El arte está en el punto de mira de los nuevos inquisidores. La literatura, la música, la pintura y el cine son sometidos a una revisión decretada por un fanatismo neopuritano, enemigo de la libertad de expresión. La censura amenaza las obras de grandes creadores que se desvían del credo de la izquierda sectaria
“Los libros arden mal”. Así tituló uno de los suyos un escritor gallego, nacionalista por convicción, que nos regaló hermosas historias sobre un lápiz de carpintero y la lengua de las mariposas.
Los libros arden mal pero siguen acabando en la hoguera, cada cierto tiempo, cuando se imponen los enemigos de la libertad. En la historia, como en la vida de los hombres, hay periodos luminosos y otros oscuros. Suficientes evidencias hay de que nos hemos adentrado en una época amenazada por las tinieblas de la censura.
La vieja Europa, sumida en la decadencia cultural, ha renunciado a la defensa de la libertad y la crítica, sin la cual no hubieran sido posibles Sófocles y Montaigne
De nuevo la censura se hace en nombre de una causa moral, para traer la felicidad al mundo y erradicar el mal del corazón humano. El neopuritanismo ha arraigado en sociedades como la nuestra, sin valores compartidos, dominadas por el miedo y la incertidumbre, en las que las emociones han sustituido a la razón en la toma de decisiones.
El origen de esta nueva clerecía está en las universidades de Estados Unidos, que aspiran a imponer una revisión del arte de acuerdo con los patrones morales de la corrección política. Como en otros periodos aciagos de la historia, el arte no se basta por sí mismo; el arte debe servir a un fin ético. El arte verdadero debe hacer buenos ciudadanos y mejorarnos como personas. El nuevo arte comprometido pelea por ver cicatrizadas las heridas de la historia causadas por un Occidente que no ha pedido perdón ni ha demostrado aún arrepentimiento por sus tropelías.
El revisionismo ético del arte ha llegado a la vieja Europa, que a su decadencia económica une otra quizá más importante, la decadencia cultural, porque ha renunciado a la tradición, a la defensa de valores como la libertad y la crítica, sin los cuales no hubieran sido posibles Sófocles y Montaigne.
Se derriban estatuas, se esconden películas y se prohíben libros y autores porque son considerados herejes de la nueva religión laica que apadrina la izquierda sectaria. Todo está preparado para que los libros ardan en las hogueras de hogaño. Los fanáticos de hoy son como aquel cura y aquel barbero cervantinos que enviaron al fuego la biblioteca de Alonso Quijano porque leer tanto le había hecho perder el juicio. Y creían que hacían lo correcto. Los fanáticos siempre creen que aciertan. Ahí está el “Índice de Libros prohibidos”; ahí están los nazis y los comunistas; ahí está “Fahrenheit 541”.
Yo, que si me precio de algo es de ser un humilde lector, puedo aconsejar sobre el expurgo de libros en las bibliotecas públicas y privadas. Después de esta ambiciosa purga ideológica, la literatura será un asunto aburrido, a la medida de mentes aburridas y bienintencionadas. La literatura nunca amenazará la tranquilidad de las futuras generaciones, en el caso improbable de que conserven el hábito de leer, ni animará a pensar por cuenta propia.
Comenzaré mi recomendación con los autores de tragedia griega —Sófocles, Esquilo y Eurípides—, que deberían ser censurados por ser cómplices de la esclavitud. Peor sería el caso de Aristófanes, todo un ultra para nuestros ojos demócratas.
Homero tampoco pasaría la prueba del algodón. La “Ilíada” y la “Odisea” son un canto a la violencia y la testosterona. Ulises es un machista que juega con las mujeres y hace esperar veinte años a su mujer Penélope, que tejía y destejía un sudario para entretener a sus pretendientes, tan machistas como el marido. Sólo la amistad homoerótica entre Aquiles y Patroclo podría considerarse un atenuante para quien ha sido considerado el gran poeta de la Antigüedad clásica.
Dante es el prototipo de catolicón, reaccionario y militarista. Quince años de su vida dedicó a escribir su “Comedia”, que transcurre en el infierno, el purgatorio y el paraíso. Alguien que defiende la existencia del infierno no puede estar en sus cabales. Pero además Dante peca de homofobia cuando reserva el círculo séptimo de su infierno a los gais, si bien salen mejor parados que los traidores como Lucifer y Judas, que descienden al noveno.
Boccaccio, compatriota de Dante, tan de actualidad durante la pandemia, calca lo peor del porno actual con algunos relatos eróticos del “Decamerón”, que reproducen la violencia sexual ejercida por los hombres sobre las mujeres.
Shakespeare es un racista sin perdón. Si alguien lo duda, que lea “Otelo”. El protagonista negro, paradigma del hombre celoso, sale muy mal parado. La historia de Romeo y Julieta es un mal ejemplo para los adolescentes porque reproduce el patrón del amor romántico, es decir, los estereotipos de los hombres y las mujeres en una sociedad dominada por el heteropatriarcado.
Cervantes es otro caso de machista ibérico. Abandonó a su mujer Catalina de Salazar al poco de estar casados. Aunque trató a sus personajes femeninos de mejor manera que otros contemporáneos, Cervantes no oculta su racismo en la novela ejemplar “La gitanilla”. A los gitanos los llama “ladrones”. Seguramente dolido por sus cinco años de cautiverio en Argel, también incurre en islamofobia cuando describe el encuentro entre Sancho y el morisco Ricote en el “Quijote”. Todo un carca, un reaccionario, un extremista de derechas.
A Proust le salvaría su homosexualidad pero le pierde haber nacido en una clase privilegiada y explotadora. A la misma que perteneció Lampedusa quien, en lugar de solidarizarse con la vida de perros de los obreros de Palermo, perdió el tiempo narrando la vida de un príncipe de Sicilia y su familia.
Mejor no hablar del machismo de Henry Miller, del colaboracionista Céline, de los fascistas Malaparte y Borges, del violador Neruda…
Todos irán a la hoguera aun costa de perderse tres cuartas partes de la literatura universal. Es el precio que los lectores habrán de pagar por vivir en la nueva normalidad literaria.
La lista de escritores aceptados por los neopuritanos estará encabezada por José Saramago, a cuyo nombre habrá que añadir los de Mario Benedetti, Eduardo Galeano, José Luis Sampedro, Virginia Woolf (está sí es una gran escritora y además lesbiana), Belén Gopegui (incansable luchadora anticapitalista), Almudena Grandes, Benjamín Prado, Rosa Montero y, por supuesto, Gloria Fuertes.
Literatura para ser buenos de corazón y no caer en las malas tentaciones que vienen, cuando menos lo esperas, de la mano de los demonios de la libertad y la heterodoxia.