MURCIA. Ha sido una de las revelaciones literarias de este año pasado. Javier Peña es el autor de Infelices, una obra con la que debuta en la literatura gracias al prestigioso sello Blackie Books. La novela narra la historia de un asesor político -trasunto del propio Peña que trabajó durante años escribiendo discursos para la Xunta de Galicia- que se junta con otros personajes tan perdidos e infelices como él: un escritor, una madre, un periodista y un optimista. Todos tienen una edad similar, rondan los 40 o los acaban de sobrepasar y unas enormes ganas de tirar la toalla. Esa infelicidad, paradójicamente, les salva. Con Javier Peña hablamos de qué rostro tiene la infelicidad en estos Tiempos Modernos.
-¿Cómo estás recibiendo todo este éxito?
-Un poco sorprendido porque es mi primera novela y no tengo referencia para comparar. Creo que hace que no sea capaz de valorar en su justa medida todo lo que me está pasando. Y, a veces, te piensas que es normal estar en A vivir que son dos días, Página 2 o La Ventana o presentar en la Librería Alberti en Madrid. Y te va pasando todo tan rápido que piensas que es lo normal y no lo es. A veces tienes que pararte y pensar que hace tres meses y medio no tenía ningun libro publicado; de alguna forma, me he convertido en escritor que es lo que siempre he querido, y que para mí es una palabra muy grande y me cuesta todavía ahora llamármela a mí mismo. Me parece casi soberbio. Lo podré valorar con más perspectiva. A veces suecede que necesitamos que pase un poco de tiempo para darnos cuenta. Ahora lo tomo con demasiada naturalidad.
-Si uno lee algunas de las comparaciones que se han hecho de tu novela, asociándote a Chirbes, Paul Asuter o Palahniuk... Imagino que habrá un cierto vértigo.
-Hay vértigo, sí, pero considero que es una forma de orientar al lector de lo que puede encontrar. Las comparaciones son odiosas, claro. Y nunca seré como ninguno de ellos pero, desde luego, si alguna vez llego, será dentro de mucho años. Al final, tendemos en el mundo de la cultura a hacer comparativas y orientar al lector. No se pretende comparar la calidad o trayectoria porque me haría un flaco favor a mí mismo.
-Quizás lo que podáis compartir todos es esa idea que ya has expresado alguna vez: los escritores como una de las profesiones más infelices.
-Yo creo que sí, que la infelicidad es un gran motor creativo. A veces pienso que si eres feliz tampoco te pones a crear. Yo creo que un artista está creando un mundo alternativo porque no se siente especialmente cómodo en el suyo. Por lo menos yo sí considero que los escritores buscamos en la literatura eso. Ahí has descubeirto que quieres mejorar o cambiar. A mí me pasó. Cuando estaba en la Xunta trabajando tuve que pararme a pensar si era infeliz. Me costó años, siete exactamente. Creo que reconocer esto es el primer paso. La infelicidad no es negativa porque a partir del reconocimeinto sólo puedes mejorar.
-¿Es escribe con la misma pasión discursos políticos en la Xunta que novelas?
-Hombre, obviamente no. Esta novela, de hecho, surge para recuperar la pasión por la escritura, la creativida y a mí mismo. Después de años escribiendo discursos y dejándome el alma ahí.. pues sí, claro. Es un ejemplo de alienación porque un asesor se sale de él mismo para escribir lo que piensa otra persona. Si esa personas es alguen a quien admiras no es tan malo pero, si como me pasó a mí, no tenemos nada que ver, acaba siendo una alienación muy grave.
-¿Y tú eres alguno de esos asesores alienados de la novela?
-No soy ninguno y soy todos a la vez porque refleja el Javier Peña de aquella época. Fíjate que esta novela la escribí así, de noche y los fines de semana.
-Se ha habado de la sofistcación de tu técnica narrativa. Y no sé si te has formado en cursos de escritura pero se percibe un gusto especial por la técnica literaria.
-Yo, desde el año pasado, imparto un curso de escritura creativa y la realidad es que nunca he hecho ninguno. Es un poco extraño pero no he podido, por falta de posibilidades, no de ganas. Así que no tengo esa formación. Todo es intuitivo. Siempre he sido muy lector, eso sí. Pero yo soy un lector muy lento. Tardo pero analizo mucho los libros porque leo de una forma distinta al tener esa vocación de escritor. Mi escuela es la intuición y parece que, de momento, ha gustado. Pero siempre uno debe seguir formándose y yo quiero seguir aprendiendo.
-Los personajes de tu novela, una generación nacida entre los 80 y 90, están todos atravesados por el miedo. Entre ellos, el miedo a la enfermedad.
-Tenemos miedo a todo, vivimos con miedo. Somos una sociedad temerosa. Es algo que se nos inculca desde medios de comunicación. Claro que pueden pasar desgracias pero si vives siempre con ese miedo a lo que va a pasar, pues ni siquiera disfrutas de la vida. Yo no soy cobarde pero sí temeroso. No sé si la diferencia está muy clara. No tardo en tomar una decisión pero, una vez que he decidido, siempre pienso si lo hice bien. Tengo una valentía temerosa, no sé si me explico. La enfermedad la viví de cerca en una de mis mejores amigas, Paula, compañera en la Xunta. Y sí, claro, es una injusticia absoluta. Y fue un cambio vital tremendo. Lo hablé mucho con ella con la idea de cambiar de vida. Así que no podemos esperar porque la vida no espera por ti. Todo esto coninció con que Blackie Books compró mi novela y me decidí del todo.
-¿Y esos miedos generacionales?
-Bueno, sobre los miedos a la infelicidad de los protagonistas, ellos sufren la tiranía de las expectativas, de tener que ser más que los demás, sin posiblidad de encontrarse a uno mismo y el triunfo que tienes que alcanzar. Y cuando eso no se alcanza, la decepción es tremenda y se puede arrastrar toda la vida. Eso nos ha pasado mucho a nuestra generación. Las envidias, por ejemplo, como gran motor de la sociedad también están ahí, quizás fomentadas por el capitalismo. Y sí, todo eso está en la novela.
-¿El Círculo del Viena existió realmente?
-Como tal, no, pero sí es cierto que cuando estudiaba periodismo en Santiago había muchos círculos de estos. Éramos unos pedantes insufribles que vivíamos solos por primera vez, nos sentíamos súper maduros. Éramos de letras, muchos queríamos ser escritores y nos creíamos que lo sabíamos todo y nos juntábamos en las cafetería de la facultad y nos dedicábamos a dar clase a los demás. Yo siempre digo que con la gente de periodismo que conozco ahora de promociones superiores hemos relajado mucho esa vanidad, más que nada, porque el mundo nos fue poniendo en nuestro sitio.
-Por último, la idea de la autopardia, de un texto que no está exento de humor -negro y escatológico muchas veces- está presente en la novela, ¿no?
-El humor es parte de mi vida. Tiendo a reírme de todo. Con humor negro o la “retranca” gallega. Es una forma de ver las desgracias de la vida riéndote de ellas. Eso no quiere decir que no las sientas, pero sí de combatirlas. Pienso que como la vida va a tener desgracias y alegrías, tener la capacidad de reírse será positivo siempre. Así vas descargando rabia o tristeza poco a poco. Es como cuando en la novela hablan mucho de la muerte. De alguna forma, al hablar de ella la ahuyentamos. Con el humor es muy parecido. En Infelices me río de la política y de la vida pero, sobre todo, de mí mismo.