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Los artistas algorítmicos que nos relevarán, en 'Programados para crear', de Marcus du Sautoy

El catedrático de la Universidad de Oxford explica por qué las matemáticas, como el arte, requieren de creatividad, y como esta capacidad está dejando de ser terreno vedado para las máquinas.

28/09/2020 - 

MURCIA. Desde que una máquina, AlphaGo de DeepMind, le pegó una paliza a cinco partidas al campeón mundial de Go [juego milenario considerado hasta entonces inasequible para las IA por requerir creatividad], el surcoreano Lee Sedol, ya nunca existirán campeones mundiales humanos del juego, pero de esta historia, lo realmente asombroso-aterrador es la jugada 37 que planteó la IA, que fue considerada un error estúpido por los comentaristas [nadie habría hecho algo así], hasta que se descubrió que iba a decidir la partida [a favor de AlphaGo]: “Sedol hizo la jugada número 36 y se subió un rato a la azotea del hotel a fumar un cigarrillo. Mientras estaba fuera, AlphaGo propuso a Huang, su representante humano, la jugada número 37. Esta consistía en colocar una ficha negra en la quinta línea contando desde el borde del tablero. Todo el mundo enmudeció [...] AlphaGo había roto la ortodoxia vigente durante siglos de práctica del juego [...] Todos estaban pendientes de ver qué haría Sedol para responder a ese movimiento cuando volviera de fumarse el cigarrillo. Al sentarse de nuevo a la mesa, pudo percibirse el malestar físico que experimentó cuando vio la nueva ficha sobre el tablero [...] No podía comprender qué estaba haciendo AlphaGo. ¿Por qué el programa abandonaba ahora la región por la que ambos estaban compitiendo? [...] Fan Hui [otro campeón], que también actuaba como uno de los árbitros, posó su mirada sobre el tablero [...] «No es una jugada humana. Nunca había visto a un ser humano realizar esta jugada. Es tan bonita»”.

Desde entonces, el go ha cambiado para jugarse desde nuevas perspectivas gracias a las enseñanzas de AlphaGo. Como la inteligencia artificial Golem XVI que imaginó Lem, acudimos a esta clarividencia superior para que nos ilustre. Pero esto es solo el principio de lo que será si lo hacemos bien. Y será. Creíamos que nuestro mundo era plano y el centro de todo, pero resultó que era esférico y orbitaba alrededor del Sol. Entonces asumimos esa verdad, pero creímos que el Sol era el centro de todo. Tampoco acabó siendo así. Más tarde descubrimos que ni nuestro sistema solar ni nuestra galaxia eran únicos, sino que existen incontables galaxias y sistemas. Pronto descubriremos un par de cosas sobre la vida: que es un fenómeno común, y que no es solo lo que nosotros creemos que es. Las IA podrán crear obras más allá de lo que nosotros hayamos programado, y probablemente, trascenderán nuestra capacidad intelectual. No se puede ser especial en un universo como este. Pero nos resistimos a aceptarlo, cuando más que duro, es conmovedor. Quien narraba la derrota histórica de la humanidad a manos del algoritmo es el catedrático de matemáticas de la Universidad de Oxford Marcus du Sautoy, autor de este Programados para crear. Cómo está aprendiendo a escribir, pintar y pensar la inteligencia artificial, publicado en Acantilado con traducción de Eugenio Jesús Gómez Ayala, que nos pone al día del estado en que se encuentra el desarrollo de las inteligencias artificiales basadas en redes neuronales algorítmicas, pero sobre todo de cómo estamos entrenándolas para que logren vencer las últimas resistencias de la creatividad, y así puedan tomar el mando del avance en el conocimiento, pues estamos llegando a un punto, como explica du Sautoy, en que la inteligencia humana en exclusiva ya no es suficiente: la complejidad de las nuevas demostraciones matemáticas es tal que se requieren centenares o miles de páginas para explicarlas, lo que hace aumentar enormemente la posibilidad de cometer un error que pase inadvertido para quienes se encargan de verificarlas, lo cual, dado que las matemáticas son un edificio que se construye sobre estas demostraciones, es potencialmente catastrófico. Pero los errores no son el único problema: du Sautoy intuye que estamos ya en el límite de nuestras capacidades para relacionar y entender. Según cuenta, es una intuición generalizada entre sus colegas. Si queremos seguir aprendiendo, necesitamos a las máquinas, que de momento, son solo una herramienta humana. 

¿Solo? Lo más inquietante del libro de du Sautoy es a la vez uno de los pasajes más maravillosos: “Si la inteligencia artificial está destinada a tomar el relevo a la inteligencia humana, sería interesante conseguir hacerse una idea de cómo aquella contempla el mundo. Un equipo de investigadores de Google ha utilizado el arte creado por la inteligencia artificial para comprender mejor algunos de los procesos mentales que siguen los algoritmos de reconocimiento visual que ellos mismos han creado [...] a medida que la máquina aprende y cambia, el programador va perdiendo poco a poco la pista de los rasgos que usa el algoritmo para distinguir [...] Para hacerse una idea de cómo funcionaba el algoritmo, el equipo de Google tuvo la brillante ocurrencia de invertir el programa. Proporcionaron al algoritmo una imagen digitalizada al azar y le pidieron que marcara o realzara aquellas características de la misma que, según él, podrían desencadenar el reconocimiento de un rasgo identificable. De esta manera esperaban entender qué es lo que buscaba el algoritmo. A este algoritmo inverso lo llamaron DeepDream [...] Estas imágenes nos permiten atisbar someramente cómo ven el mundo los algoritmos de reconocimiento de imágenes”. Las imágenes de DeepDream, como estos experimentos de Eric Wayne a continuación, muestran como el algoritmo encuentra, por ejemplo, perros en una imagen aunque no los haya, precisamente porque está buscando rasgos que le indiquen que está viendo perros: a continuación reprocesa esa interpretación una y otra vez hasta aprender a reconocer la forma de un perro de un modo fiable.

 

Este mecanismo es una versión acelerada de la habilidad para distinguir patrones que permitió a nuestra especie sobrevivir, detectando anomalías en el paisaje que pudiesen ser una amenaza a nuestra integridad, como un color que no se corresponde del todo con el de la maleza, y sí con el pelaje de un depredador. Es decir: estamos imprimiendo una velocidad maquinal a la evolución de nuestras inteligencias artificiales para que adquieran nuestras competencias más características en muchísimo menos tiempo del que los humanos necesitamos para ello. Estamos educando lo que quizás, algún día, será vida: hemos creado algoritmos cuyo funcionamiento empezamos a no comprender, y lo fascinante es que podemos emplear el arte para hacerlo, para acercarnos a ellos. Del libro de du Sautoy todo es imprescindible, pero si no lo más revelador, sí lo más bello, es que el arte, la música, la literatura, hasta ahora ventanas a las mentes e ideas de otras personas, comienzan a ser también la madriguera del conejo blanco que nos permite adentrarnos en el sueño profundo de esas máquinas que se esfuerzan en distinguir la verdad entre el ruido de la maleza digital. 

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