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Bitácora de un mundo reinventado / OPINIÓN

Los sueños que nos hacen falta

29/03/2021 - 

MURCIA. No ha venido a buscar una pitonisa ni el oráculo de los dioses, por eso le dedico una sonrisa condescendiente, ecuánime, de señor Freud con barba y chaleco de alpaca. Le digo que es normal tener sueños premonitorios, sueños como ese que no le ha contado aún ni a su mujer. Es un enfermero con el que he tratado estos meses de si orfidal o stilnox, un compañero como tantos que nos abordan a los psiquiatras, aquí o allá, en cuanto nos tienen a tiro por el pasillo o en cualquier despacho. Siempre hay una puerta que se cierra a sus espaldas y un ligero encogerse de hombros. Siempre ha sido más fácil confesar una ciática que el abatimiento o el fracaso. Salud mental de pasillo, lloriqueos de pasillo, desde que la pandemia nos ha hecho a todos adictos a las pastis me siento como un dealer por los rincones del hospital. 

Esto de hoy no parece apto para el coche escoba emocional porque se trata de la misma muerte. Un demonio alado que le ha anunciado que debe despedirse. Ha cerrado sus párpados en el sueño, le ha obligado a tumbarse. No es la primera vez que se cumple lo que sueña pero no cambio el gesto, cuando el clima cambia la artrosis también habla, banalizo, y algo de acidez es lo mínimo tras una comida copiosa; soñar con la parca en plena pandemia es una molestia de catálogo. Pero despídete de todos, decía, y yo me resistía a tumbarme pero era imposible. El enfermero me ha buscado porque una vez me oyó decir algo de la interpretación de los sueños. Cualquier chorrada de cafetería, imagino, nada que ahora me haga sentirme orgullosa de darme tanta importancia. 

Lo pienso, pero no permito que interrumpa su relato, unos lagrimones inoportunos han brotado en sus ojos y está algo avergonzado. Si es que vamos agobiados, añado, ya has visto cómo tenemos las consultas. Pero son ya tres veces las que sueña que muere alguien y se cumple, gimotea. Enumera los tres casos y el señor Freud pone más cara de Freud que antes, más barba espesa, ceño fruncido y hasta puro en la mano. Si fuera un paciente, si fuera un diván ordinario, me sentiría mejor. Por eso no puedo esquivar una conmoción leve, un peristaltismo entre la boca del estómago y algún lugar ahí abajo. Los epiplones se mueven pero sonrío igual, ¿y si se cumple? Mantengo mi sonrisa de cartón y cuando mi abuelo y cuando el doctor tal, y cuando fulano pero yo nunca: mi muerte no había salido nunca en un sueño. 

El pasillo está vacío, es una zona ciega, un culo de saco entre mi unidad y la de pediatría, especie de cementerio de camas rotas y colchones mordidos, obsoletos, donde escarbo un poco de intimidad cuando alguien viene con su S.O.S. Repaso con el rabillo del ojo los andamios y las poleas inútiles que se yerguen sobre las antiguas camas de trauma, las sombras que proyectan, tristes como esqueletos semienterrados. Vacilantes. Entre dos mundos. Sigo sus siluetas mientras intento huir hacia otro territorio, pero le invito a seguir hablando y leo sin querer los letreros que prohíben abrir las ventanas porque entran abejas, los tanques de Air Liquide que se yerguen como huevos gigantes entre el parking y la carretera, las etiquetas de los extintores. 

No pierdo el hilo, intercalo interpretaciones bienintencionadas, lugares comunes, frases balsámicas sobre la muerte que expresa, la muerte que sabe, el inconsciente que guarda más información de la que imaginamos. Sus ojos se secan poco a poco y sé que he dado en algún punto útil cuando me enrollo acerca de matar una parte de uno mismo. Acababa de tomar una decisión drástica en su vida. Pues has tenido un sueño iniciático, remato, algo que abre el final de un ciclo y el inicio de uno nuevo, hablabas de una sensación de paz al dejarte cerrar los párpados, ¿a quién de tus yoes has liquidado?

Se despide de forma seca, se disculpa, no quería echarte el rollo, con la que lleváis. Como no es mi paciente no le haré más preguntas, pero parece que llena más el pijama cuando lo veo alejarse por el pasillo. Está satisfecho: él sí ha podido ir al médico.

¡Vete al médico! Le espetaron esta semana a Errejón en el Parlamento por mencionar la carencia acuciante de recursos en salud mental. Todos hemos sufrido una pequeña muerte y un pequeño renacimiento este año, pero no todos tenemos acceso a una buena escucha. Más de uno se dopa y el que puede o se atreve va a salud mental. Depresión, ansiedad, neurosis sangrantes, brotes: una retahíla de amenazas emocionales nos ronda y va para largo. 

El miedo a morir es sólo el colofón de las miserias, pero no la única que nos asola. Diez españoles consuman el suicidio al día (la mayoría menores de 29 años) y sólo un ridículo puñado puede pagar los ochenta euros de cada sesión privada. Y sí, claro que hay que ir. Donde lo atiendan a uno. Y no sólo al médico, sino a uno de los 6 psicólogos por cien mil habitantes que ofrece la sanidad pública, muy por debajo de la media de Europa (que se sitúa en 18). 

El resto de su alegato lo bordó el diputado Carmelo Romero con su exabrupto. Una vez más, la bronca política y el estilo trapacero de algunos representantes parece el único mecanismo que pone en el punto de mira los asuntos, ¿quién se hubiera enterado de que Errejón sacaba por fin el tema si no llega a ser por el diputado de la caverna? Parece que tipos como éste vivan para descalificar, antes incluso de escuchar. 

La burla mutó en unánime reacción de apoyo y hasta en disculpa twittera del diputado, ¿se lo recomendaría su médico? “Ni estigma ni vergüenza”, reza la camiseta que le han regalado a Errejón y que se ha hecho felizmente popular. Lleva la frase viral escuchada en el hemiciclo y ojalá logre que el mensaje cale de una vez. “Demuestra lo que queda por hacer”, añade el diputado. Y también el trecho que les queda a algunos políticos por humanizarse y humanizar con ello nuestra sociedad. 

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