MURCIA. Las redes sociales no han inventado nada. El primer humano que pintó un bisonte en una cueva, tocó un ritmo utilizando un tronco hueco o contó una historia alrededor del fuego ya estaba mostrando la misma necesidad de convertir su mundo interior en exterior. Las redes sociales solo han hecho más fácil (más rápido y más masivo) nuestro deseo de compartir experiencias, de convertirlas en algo objetivo que poder mostrar a los demás.
No soy un ingenuo. A estas alturas todos hemos leído artículos o hemos visto documentales como El dilema de las redes donde se muestran datos objetivos sobre los peligros de las redes sociales: peligros relacionados con la adicción, la autoestima personal y la manipulación por parte de lobbies empresariales o políticos. Sin embargo, dudo mucho que vayan a desaparecer. Porque, como he dicho, cubren una necesidad humana. Tendremos que conseguir la forma de domesticarlas, de controlarlas, de hacerlas menos perniciosas, eso sí.
Aunque tenemos la sensación de que siempre han estado ahí, las redes sociales usadas de forma masiva tienen alrededor de veinte años. Y en tan poco tiempo ya han quedado por el camino muchísimas ruinas digitales. Pensemos en el chat de Terra, en MySpace, en Pinterest, en Fotolog, en Tuenti. Lugares abandonados que nos producen la misma sensación que el pueblo vacío de nuestros abuelos, el solar donde estaba el cine al que íbamos de niños o las fotos de una discoteca donde fuimos felices entre el gentío y ahora es un viejo edificio deshabitado con cristales rotos, grafitis cutres y malas hierbas en los rincones.
El tiempo pasa: nacen nuevas redes sociales y migramos a ellas. A veces porque nos parecen mejores, a veces porque todos lo hacen y queremos, como buenos seres sociales, salir por el sitio de moda. Facebook (2004) y Twitter (2006) fueron la gran revolución de las redes sociales. The place to be. Si no estabas en alguna de estas redes no existías en el mundo digital. Con ellas se consolidó nuestra segunda identidad como ciudadanos de la red y nos convertimos en seres divididos entre nuestro yo físico y ese otro yo que habita un mundo de píxeles e impulsos eléctricos. En estas redes conocimos a muchísima gente interesante, nos enamoramos, debatimos sobre lo humano y lo divino, pasamos las horas alternando y charlando… en fin, hicimos lo de siempre pero en un nuevo medio.
¿Avance o decadencia? El futuro lo dirá. Supongo que, como casi siempre, ni una cosa ni la otra.
Durante algunos años disfrutamos como niños de Twitter y Facebook. En mi caso, estas redes (sobre todo Facebook) me sirvieron para descubrir grupos de música, libros y películas, por ejemplo. Para conocer gente cuyo criterio sigo respetando hoy. Para acercarme (e incluso crear una amistad) a algunas personas a las que admiraba. Pero sobre todo me sirvió para leer mucha prensa de medios distintos y debatir sobre las últimas noticias. Alguien compartía un artículo y luego los comentarios se alargaban a veces varios días. Gente de diferentes países e ideologías daba su opinión al respecto, con bastante educación al principio, y admito que aprendí muchísimo: a ser menos engreído en mis aseveraciones, a matizar mi discurso, a entender la sensibilidad de gente muy distinta a mí e intentar no traspasar ciertos límites ofensivos. En ese momento me pareció que las redes nos harían más humanos. Que era una herramienta horizontal que conseguiría que nos entendiéramos los unos a los otros...
Qué equivocado estaba. En poco tiempo todo empezó a radicalizarse. La gente perdió la educación amparada por la sensación de impunidad de su yo digital (sobre todo en twitter) pero principalmente por el efecto burbuja de los algoritmos. Ves antes a aquella gente a la que pones más likes y sueles poner más likes a las personas más afines, por lo que en muy poco tiempo nuestras redes se convirtieron en una burbuja de irrealidad donde teníamos la sensación de que todos pensaban como nosotros, lo que nos daba una absurda seguridad de poseer la verdad que nos llenó de prepotencia. Si a esto le sumamos la manipulación política, que intenta reforzar nuestros prejuicios e ideas para vendernos la moto que sea, ya podemos entender la decadencia de las redes. De un lugar de debate pasaron a un lugar de enfrentamiento. Yo mismo lo he vivido en mis carnes. He pasado de discusiones interesantísimas sobre política a la cerrazón más absoluta. De pronto todos, piensen lo que piensen, sienten que tienen la razón: les avalan muchos likes. Incluso se han metido en un grupo privado terraplanista, franquista o adorador de Satán. Qué más da. No estoy solo. Hay más como yo. Muchos más. También hay una gran conspiración, pero nosotros somos más listos.
En fin…
La decadencia de estas redes sociales ya ha empezado. Solo hay que entrar a Facebook para constatarlo. Cada vez hay menos gente, menos interacciones, menos debate y sobre todo, más viejos. La que fue discoteca de moda es ahora un lugar triste y cada vez más vacío al que solo van los de toda la vida, ya cuarentones, a ponerse borrachos para ahogar sus frustraciones.
Los jóvenes han elegido otros locales: Instagram y TikTok, por ejemplo. Por un lado, porque nadie quiere salir en el mismo bar que sus padres. Por otro lado, porque tal vez están intentando salvarse de la violencia y el fanatismo que ya es moneda común en Twitter y Facebook.
Y en la calle, la de verdad...
Criticamos mucho Instagram por sus selfies y sus tostadas de aguacates, pero deberíamos reconocer que Instagram es el locus amoenus de las redes sociales. La gente más joven eligió como refugio un lugar en el que compartir sin discutir. Busquemos un selfie en Instagram, los comentarios son: qué guapo/a, tú más, te quiero, pivón, etc. Busquemos una noticia en Facebook y veremos que los comentarios van de venezolano proetarra comunista asesino a facha nazi de mierda. ¿Quién no prefiere que lo llamen guapo?
Yo sí.
¿Y la tranquilidad que da observar en las stories un atardecer o un ceviche del restaurante de moda en lugar del último comentario mordaz y lleno de humor negro de Twitter?
Personalmente lo tengo claro: Instagram es un remanso de paz. Con todos sus problemas que ya sabemos y de los que se ha hablado mucho. Pero un remanso de paz. Se comenta poco y prima la imagen, es verdad, pero para el nivel de conversaciones que últimamente hay en las otras redes, pues mira, me quedo en Instagram mostrándoos mis paseos por el parque de Viveros, esa camisa que me queda tan bien o 15 segundos de un concierto que me está emocionando y quiero compartir, como ese troglodita compartió su bisonte en las paredes de una cueva.
Que sí, que a lo mejor ni me gusta el concierto ni el aguacate y es todo postureo. Que hay mucho postureo. Pero vamos, que tampoco sabemos si aquel troglodita dibujó el bisonte por puro postureo. Igual ni le gustaban y lo hizo para ligar con una troglodita amante de los bisontes.
Yo qué sé.
Y respecto a TikTok, pues nunca me opondré a que la gente juegue y se divierta. Y haga el ridículo un poco como con los filtros de Instagram. Que falta nos hace hacer un poco el ridículo y empezar a tomarnos menos en serio de lo que nos tomamos en Twitter y Facebook. Tan prepotentes. Tan sentenciosos. Tan mordaces. Tan agudos en nuestro insulto.
Tan ridículos también pero sin pretenderlo esta vez.
La responsable de la cuenta paródica ‘Hazmeunafotoasí’, disecciona las entrañas de la influencia en su libro ‘Cien años de mendigram’ (Roca)