Después de haber rodado con Ryan Gosling, Eva Mendes, Michael Fassbender o Alicia Vikander, el director Derek Cianfrance ha declarado que al ver películas donde todos eran perfectos y "todos los actores tenían buenos dientes" se sentía excluido como espectador. Por eso, en su última serie con HBO ha buscado "la hermosa fealdad de la vida real". En seis capítulos, ha narrado la historia de un obrero de origen italiano de Nueva York que no deja de recibir golpes en la vida. Un melodrama de la clase obrera
MURCIA. El cine de Derek Cianfrance llegó a España gracias al éxito de Drive, dijeron las malas lenguas. En ese momento, todo el mundo quería Ryan Gosling y se importó Blue Valentine, el debut de este director unos años atrás, en 2010, con la vitola de cinta indie muy artística y muy experimental. Trataba sobre la ruptura de una pareja, ese trago desagradable como pocos, la pérdida del amor que no puede recuperarse, esos pequeños odios que surgen con el tiempo, etc... No tenía malas intenciones, pero su propuesta con largos planos secuencia y cámara al hombro venía acompañada de fotogramas muy estudiados. La profundidad, eso que algunos llamarían "cine inteligente", mientras que, al mismo tiempo, manipulaba las emociones del espectador cual George Cukor. Es decir, Cianfrance lo quería todo. Nacido en 1974, demostraba así ser un gran abanderado de la generación del botón de Windows "Sí a todo". El mercado, por supuesto, fue el primero en reconocérselo.
Cruce de caminos apareció en 2012. De nuevo con Gosling. Medio western contemporáneo, medio vídeo-clip, con historias cruzadas y emociones fuertes, diría sin atisbo alguno de vergüenza que era el equivalente a llevar al cine un guión de la serie Al salir de clase. Sin embargo, tenía la etiqueta de cine independiente estadounidense y eso equivale a calidad la haya o no.
Su última película, de 2015, La luz entre los océanos era una ruptura total con todo lo anterior. Era un melodrama sin tantas alharacas, sin tanta intensidad de estudiante de cine como Blue Valentine ni violencia como Cruce de caminos. Era la historia de un farero. Cine de época, situado en los años posteriores a la I Guerra Mundial. Una película que aspiraba a convertirse en la nueva La hija de Ryan -en este caso, en lugar de inglés en Irlanda, el apestado era un alemán en Inglaterra- y planteaba unos dilemas morales muy interesantes. Si yo te robo un hijo y lo crío con todo mi amor ¿tienes derecho a reclamarlo aunque eso suponga que para él le arrancan de sus padres falsos, pero de facto? No estaba nada mal. No obstante, en lo mejor de la película, al igual que haría la exitosa novela de 2016 de la escritora ML Stedman, que no he leído, había unos engendros de giros de guión por los que al final todo salía más o menos bien. Si mi madre, amante de los dramones, la hubiera visto, de tener delante a Cianfrance le habría tirado una botella a la cabeza cual hooligan a un árbitro que ha pitado un penalti que no era. En resumen, la carrera cinematográfica de este hombre era un quiero y no puedo. Hasta antes de ayer.
Nos plantamos en 2020, el año de la muerte, y HBO estrena La innegable verdad ("I know this much is true") con el ínclito. Esta vez se trata de una novela de Wally Lamb, superventas en 1998, y el resultado eclipsa todo lo anterior en su conjunto que ha rodado (documentales aparte, que es a lo que empezó a dedicarse). Es una pequeña joya.
El melodrama ha sido un género siempre muy denostado. Por un lado, por machismo. Son películas que gustaban a las señoras. Para gritar que se era hombre heterosexual, había que rechazar esos filmes. Por otro lado, han sido consideradas indiscriminadamente baja cultura. Hay enfoques culturales tan elitistas como autoritarios que en lugar de tratar de entender por qué le gustan al público ciertas cosas, las censura mostrando su displicencia a espectadores y creadores. Como decía el verso, del que desprecia cuanto ignora. No obstante, graciosamente, cuando los melodramas han añadido tremendismo, la alta cultura sí que los ha valorado. Al final, los más atraídos por el sensacionalismo son ellos en una de estas piruetas que tiene la realidad.
