la librería

Leer por primera vez a China Miéville con ‘Buscando a Jake y otros relatos’

El universo de este autor es tan atípico como él mismo, y en él, en su poderoso y genuino imaginario weird fiction, casi todo es cuestión de perspectiva, de a qué lado del umbral nos coloquemos

15/06/2020 - 

MURCIA. Lo bueno y lo malo de la literatura es que es tan vasta que uno llega a sentir que se ahoga en ella, pero siempre existe la posibilidad de una isla, de dar con un puerto desconocido en una tierra salvaje en el que atracar y en la que instalarse una temporada. Los libros, los que valen la pena y los que no -ahí ya cada uno- nos pasan por encima a diario y por oleadas, flujos y reflujos de los de antes, de los de después de antes y de los de ahora. Nunca vamos a poder leer todos los buenos libros que querríamos poder leer. Quizás llegue un día en que en lugar de leerlos, los carguemos, pero hasta entonces, parece lógico seguir el consejo de Borges y abandonar aquellos que ni fu ni fa, porque por empecinarnos en terminar una historia regular estamos restando tiempo y recursos a la expedición en busca de esa isla, de ese satélite capaz de albergar vida inteligente que se encuentra en algún lugar, aunque nosotros no sepamos siquiera de su existencia. Hay pocas sensaciones comparables a la de dar con un nuevo autor favorito sin querer y sin referencias: ese momento en el que uno abre un libro, y tras cuatro o cinco líneas empieza a sentir que algo no cuadra, que esto es demasiado bueno; ese subir desde el estómago una excitación que va a más y a más y que de pronto explota en la cabeza derribando una pared tras la cual se abre un -con suerte, largo- camino de obras por conocer. Si te ha pasado, sabes que es algo único: una conexión instantánea, un chas eléctrico que te convierte en otra persona. De repente, una pieza más, la evolución. Ya no vas a ser el de antes. Has encontrado un objeto que ha iluminado una parte importante del mapa. Te lanzas adelante sin frenos.

Cuando eso pasa quieres que el día tenga más horas libres de ocupaciones para seguir avanzando por el mapa. Transcurre tu día pero todo el tiempo ves por el rabillo del ojo el Nuevo Mundo, lo ves en el retrovisor, en los contornos fugaces de la ciudad cuando el semáforo se pone en verde. Tú estás cumpliendo con tu rutina teniendo todo eso por descubrir. Es injusto. La vida se vuelve todavía más prosaica porque ya has visto, y ya no puedes no ver ni no pensar en esa primera historia de Buscando a Jake y otros relatos, un libro al que no prestaste atención cuando te llegó porque no conocías al autor y tenías muchos libros en varias pilas de libros, esa primera historia del libro publicado por La máquina que PING! que ha esperado meses, puede que hasta un año, acumulando polvo, cambiando de lugar en distintas columnas de papel. Un buen día te has quedado sin tu libro inquietante de antes de dormir, porque tienes la norma de solo leer fantasía inquietante al acostarte, y te acuerdas de ese libro de un tal China Miéville y decides darle una oportunidad, y al poco de abrir el libro, lees un prólogo de Cristina Jurado estupendo, muy prometedor, y das un paso y de pronto estás en Londres y resulta que la oportunidad te la han dado a ti. Luego sabrás que ese China Miéville es un tipo brillante, con tantos premios y éxitos que no debe saber en que estantería ponerlos o a cuál dar prioridad en su currículum, pero es normal, porque la literatura es tan espacial que no puedes pretender conocer ni a unos pocos de los mejores, no eres Funes el memorioso, no tienes toda la imaginación de un genio respaldándote. El caso es que estás en Londres un poco descolocado en una historia traducida por Silvia Schettin -otras las leerás traducidas por Mª Pilar San Román, Arrate Hidalgo, Marcelo Cohen y Cristina Arenós Rebolledo, y por la propia Jurado-, y empiezas a no recordar cómo has llegado allí, y a constatar que la gente está desapareciendo. La máquina que genera el campo de conectividad de la realidad se ha roto y Jake se ha esfumado de un instante al siguiente en la puerta de una librería, visto y no visto: “Había aprendido, muy rápido, que las reglas de la ciudad habían implosionado, que la lógica se había desmoronado, que Londres era una cosa rota y ensangrentada”. La levedad, y el fallo. El error. La incongruencia. 

Escribir es ver, y existen clarividentes. Gente capaz de olvidar la fórmula y hallar mecanismos literarios diferentes, originales senderos narrativos que lo son no porque nadie haya pensado nunca en los espejos, sino porque nunca nadie los ha visto exactamente así, como los ve Miéville en la nouvelle borgiana El azogue, incluida en este libro. En el vastísimo cosmos de la literatura, se podría pensar, hay mucho, mucho que no conoces. Podría existir un precursor, o decenas de ellos. Ojalá. Pero es difícil que alguien vea las cosas como Miéville, porque Miéville es Miéville y sus circunstancias, que son de todo menos clónicas, de todo menos de taller y escuelita de escritores en serie: además de escritor de weird fiction, resulta que es antropólogo social graduado en Cambridge, máster en relaciones internacionales de la London School of Economics en 2001 y teórico marxista fundador de su propio partido político. Miéville es un sorprendente cóctel de capacidades e intereses que nos puede llevar a pensar, quizás, en los Boris y Arkadi Strugatski de los Mil millones de años hasta el fin del mundo. La verdad, cuesta creer que haya perdido por ahí un cuento sosias de Detalles, una de las genialidades que se agazapan en este libro que uno se aventuraría a decir que debe haber sido infracomprado -¿cuántos ejemplares se habrán vendido de esta maravilla, cuántos descansarán protegidos en las bibliotecas?-. Menos de los que sería deseable, seguro. Detalles, cuento sobrecogedor y espeluznante que nace de Los perros de Tíndalos. Detalles, y perspectiva. Y la elección de a qué lado de la imagen -de la historia- queremos estar. En el universo de China Miéville todo tiene que ver con eso.

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