El domingo se producen dos hechos estelares: las elecciones catalanas y San Valentín, los más cursis irán juntos a votar y luego se entregarán algunos presentes. Quizá unas piedras como muestra de la lucha callejera que estos días vemos en pueblos y ciudades catalanas.
El pasado 1 de febrero escribí sobre la oportunidad o no de realizar los comicios en Cataluña, justo en la época que se habla a diario de cifras récord en muertes y contagios, pero bueno, ya hemos podido comprobar que llamar a una comunidad entera a votar un domingo tras dos semanas de actos electorales no es ningún peligro para la salud pública, pero ir a cualquier bar o restaurante sí, al menos para las autoridades que nos gobiernan. ¿Podemos decir que vivimos en un país de locos o aún no?
La campaña catalana no se preveía tranquila, pero quizá pocos nos podíamos imaginar el grado de violencia física alcanzado en los mítines que el partido Vox ha realizado en diferentes municipios de la geografía catalana. Algunas escenas podían recordarnos a las cargas de la policía autonómica vasca hace décadas en las calles del País Vasco, la denominada kale borroka o pelea callejera, un sistema de acoso e intimidación al diferente o mejor dicho, al opositor ideológico y político que pese a parecer impropio de una sociedad democrática con un nivel razonable cultural y económico, se sigue produciendo y parece que incluso reproduciendo, porque si algo debe alarmar y alertar de estos hechos violentos, es que la mayoría de sus protagonistas son insultantemente jóvenes. Generaciones nacidas en la abundancia democrática, en la libertad más absoluta y con un gran abanico de garantías y derechos, pese a todo, el nacionalismo como cualquier totalitarismo, siempre necesita un enemigo.
En este punto creo que sería bueno reflexionar sobre un hecho que la urgencia del día a día quizá no nos deja ver. Probablemente muchos al ver imágenes y vídeos de hordas lanzando piedras, vallas, tornillos e increpando con el gesto henchido de odio a los políticos de turno, piensan que eso no está bien, pero es que estos de Vox van provocando con un discurso que habla de España, Constitución, libertad y otros argumentos utilizados por cualquier formación política, excepto los nacionalistas. Permítame que le proponga algo, imaginemos que no existe Vox y estos hechos se producen con políticos del PP en Cataluña, ¿qué pensaríamos? Quizá lo mismo, que van provocando.
Llegados a este punto, imaginemos que no existe Vox, tampoco existe el PP y los hechos violentos (que también se han producido contra estas formaciones) tienen como objetivo Ciudadanos, que fue la fuerza más votadas en las últimas elecciones autonómicas, pensaríamos que es un peaje obligado en nuestra democracia también. Y si tampoco existiera Ciudadanos y estos hechos fueran contra mítines del PSC por representar a un partido que se autodenomina como español, quizá hablaríamos de una anormalidad democrática porque atacan a un partido que defiende la libertad y la Constitución y que fue el emblema de las clases populares catalanas, muchas de ellas naturales de Andalucía.
No quiero cansarle en este ejercicio de imaginación, pero le propongo un último supuesto. Si tampoco existiera el PSC y los ataques del mundo independentista radical y violento fueran contra la antigua CiU por ser burgueses moderados y con buen aspecto que no se toman suficientemente en serio la lucha por la república catalana, ¿qué dirían los medios? ¿qué pensaría usted? La maquinaria nacionalista e independentista sigue mostrándose insaciable, devora a sus propios hijos constantemente y ello sólo puede ocurrir por la total degradación del sistema educativo que abandonó la verdad, la libertad y el espíritu crítico en favor de la ideología como forma de vida.
Las piedras que se lanzan caen en nuestro propio tejado, en el de la democracia y la convivencia en libertad y paz, con seguridad y garantías para que cada persona pueda desarrollar su proyecto vital. Como más de un lector habrá pensado, la inspiración me vino recordando los populares versos del pastor alemán Martin Niemöller.
"Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada,
porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada,
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada,
porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí."