Dentro de la unión monetaria, anular las reformas, introducir restricciones y poner trabas al comercio o a la creación de empresas solo llevarán al paro, la pobreza y la recesión
En enero de este año 2019 se cumplieron los veinte años de la puesta en marcha de la Unión Monetaria Europea. El euro es la cara visible del proceso, aunque éste ha supuesto, a lo largo de los años, numerosas decisiones de cesión de soberanía y de creación de nuevas instituciones. Sin embargo, tras estos 20 años y a pesar del progreso logrado, aún no podemos, estrictamente, considerarla una Unión Económica. Más allá de la jerga europea, esto último significa que hay cabos sueltos, lo cual explica, al menos en parte, las luces y las sombras de esta etapa.
Durante todo este año se han realizado múltiples trabajos e informes con el objetivo de evaluar lo conseguido hasta la fecha. Dos son los tipos de trabajo realizados: unos sobre la política monetaria del Banco Central Europeo y, los segundos, sobre cómo ha repercutido la unión monetaria en la economía real. Es decir, ¿Hemos conseguido crecer más desde que tenemos el euro? ¿Son nuestras economías más estables? ¿Ha aumentado la productividad?
Con anterioridad a la creación de la Unión Monetaria Europea (UME), existía ya una amplia literatura teórica sobre las ventajas e inconvenientes de este tipos de acuerdos, así como las condiciones que debían cumplir un país para que no le fuese costoso renunciar al control directo sobre el tipo de cambio y la política monetaria. Sabemos que los criterios de convergencia (nominal) que se establecieron durante los años noventa y que supusieron importantes esfuerzos para algunos países no tenían su origen en ninguna de estas teorías. En realidad, su objetivo de hacer la unión monetaria en dos etapas, pensando que primero entrarían en ella los países del centro de Europa (Alemania, Francia, Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo, Austria, entre otros) y que posteriormente se sumarían los periféricos, como España, Italia, Irlanda o Portugal. Sin embargo, el esfuerzo de la reunificación supuso para la propia Alemania incumplir algunos de los criterios, de manera que cuando se tomó la decisión, fueron 11 y no 5 ó 6 los fundadores de la UME.
Lo que cabría valorar, por tanto, es si se ha producido convergencia real, respondiendo a las preguntas anteriores. En un trabajo presentado en el Foro de Sintra del Banco Central Europeo, la profesora Kalemi-Ozcan analizó, entre otras cosas, la convergencia en PIB per capita por regiones (Figura 1). Desde la creación de la UME hasta la crisis, las regiones que partían de un PIB más bajo (situadas a la izquierda del eje horizontal) crecieron más rápido (en la parte superior del eje vertical, que mide el crecimiento anual del PIB). Puede apreciarse que las regiones españolas (puntos de color naranja), con menos renta, se encuentran en este caso, así como Grecia (en lila). Que las regiones más pobres crezcan más rápido significa que hay convergencia, que se van aproximando (al crecer más) a las de mayor renta. La situación se invierte desde la crisis a la actualidad: la relación es positiva y a mayor renta, más rápido se crece. Entre 2008 y 2014, los peores años de la recesión, las regiones españolas y las griegas tuvieron crecimiento negativo, mientras que las de mayor renta, las alemanas, holandesas y finlandesas, mejoraron su posición (colores verde y azul).
Por lo que se refiere a la renta per cápita real, puede verse en la Figura 2, con datos del Banco Mundial, que España se ha ido separando progresivamente de la renta media de la Unión Europea (en marrón). Actualmente, la renta per cápita española es de unos 35.000 dólares, cifra que ya se había logrado alrededor de 2007, justo antes de la gran recesión. Por otro lado, The Economist ha publicado estos días datos sobre la evolución del norte y el sur de Europa durante los años de unión monetaria (Figura 3). Los costes laborales han crecido más rápidamente, el paro es significativamente mayor, así como el endeudamiento público. En general, no sólo se ha producido un ensanchamiento de la brecha entre el norte y el sur de Europa sino que, según The Economist, Francia se estaría acercando cada vez más al grupo de la periferia. Sin embargo, si observamos atentamente los costes laborales, España ha mejorado levemente desde 2010 aproximadamente. Aunque no se muestre en este gráfico, también lo ha hecho su productividad, de forma moderada, pero consistente, coincidiendo con las leves reformas que se realizaron tanto durante la segunda legislatura del presidente Rodríguez Zapatero como en la primera del presidente Rajoy. De ellas, la más importante fue la del mercado de trabajo.
No es cierto que los economistas se equivoquen siempre. Hay mucho escrito sobre estos temas y son bien conocidos los remedios para hacer frente a los malos tiempos: estando preparados para ello. España es hoy una economía sobre-endeudada, que ha salido con un alto grado de sacrificio de la crisis financiera internacional, y que se encuentra en una situación casi tan débil como en 2007 para hacer frente a otra fase baja del ciclo. En estas circunstancias, anular las reformas, introducir restricciones a los precios y poner más trabas al comercio o a la creación de empresas, sólo llevarán al paro, la pobreza y la recesión. ¿Es eso lo que queremos? Y que luego no digan que los economistas solo saben analizar a posteriori.