro que puedo defender. Siempre he tratado de poder defender todas las novelas que he publicado de una manera muy honesta. Nunca he escrito nada que no quisiera escribir. En eso me siento muy afortunado. Creo que el creador sabe lo que está entregando y lo que está ofreciendo mejor de lo que queremos creer; lo que pasa es que más fácil lavarse las manos y decir que no [ríe].
-En tus libros hablas de situaciones muy complejas: maltrato, violencia, abandono, acoso... En algunas ocasiones, se han criticado obras culturales que han girado en torno a estos temas porque, sin pretenderlo, han acabado romantizándolos. ¿Cómo te enfrentas a estos temas y, sobre todo, cómo haces para no romantizarlos?
-Hay que evitar el estereotipo y el encasillamiento. Con estos temas, lo que hay que hacer es tratarlos con crudeza, pero sin morbo; porque, si caes en el morbo, estás haciendo lo contrario de lo que denuncias. Lo difícil es encontrar el equilibrio. En Nadie nos oye, una novela juvenil donde se habla de la violencia machista, entre otros temas, hay una escena muy dura: una violación. Si yo me recreo describiendo esa violación, al final estoy haciendo pornografía, estoy creando un argumento de venta desde algo que no debe serlo; pero, si lo edulcoro, estoy mintiendo, con lo cual tampoco estoy denunciando. Ese capítulo lo escribí unas diez veces, sin exagerar. Necesitaba el punto justo entre crudeza, realismo y distancia para evitar ese morbo. Pero, a pesar de ello, creo que sí que hay que ser crudo y claro. En Hasta nunca, Peter Pan, abordo un tema que nunca había tratado: la figura del acosador. Siempre que hablo del acoso, suelo hablar desde la víctima. Aquí quería hacerlo desde el verdugo: qué pasa con la persona que acosa, qué hay detrás, qué está ocurriendo, cuál es el mecanismo de la violencia… Hay muchas formas de violencia. Lo que hay que evitar para no romantizarlo es contarlo con crudeza y sin adornos, sin embellecerlo, y sin buscar una lectura moral. De hecho, el problema es cuando le ponemos una moraleja: “Es bueno porque el personaje aprende algo, porque lo supera…”. La violencia no es positiva como tal. Puedes superarla, y se trata de eso (claro que sí), pero el convertirla en algo que te fortalece conlleva el riesgo de romantizarla. Casi lo sitúas como algo “deseable”. Ese es el peligro que yo veo.
-En tus libros también has tratado mucho el tema LGTBI. Teniendo en cuenta que todavía, por desgracia, reproducimos muchos estereotipos y roles de género, ¿cómo te enfrentas a este tema en tus novelas?
-Para mí es muy importante que haya diversidad porque esa es la realidad. Mi literatura trata de captar la realidad, por lo que tiene que ser igual a esta. Lo que sí evito es la etiqueta. Hemos caído durante años en una literatura donde a ciertos personajes se los definía por “lesbiana”, por “gay”, por “trans”… Y no; ese es un rasgo entre mil. El personaje tiene que tener muchas más complejidades. No se define a un personaje como: “X es hetero”. No te quedas ahí. Pero sí se ha caído o se ha abusado mucho, por ejemplo, en cine, del tópico del “amigo gay simpático que viste bien”. Rupert Everett en La boda de mi mejor amiga. El personaje tiene que ser complejo. Y yo busco que el personaje LGTBI sea también universal, y que no solamente se identifique con él el lector LGTBI, sino también cualquier otro. En Hasta nunca, Peter Pan hay un personaje muy joven que es bi. ¿Por qué? Porque la bisexualidad todavía sigue siendo casi casi un tabú. Hay mucha bifobia, incluso en el mundo LGTB. Y yo quería un personaje que se definiera como tal, pero no es algo que se desarrolle como tema en el libro. También hemos pasado esa frontera. Hay que visibilizar, pero no convertirlo en tema único. Se trata, al final, de mirar. Un autor tiene que mirar y tratar de contar lo que ve. A partir de ahí salen las historias que respiran verdad.