Con La innegable verdad hay críticas que ya apuntan esa tendencia. La califican de "dramón", "acumulación de martirios y calvarios", "exposición siempre explícita de las peores miserias de los seres humanos", "La pregunta es: ¿realmente quieres pasar seis horas de tu vida sintiéndote mal?", "perpetuo sentimiento de tristeza", etc... Pero no es más que un melodrama sobre la clase obrera. Hogares donde las desgracias nunca vienen solas.
Es la sencilla historia de dos hermanos gemelos, uno de ellos sufre esquizofrenia paranoide. El otro, obrero hijo de obrero, está atado a la suerte de su hermano. Le prometió a su madre en su lecho de muerte que siempre cuidaría de él. Cosa que no es tan fácil. Durante sus seis capítulos, solo se nos cuentan los esfuerzos que hace el protagonista para tratar de sacar a su hermano de un psiquiátrico en el que le han internado por considerarlo un peligro para la comunidad. Durante unos delirios, se ha cortado la mano con un machete en una biblioteca pública para expiar los pecados del mundo.
Ese tira y afloja legal, las dificultades para arrastrar ese problema y poder trabajar y tener relaciones sentimentales, han venido acompañadas de flashbacks en los que se contaba la historia familiar. Se muestra cómo empezaron a darse cuenta de que el hermano sufría una enfermedad mental, incluso se remontan a tres cuartos de siglo atrás, cuando sus antepasados italianos llegaron a América. Varias líneas que confluirán este domingo 14 de marzo, cuando se emita el último capítulo.
La miniserie merece un 10 sin peros. Mark Ruffalo, el doble protagonista, interpreta a los dos gemelos, ha contado que se metió en la historia porque él había perdido un hermano, asesinado en 2008. Dedicó cientos de horas, ha revelado, a escuchar a youtubers con esquizofrenia hablar sobre su vida. Desde luego, su interpretación está años luz de la James Franco en The Deuce. Como nota curiosa, en las escenas que hacía del hermano que lleva todo sobre su espalda, Dominick, antes de grabar le pusieron a hacer flexiones hasta reventarlo, para que en cámara diera bien la mueca de hastío.
Al margen del argumento y las interpretaciones, el distintivo de calidad ha estado también en la realización. La fotografía de Jody Lee Lipes es extraordinaria. Han tirado película en lugar de hacerlo en digital. "Hemos querido que Kodak vuelva al negocio", ha declarado Cianfrance. Está tan bien hecha la recreación del año 1990, con la primera guerra de Irak de fondo, que parece que es una película de 1990.
Al mismo tiempo, el director ha manifestado que ha querido que los rostros que aparezcan en pantalla parezcan personas reales. "Cuando veía películas donde todos eran perfectos y todos los actores tenían buenos dientes, siempre me sentía excluido, porque mi propia vida no coincidía con eso. Ahora he intentado reflejar la hermosa fealdad de la vida real".
El resultado es una obra hipnótica, con el don de entrar por los cinco sentidos -ese soft rock que se pone el protagonista, como buen obrero italiano neoyorquino de los 80 que es-, atrayente y no tan escabrosa como la pintan sus críticos. Una experiencia. Y de nuevo de HBO quien, no por casualidad, ha hecho del melodrama el punto fuerte de todas sus grandes series (Los Soprano, A dos metros bajo tierra, In Treatment...) Y veremos Cianfrance por dónde sale después de esto, que tiene en post-producción una película sobre un batería de heavy metal que se queda sordo, Metalhead -por lo pronto ya le ha robado el título a una película islandesa de 2013 también de temática metalera- y sería un placer solo con que fuera la mitad de buena que esta maravilla de miniserie.