-Defiendes que “las tizas pueden cambiar el mundo”. ¿Qué carencias tiene el actual sistema educativo y cómo se podrían suplir? ¿Cómo crees que va a cambiar el sistema educativo ante la actual crisis, donde se ha hecho más visible la brecha digital?
-Creo que pasan varias cosas. Primero, que es verdad que la brecha digital ha hecho que se ponga sobre la mesa la desigualdad. El profesorado la conoce desde hace mucho tiempo, y la lleva (de verdad) reivindicando y denunciando desde hace años… pero nadie nos escucha (llevo ya cinco años sin dar clase, pero he sido profe). Lo primero que creo que va a pasar es que habrá que tomar decisiones sobre cómo tratar de vencer esa barrera, y cómo acabar con esa desigualdad tan brutal. Lo segundo: se está revalorizando el aula y el concepto de educación. Estamos viendo que se puede avanzar por los recursos digitales, pero falta lo más importante: la calidez del aula, del grupo, el entorno, la colectividad. Se está revalorizando el concepto de escuela y se está volviendo a evidenciar que la escuela, al final, es un grupo de gente que trabaja y forma una comunidad: estudiantes, docentes y familias. Todo esto nos va a llevar a reflexionar sobre hasta qué punto nos estamos perdiendo en lo accesorio y estamos dando de lado lo esencial en la educación. Lo esencial es la convivencia, la educación en valores, esa forma de vencer esos obstáculos sociales que encuentran muchos niños y adolescentes… todo eso se está poniendo en valor. Hay tres pilares sociales que han estado muy machacados y que han sido muy atacados desde el poder: la sanidad, la investigación y la educación. Los tres pilares recortados sistemáticamente en muchos lugares, y en comunidades como la mía, en Madrid.
-¿Hacia dónde irá el sobresaturado y competitivo mercado editorial en este contexto?
-Estamos en un momento complicadísimo porque la industria editorial es una de las vapuleadas por esta crisis, como tantas otras: librerías cerradas, editoriales parando publicaciones y lanzamientos, no tenemos Feria del Libro, no tenemos Sant Jordi (está aplazado, veremos cuando se celebra)… El mundo editorial va a tener que hacerse con esta situación cuando esto pase. Creo que en la literatura hay espacios para todos. Lo que uno no puede hacer es obsesionarse comparándose con otros autores y otros géneros. Es cuestión de buscar una voz. La clave es que el lector sepa lo que va a encontrar en tus libros. No que escribas siempre lo mismo, que al final puede aburrir, sino lo que hablaba antes de escribir desde la verdad; que vean una integridad en la voz de esa persona que escribe, que sepan qué tipo de literatura, tema y estilo les ofrece. Si puedo estar orgulloso de algo es que mi literatura resulta muy reconocible. También percibo que quizá el mundo editorial viva un momento más selectivo en los próximos meses, en el próximo año. Va a haber una reducción de lanzamientos previsible porque se van a tener que afrontar muchas pérdidas y un cierto desconcierto. Por un lado, los libros se han convertido en un gran aliado en esta cuarentena; pero, por otro, cuando salgamos de ella a lo mejor todos o muchos hemos perdido poder adquisitivo. Tendremos que ver si podemos acceder a nuevos libros. El mundo editorial se enfrenta a muchos interrogantes. Y uno de los más fuertes quizá es el juvenil. Somos muchos autores en este género, pero también es verdad que los jóvenes leen muchísimo. Eso es algo que siempre se omite. Si hay un sector que no se va a hundir es el infantil y juvenil. Los adolescentes leen mucho más de lo que creemos (muchísimo más) y son unos lectores absolutamente apasionados.
-¿Qué recomendaciones culturales nos sugieres para estos días de confinamiento?
-Hay una novela reciente que me ha entusiasmado y he devorado: Una mujer inoportuna de Dominick Dunne (en Libros del Asteroide, con una edición preciosa). Como series, Succcession, en HBO y The Good Figth, un spin off de The Good Wife. Y para el que le guste la novela gráfica, recomiendo dos: El príncipe y la modista de Jen Wang y Persépolis de Marjane Satrapi.